Leonardo tenía poco más de cincuenta años, acababa de pintar la Mona Lisa y era una estrella reconocida en toda Europa por sus innumerables talentos (pintor, ingeniero, explorador en los ámbitos de la ciencia y la filosofía). Miguel Ángel, mucho más joven e impetuoso, había cumplido 29 y era un prodigio que ya había tallado su David -la estatua monumental de un rey guerrero- y lucía nariz de boxeador, cincelada por un escultor rival durante una pelea. Estamos en Florencia, año 1503, y los autores de las que aún hoy siguen siendo las obras más famosas del mundo -creados en el mismo tiempo, la misma ciudad–se observan con recelo desde la distancia, ajenos todavía al amargo enfrentamiento que están a punto de protagonizar por culpa de un encargo endemoniado del mismísimo Maquiavelo: pintar sendas escenas de batallas, uno frente al otro o uno al lado del otro, según los historiadores, en los muros del Salone dei Cinquecento del Palazzo Vecchio florentino.

Dos studiolos recogen la influencia que a lo largo de los siglos han tenido las obras maestras de estos dos genios, de Botero o Dalí a los Simpsons
Por distintas razones, ni uno ni otro llegaron a finalizar el trabajo, pero aquellas batallas perdidas de Leonardo y Miguel Ángel, han obsesionado al mundo del arte desde hace quinientos años. “El duelo sigue abierto y ahora será el visitante el responsable de concluirlo”, señala Jordi Sellas, director del Ideal, el Centro de Artes Digitales de Barcelona que mañana estrena Leonardo versus Michelangelo, una propuesta inmersiva que por primera vez convierte al público en coprotagonista de uno de los episodios más extraordinarios del Renacimiento. Será él quien, a lo largo del recorrido, se tendrá que ir posicionando a favor de uno o u otro, y al final dar la respuesta definitiva: “Y el ganador es...”.
Estamos en Florencia, año 1503, y los autores de las que aún hoy siguen siendo las obras más famosas del mundo se observan con recelo desde la distancia
“Nadie puede decidir cuál de los dos es el mejor porque esa es un decisión única, personal y subjetiva. Cuando tú llegas ya eres de Leonardo o de Miguel Ángel, pero no lo sabes. Lo irás descubriendo a través de los diferentes espacios que hemos creado y al final podrás tomar la decisión”, anuncia a la entrada Sellas, para quien estamos ante la obra más “grande, innovadora y revolucionaria” de todas las creadas por el estudio catalán Layers of Reality, cuyas producciones anteriores se encuentran girando ahora mismo en una veintena de ciudades del mundo, desde São Paulo a Londres, pasando por Viena o Singapur.

La 'Mona Lisa' de Leonardo es junto al David de Miguel Ángel una de las obras más famosas del mundo
Leonardo versus Michelangelo utiliza proyecciones 3D, gafas de realidad y un espacio de metaverso donde se siente la emoción y el asombro silencioso de estar a solas en la Capilla Sixtina o contemplar la Mona Lisa a una distancia que si estuviéramos en el Louvre y la sala se hubiera vaciado inesperadamente de turistas podríamos tocarla con los dedos de la mano. El punto de partida es un episodio real: el concurso organizado por el gobierno florentino para ver cuál de los dos era el más grande -sus coetáneos no tenían respuesta- aunque a partir de ahí se construye una ficción, con los artistas de nuevo enzarzados en una competición sin tregua tratando de seducirnos a través de la pantalla. “Hablamos de historia del arte, y lo hacemos con rigor, pero también hemos venido a jugar”, anima el director del espacio. Nada más entrar, una reproducción de La Bocca della Verità, escultura en mármol que se encuentra en Santa Maria in Cosmedin, en Roma, nos invita a poner la mano como compromiso con la verdad (si alguien miente, esta le morderá, según la leyenda).
Gracias al metaverso podemos contemplar la Capilla Sixtina o el 'David' como nunca los habíamos visto, a solas y en la distancia corta
El viaje comienza en las calles de la Florencia del 1500, la ciudad que tras la expulsión de los Medicci en 1494, vivía un momento de intensa autoafirmación como República Florentina. Más allá de enfrentarlos en su rivalidad, como un impuso a la creatividad de los que eran sus artistas mayores, el encargo quería asegurarse la creación de obras maestras de carácter patriótico, con la plasmación de sendas victorias florentinas. Leonardo debía pintar la Batalla de Anghiari y Miguel Ángel la Batalla de Cascina. Según Giorgio Vasari, el pintor y biógrafo de los artistas del Renacimiento -cuyas afirmaciones hay que tomarse con cautela por su tendencia a la fabulación-, la competencia desató la paranoia y el odio entre los artistas.

Los dos genios del Renacimiento defienden sus respectivas maneras de entender el arte ante el visitante
Ambos prepararon bocetos preliminares para sus murales, pero solo Leonardo entró en la sala para pintar sobre el muro. Era la pintura más grande que habría hecho nunca (tres veces el ancho de La Última Cena), tanto que inventó una máquina, un ascensor para subir y bajar cómodamente por la pared. Pero a los dos años la abandonó. Dejó la escena central, soldados que parecen bestias y caballos humanos enfrentándose, aclamada como un estudio sin precedentes de la anatomía y el movimiento. Pero para poder pintar al óleo sobre la pared parece ser que utilizó una receta del escritor romano Plinio el Viejo que no funcionó. Algunas zonas se oscurecieron y otras se desintegraron , así que en 1563, el propio Vasari cubrió las paredes con frescos de las victorias militares de los Médici, quienes habían regresado al poder. Existe una copia, atribuida a Rubens.
Miguel Ángel nunca pasó de la etapa del dibujo, plasmando la batalla desde los márgenes, cuando los soldados florentinos que se están bañando en el Arno corren a ponerse la armadura al oír cómo se acerca el enemigo. Según algunos historiadores que sostienen que no se les asignó dos paredes enfrentadas, sino un mismo muro, la negativa a pintar se debe a que le habrían asignado la zona con mayor sombra.

'La última cena', de Leonardo da Vinci, pintada en el refectorio del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán
La exposición inmersiva del Ideal, apenas se detiene en las batallas invisibles, pero nos permite entrar en sus estudios, polvoriento el de Miguel Ángel (talló con martillos, cinceles, limas y raspadores el enorme bloque de mármol del que milagrosamente surgió su majestuoso David); más sereno y colorista el de Leonardo, con La Gioconda descansando aún sobre el caballete. Los volveremos a ver luego en sendos studiolos, donde se muestra la influencia que a lo largo de los siglos han tenido ambas obras en todas las esferas de la cultura, de Dalí a los Simpsons. A estas alturas ya hemos tenido que tomar partido en varias ocasiones, pero falta la decisión final tras visitar la Capilla Sixtina -una experiencia que en las estancias vaticanas puede ser tan estresante como viajar en el metro de Tokio a hora punta-, en soledad, sin tener que dislocar el cuello para contemplar a placer La creación de Adán o El Juicio Final.
Al final del recorrido, y a modo de recompensa, el regalo de permanecer por un rato en el museo soñado
El sueño de estar a solas con Miguel Ángel se repite con la Pietà del Vaticano, que por primera vez también se puede ver (y casi tocar) por la parte posterior y un ascensor invisible nos eleva hasta la parte superior de la Cúpula de San Pedro. También podemos mirar como nunca la antes la habíamos visto -ni la volveremos a ver, de cerca y a los ojos- a Mona Lisa, sobrevolará nuestras cabezas una máquina voladora de Leonardo o unirnos a La última cena. En el frenesí final, casi no hay tiempo para pensar - aquí hay que elegir aunque duela- aunque al final las decisión tiene recompensa: el regalo de un museo imaginario con tus obras favoritas.