En un mundo incendiado por mil fuegos, la muerte del anciano Sebastià Bardolet, abad emérito de Montserrat, el hombre que siempre sonreía, ha pasado desapercibida. Nacido en 1934, vivió un capítulo de la historia de la catalanidad y la religiosidad dividido en dos partes: la primera caracterizada por la fuerza del catalanismo y el catolicismo populares; la segunda, por el repentino declive de la religión y por la actual crisis catalana. Un declive que tuvo que afrontar como abad del monasterio a finales del siglo XX, cuando los nacidos después de la posguerra decidieron no transmitir las creencias a sus hijos.
Unos años antes del nacimiento de Bardolet, Montserrat encarnaba la conexión entre creencia religiosa y catalanidad popular. No fue la única institución católica vinculada a la toma de conciencia de la identidad catalana en el siglo XIX. Jaime Balmes fue clave en la evolución del carlismo hacia un vago regionalismo que asumía el estado liberal. El obispo Torras i Bages puso las bases ideológicas del nacionalismo conservador. Verdaguer dignificó la poesía escrita en catalán vinculándola al romanticismo europeo.

Sebastià Bardolet
Por supuesto, el catalanismo del XX no bebe sólo de la fuente católica. Hay otra tradición: bullangues del XIX, federalismo de Pi i Margall, anarcosindicalismo, catalanismo de Macià y Companys, Assemblea de Catalunya. Es sabido que desde la Semana Trágica (1909), el anticlericalismo es violento. Veinte monjes de Montserrat murieron asesinados durante la guerra; y un importante contingente de voluntarios catalanes formaron parte de los requetés en el bando de Franco. La división era terrible, sí, pero el simbolismo de Montserrat y la religiosidad popular pesaban más: es conocida la escena de los anarquistas que cruzan la frontera del exilio cantando el Virolai.
Después de la guerra, durante el franquismo, Montserrat fue un insólito espacio de reconciliación entre catalanes de una y otra trinchera (entronización de la Virgen, 1947). El monasterio era el motor de las innovaciones doctrinales del Vaticano II y de la introducción de la lengua catalana en la liturgia. También era el foco de la catalanidad cultural (revista Serra d’Or ). Escondía perseguidos, ensayaba el diálogo cristiano-marxista, fomentaba encuentros en los que catalanidad, religiosidad y lucha democrática se fusionaban. Era el emblema de la persistencia de la catalanidad y, a la vez, el referente de la integración de los nuevos catalanes, que peregrinaban a Montserrat. Toda esta energía, con jóvenes monjes estudiando en toda Europa, está liderada por el abad Escarré que, sin embargo, provoca en el interior del monasterio una escisión.
Pronto se manifiesta el fenómeno de la secularización (monjes que abandonan), reflejo de la crisis de la modernidad. Sebastià Bardolet, formado en la época ascendente, tendrá que gobernar el declive. Primero como prefecto de la escolanía, después como prior, cuando las defecciones ya se hacen notar.
¿Era un optimista? No. Oteaba el precipicio del presente pero conocía la fuerza del amor
Si Cassià Just culmina el Montserrat imprescindible, Bardolet hereda las tensiones y la pérdida de relevancia. Lo hace siempre con una sonrisa, con sobriedad, sin pretensiones. Once años después, renuncia al báculo, después de un conflicto interno propagado con impudicia por El País. Después, Bardolet centrará su actividad como párroco del Santuario: acogiendo a los peregrinos, buscando la mejor manera de ofrecer un mensaje mariano a los miles de visitantes diarios.
Ha tenido un entierro discreto, lejos de los fastos de la fama. La basílica no estaba llena y esto dice mucho del momento actual de Montserrat. En plena celebración del milenario, las instituciones apoyan al monasterio y el turismo es cada día más numeroso. Pero la cultura es indiferente a lo que Montserrat representa; y la crisis de vocaciones, notoria. Un mundo se acaba. El cristianismo será de minorías, dijo Benedicto XVI. También la lengua catalana vive angustiada por el pesimismo.
Sebastià Bardolet combatía contra el miedo al final con una sonrisa. ¿Era uno de esos optimistas que creen que todo se arreglará? No. Había conocido muchas sombras, había contemplado el precipicio del presente. Pero conocía la fuerza del amor. Si la angustia provoca soledad y desconfianza, el amor reconcilia y reúne. Bardolet sabía que la esperanza está magnetizada por el amor.