No sé si no me gusta el golf porque no lo entiendo o si no lo entiendo porque no me gusta. He fracasado en varios intentos de superar los prejuicios –que si deporte de ricos, que si impacto ambiental–, incluso cuando, en El Montanyà, veía jugar a Johan Cruyff (del que decían que hacía trampas, pero que, con buen criterio, se lo permitían porque era Cruyff). Me admiraba la calidad de los polos que llevaban los golfistas y que, en general, no sudaran.
En otro momento, en el 2002, devoré el libro Sueños de golf, escrito por el gran John Updike. Apliqué este silogismo: si a Updike le gusta el golf hasta el extremo de escribir un libro y a mí me gusta Updike hasta el punto de leer todos sus libros, ergo, tiene que gustarme el golf.

Owen Wilson en la serie 'Stick'
El silogismo no funcionó. Tampoco cuando, en Canal+, las retransmisiones de golf tenían cada vez más audiencia, ni cuando aficionados de criterio fiable lo definían como el colmo de la plenitud introspectiva (hace poco aún insistían en que no puedo perderme las gestas de Jon Rahm).
Pasó el tiempo. Cruyff murió sin hacer trampas y los campos de golf mantuvieron su fama de elitismo no sostenible. Hasta que hace unas semanas Apple TV estrenó la serie Stick, con, de protagonista, el actor Owen Wilson y la etiqueta de ser, dicen, una especie de Ted Lasso.
La serie ‘Stick’ cuenta la historia de un ex gran golfista que debe superar un trauma
Son diez capítulos para contar la historia de un ex gran golfista con un trauma que le destroza la vida y que intenta redimirse como entrenador de un joven de diecisiete años que es al golf lo que Lamine Yamal es al fútbol. La historia incluye secundarios entrañables y situaciones que explican los secretos de este deporte y, al mismo tiempo, unas peripecias sentimentales que invitan a emocionarse sabiendo que te estás dejando seducir por tramas y situaciones peligrosamente azucaradas.
Resultado: al acabar la serie, constatas que te debes de estar ablandando por haberte enganchado a la serie con una caja de kleenex al lado. Una serie que, en otra época, habrías criticado como ejemplo de sentimentalismo tramposo y de propaganda financiada por el neoliberalismo depredador de los constructores –¡ vade retro !– de campos de golf. Hoy, en cambio, la recomiendas no como un placer culpable, que es la coartada de los seriéfilos para justificarse, sino como un placer a secas.