“Mala cosa es debatir, si no es con un sabio”, escribe en el siglo I a.C. Publio Sirio, un escritor romano que habría arrasado ahora en las redes con sus sentencias y máximas morales. Esta máxima concentra una crítica a debatir con el único fin de vencer al oponente, sin importar la verdad del argumento. El autor latino (nacido en Siria, de ahí su nombre) valora la búsqueda sincera de la sabiduría y desconfía de quienes emplean la oratoria solo para impresionar.
Dos mil años después, muchas veces seguimos sin encontrar al sabio, pero debatir, debatimos. Hay quien lo hace por costumbre. Otros, por deporte. Varios, por instinto: como si debatir fuera una forma de respirar. Da igual el tema: el VAR, o si la tortilla de patata tiene que llevar cebolla o no. Algunos no escuchan, no dudan, no ceden. Solo quieren tener razón. O mejor: que tú no la tengas.
Schopenhauer los conocía bien. En El arte de tener razón, en el XIX no enseña a pensar mejor, sino a parecer más listo. A recurrir al ingenio más que a la lógica, y al efecto más que al argumento. El texto es una colección de estratagemas, treinta y ocho en total, que funcionan como un manual de defensa dialéctica… o de ataque premeditado. Lo dijo sin rubor: la discusión busca la victoria. Lo hizo con intención irónica, claro.
Ya declaró la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría: “Es una pérdida de tiempo presentar los presupuestos sin apoyos”
Pedro Sánchez debería leer el libro de Schopenhauer porque hace suya la idea de que es mejor no debatir y ni siquiera intenta tener razón. Solo así se explica que no presente desde hace tres años la ley más importante, la ley de presupuestos. Las últimas cuentas aprobadas se presentaron el 6 de octubre del 2022, y pensará el presidente: “Solo hace tres años, no sé por qué a algunos les parece tan grave”. “Lo de menos es que los presupuestos sean de otra legislatura y de otra realidad social y política”, se dirá internamente. Ya declaró la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría: “Es una pérdida de tiempo presentar los presupuestos sin apoyos”.
Debatir interrumpe la agenda, complica el mensaje, genera titulares imprevisibles. ¿Escuchar al otro? ¿Responder con argumentos? ¿Y si alguien cambia de opinión? ¡Qué peligro! Por eso es mucho más práctico sustituir el debate por la declaración, la réplica por el tuit, la confrontación por el relato. Menos desgaste. Más eficacia.
Y es que, para qué debatir, si puedes decretar. Para qué someterse a la palabra, si puedes vivir por encima de ella. Además, debatir los presupuestos generales del Estado es cosa propia de la democracia.
