El odio permanente

No es de recibo que el 65% de mensajes de odio que se vierten en las redes sociales no se eliminen nunca. Sobre todo, si tenemos en cuenta que el 96% de estos mensajes contravienen las normas de las propias plataformas. No se puede evitar que cualquiera vierta toda su bilis en una red social, pero la obligación de sus administradores debe ser la de detectarlos y eli­minar esos mensajes. Y la de las autoridades, hacer que las plataformas cumplan con su obligación. Hacer negocio con la putrefacción y el conflicto no es algo que se pueda consentir en una sociedad democrática.

Del mismo modo, tampoco puede ser que se permita la existencia de una plataforma en la que la gente permite que se la humille a cambio de dinero y mucho menos si, como ya ha sucedido, como producto de una de estas performances, muere alguien que pensó que estar doce días sin dormir a cambio de dinero era una buena idea.

Internet se parece cada vez más a un pozo de porquería y no a la red de intercambio de información y conocimiento con el que soñaron sus creadores.

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