Un escritor francés, en un libro reciente, cita al emperador e historiador romano Tácito, que, relatando la trayectoria militar de Pompeyo, señala que un jefe de los íberos dijo: “Cuando lo han destruido todo, los romanos lo llaman paz”. ¡Y eso en el año 72 antes de Cristo! ¡Esa era la paz de los muertos! Pero la paz solo es paz cuando es la paz de los vivos y para los vivos. Después de la destrucción no hay paz; únicamente hay un posible acuerdo para dejar de destruir lo que queda. ¡Un pacto para sobrevivir y nada más!
Saludamos con satisfacción un posible acuerdo sobre Gaza. Pero aceptamos que se edificará sobre una masacre que ha dejado más de 67.000 muertos. Ciertamente, no olvidamos ni menospreciamos a las 1.200 víctimas israelíes de la acción de Hamas del 7 de octubre de hace dos años. Un acto terrorista que representaba un cambio de escala, en especial con los rehenes como problema de una esencial sensibilidad. Pero la respuesta no podía ser la masacre y destrucción generalizada contra la población palestina. Esta barbarie, se llame como se llame, genocidio o crimen contra la humanidad, deslegitima la respuesta. Y son los muertos los que testimonian la obligación de pactar para defender a los que aún están vivos.
Se comprende que la reacción del mundo civilizado sea tan ampliamente mayoritaria. Lo que está en juego, en Gaza y Ucrania, es mucho más que una guerra. Son dos manifestaciones de un mismo problema e ignorar los derechos fundamentales de las personas, para disponer de su vida y su libertad, al servicio de objetivos que solo se pueden basar en ambiciones personales de carácter supremacista y fascistizante. Y, que nadie se llame a engaño, estas ambiciones desconocen y desprecian los valores de la paz y la libertad. En su boca la palabra paz tiene regusto de destrucción.
Seguramente, desde fuera del conflicto, las actuaciones para hacerle frente e intentar ponerle fin son más testimoniales que eficaces. Pero se ha de intentar: el silencio nos acerca a una vergonzosa complicidad; o, como mínimo, a la tolerancia o indiferencia. En Gaza y Ucrania los muertos hablan; más aún, gritan. Nos reclaman. Y sobre todo nos exigen que no aceptemos el juego cínico de hablar de pactos por la paz cuando se trata de alargar la destrucción, la miseria y la muerte de más gente. La paz para los vivos es para hoy; para ahora.
El acuerdo será difícil y su ejecución, todavía más; pero de entrada hay que parar la destrucción
Por otra parte, hay que ir con mucho cuidado. Esta situación, por su traumática excepcionalidad, repercute en todo el mundo. En Europa y aquí. Y provoca radicalización. Solo una reacción ampliamente compartida políticamente podrá amortiguar su impacto en la realidad social.
La paz es un valor que se entiende fácilmente; y asimismo no se entiende fácilmente que todo el mundo no la respete. O que se encuentren excusas o pretextos para cuestionar su defensa. Nada tendría que impedir que una amplia coincidencia acompañara la dirección política de la respuesta en todos los países europeos, España también, frente a esta situación.
¡La paz de los muertos reclama ahora la paz para los vivos! El acuerdo será difícil y su ejecución, todavía más. Pero, de entrada, hay que parar la destrucción; hace falta abrir una puerta a la esperanza y poner fin a la masacre. Ciertamente, eso depende de todo el mundo; no solo de Israel, también de Hamas y de Trump, que no domina la situación, y una Europa que va a remolque.
Y lo vivimos con angustia y tristeza. Todos nos jugamos mucho. Entre otras razones, porque lo que pase en Gaza influirá en toda la política del mundo y en Ucrania de manera muy significativa.
Si la paz para los vivos se abre camino, habrá que valorarlo, pero sabiendo que no todo se ha acabado. En cierta manera, se podría decir que empieza otra etapa llena de incertidumbres y evidentes riesgos. Sería importante que la paz gane y devuelva la esperanza de vivir para muchos que la sienten amenazada.
Será muy difícil construir un escenario de convivencia entre las partes en conflicto; demasiado drama, demasiados destrozos, demasiado odio. Pero desde fuera, hemos de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para facilitar que haya un clima más favorable. Y, en esta línea, el retorno de los rehenes y el fin de los bombardeos sería una contribución muy importante.
Eso sería empezar a construir, desde la paz de los muertos, la paz de los vivos.
