La 80.ª Asamblea General de Naciones Unidas comenzó este lunes en la sede central de Nueva York con dos asuntos que dominan la agenda: las guerras de Ucrania y Gaza, ejemplos perfectos para ilustrar las fortalezas y debilidades de una organización fundada en 1945 en San Francisco, a fin de establecer un nuevo orden mundial a partir de las brasas de la Segunda Guerra Mundial (40 millones de civiles y 20 millones de soldados muertos). Evitar más guerras, muertes y penalidades fue el germen de la ONU, sucesora de la fallida Liga de Naciones, y son ahora precisamente las guerras –y no solo Ucrania y Gaza– las que dejan en evidencia a la organización y reabren el debate sobre su utilidad.
La ONU es el termómetro perfecto del planeta. Cuando el mundo estornuda, Naciones Unidas se resfrían, y hoy el mundo no solo estornuda sino que tiene fiebre alta. La guerra de Gaza, definida como genocidio por una comisión en la órbita de la ONU, acaparará los titulares por el reconocimiento de Palestina como estado por parte de varios países importantes –como Francia y el Reino Unido, miembros permanentes del Consejo de Seguridad y con derecho a veto–, y el debate sobre el gobierno del Estado de Israel, creado a resultas de una resolución de Naciones Unidas del año 1947.
¿Qué implicaciones tendrá el reconocimiento de Palestina como Estado? Lamentablemente, no frenará la matanza en la franja, pero sí reforzará la convicción mayoritaria de que los palestinos merecen un estado propio, conforme al espíritu de la citada resolución de 1947 que partió el territorio de Palestina (sería injusto, sin embargo, endosar a Israel la responsabilidad de que ese Estado no exista).
Gaza y Ucrania centran una Asamblea General clave para calibrar el rumbo de la humanidad
Los reconocimientos tampoco garantizan siquiera que Palestina pueda ser admitida como miembro de pleno derecho de la ONU a pesar de ser reconocida por 150 de los 193 estados miembros de la organización. La razón es que la admisión como estado de pleno derecho –actualmente la Autoridad Nacional Palestina tiene el estatus de observador– requiere el respaldo del Consejo de Seguridad, en el que Estados Unidos ejerce su derecho de veto al respecto.
Pese a todo, el foro de la Asamblea General reflejará la creciente soledad del Gobierno de Israel por su ensañamiento con los gazatíes y la convicción de que su respuesta a la agresión terrorista del 7 de octubre es desproporcionada, inaceptable y debe resolverse por medios diplomáticos, sin olvidar la exigencia moral de que Hamas libere a los rehenes y el imperativo de quedar excluidos de cualquier plan de futuro para Palestina.
Hasta el día 30, la comunidad internacional se cita en Nueva York y no existe ningún otro foro para el diálogo tan abierto y respetable. La coyuntura internacional es delicada y el retroceso en lugares para la diplomacia es alarmante. Ciertamente, la ONU ha conocido días mejores y vivido etapas de mayor credibilidad. Con los años, las estructuras del organismo se han burocratizado, las corruptelas existen y la capacidad de influir en las zonas de conflicto o pobreza se ha visto limitada. Buena parte de este declive obedece al unilateralismo instalado en la Casa Blanca, unido al discurso reiterado en Estados Unidos de que su contribución no resuelve nada, alimenta privilegios y engrosa cierta retórica antinorteamericana.
Si la confrontación y el parloteo se imponen a la diplomacia, la ONU y el multilateralismo pierden
Donald Trump desprecia el organismo y tampoco el presidente Putin ayuda. Más bien todo lo contrario, si vemos lo poco que parecen importarle las condenas que emanan de Naciones Unidas y los organismos bajo su paraguas –entre los que figura la Corte Internacional de Justicia–. Rusia invadió un estado soberano de Europa y lo sigue ocupando. Por desgracia, ni en Gaza ni en Ucrania la ONU puede frenar la guerra, pero sí tiene los resortes que propician la resolución de los conflictos.
El desprecio por el multilateralismo y los ideales primigenios de la ONU agravan el temor a un orden internacional regido por una sola norma: la ley del más fuerte. El multilateralismo puede ser un sistema imperfecto, pero es el menos malo de los que se puede dotar la humanidad en estos tiempos inciertos, evocadores de los que precedieron a la creación de Naciones Unidas. Parte de esta revitalización pasa porque la Asamblea General sea un foro sensato, pragmático y muy encaminado a terminar las guerras de Ucrania y Gaza. Si la confrontación y el parloteo se imponen, la ONU habrá dado otro paso hacia la irrelevancia. Y todos perderemos.