Neveras

Voy a menudo a casa de mi hija, que se independizó hace un año, y cuando me quiero dar cuenta, resulta que estamos charlando y le he abierto la nevera y estoy mirando dentro. No lo hago desde un lugar inquisitivo y ni siquiera creo que le parezca extraño. Al menos, no se ha quejado nunca. Y no se me ocurriría juzgarle una elección o exigirle una carencia. Es un gesto hecho desde una curiosidad de inercia. Desde una intimidad de base. Desde la confianza preestablecida. Si lo pienso, me doy cuenta de que hacía lo mismo en casa de mis padres cuando era un niño, un adolescente o un adulto de visita. La intimidad y las neveras. La infancia y el embutido.

Nevera en un piso de alquiler

 

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Esto me lo decía un señor, en medio de una cena que todavía parecía de verano, y yo lo miraba, y evidentemente no puedo saber cómo lo miraba, porque yo era los ojos que miraban, sin perspectiva externa, pero me lo puedo imaginar. Lo observaba, estoy segura, con la mirada brillante, como si la idea de abrir una nevera fuera nueva para mí, gesticulando con las manos y levantando los brazos porque, le decía, no lo había intelectualizado hasta ese instante, pero yo también curioseo la nevera de mis padres cada vez que voy a verlos. En general no cojo nada. La mayor parte de las veces ni siquiera tengo hambre. Solo miro. Repaso los estantes. Automáticamente, sin pensar, como cuando todavía vivía en aquella casa. Y me digo, mmm, higos. O, tienen jamón serrano. O, ¡anda!, han comprado mortadela italiana, ¡toma ya!

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La amiga que estaba sentada a mi lado se puso a reír. Cogió aire para pedir turno de palabra. Revelación colectiva. Ella curiosea la nevera de su hermana gemela y viceversa, y a los maridos de ambas les ha costado años acostumbrarse. Si es que se han acostumbrado. ¿Por qué cuando viene a vernos tu hermana nos abre la nevera antes de decir hola? ¡Porque es mi hermana!

Otro comensal se echó las manos a la cabeza. Epifanía. Yo también lo hago, decía. En casa de mi madre. Y si lo analizo profundamente, mierda, creo que estoy buscando el embutido. Y no como embutido, soy vegetariano.

Finalmente, y un poco para frenar la catarsis general, un último comensal dijo que él no abría ninguna nevera que no fuera estrictamente la suya. Y yo no supe si sentir pena o respeto por su emancipación total.

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