Ni libros ni cuadernos. Ni exámenes ni deberes obligatorios. Ni aprenderse nada de memoria, que no somos loros. Ni pelotas ni carreras en el patio y menos el churro media manga mangotero, que no somos bestias. Ni castigos, que nadie se frustre. Ni notas, que nadie se ofenda. Y ya puestos a fluir y ser modernos, mejor sin sillas. ¡A aprender de pie! ¿O vamos a despreciar el estudio publicado por la revista Psychological Science que demostraba que estudiar así mejora la memoria cognitiva? ¿Y qué tal sin aulas?, ¿y si los enviamos a todos a pastar al bosque para recordar que somos naturaleza? O, todavía mejor, ¿no salimos de casa y nos confinamos de nuevo? ¡Probemos con la loca odisea del homeschooling , en que las mamás (siempre acaban siendo ellas las que se ponen de teachers y lo que haga falta) se convierten en auténticas superwomen con plenos poderes más allá de la fregona y la cacerola! ¡Es que además teletrabajan!

Se ha probado todo y parece que no ha servido nada. Ya sea en las aulas, o en el campo o a domicilio, o donde sea que estudien o hayan estudiado muchos (jóvenes y ya no tanto), no se aprende lo que, para los que crecimos en la EGB –sufriendo primero por el abuelo de Heidi y la madre de Marco en un pueblo italiano e imitando luego a Travolta cuando aún peinaba tupé de roquero–, iba a misa. Que no se habla con la boca llena. Que no se ponen los codos en la mesa ni los pies en el sillón. Que se deja salir antes de entrar y un largo etcétera de básicos que hoy no recupera ni la IA más lista.
Con tanto cambio cambiado y tanta reforma reformada que no alivian la repetición del fracaso, ya nadie sabe de qué va nada. Lo que no está claro es si no se enseña o se enseña mal o a destiempo. Hay una vieja viñeta de Tiger , del historietista Bud Blake, donde un niño le dice a su hermano “he enseñado al perro a silbar”, a lo que este le responde “pues no silba”. Y el primero aclara: “Te he dicho que le he enseñado, no que haya aprendido”.
Pues eso. Muchos se han quedado como el perro Stripe, como ha podido comprobar este verano el dueño del bar Rianxo de Pontevedra. “No descalzarse. No poner los pies en las sillas. Esperar el turno. No dar de comer a las palomas...”, rotuló en un vistoso cartel de la terraza. Solo consiguió un enfado viral. Lo que para él es normal para la mayoría resulta demasiado. El lunes empieza el nuevo curso, ¿y si comenzáramos repasando todo eso?