En la noche electoral del 3 de marzo de 1996, los simpatizantes del PP se agolpaban felices ante la calle Génova por la victoria de José María Aznar. De forma improvisada comenzaron a cantar: “¡Pujol, enano, habla castellano!”. CiU iba a ser un gran aliado de Aznar en la nueva legislatura y estos lemas podían ser contraproducentes. Entonces, un joven vallisoletano de 32 años, que ejercía de director de comunicación, encuentra la solución: “Yo mando subir la música a tope a ver si así no se oyen los cánticos y la prensa no se entera”. Era Miguel Ángel Rodríguez (MAR) y así lo dejó escrito en su libro Y Aznar llegó a presidente, en el que narra su estrategia para llevar al dirigente popular a la Moncloa.
Ahora MAR está haciendo el mismo papel con Isabel Díaz
Ayuso y ha tenido una gran influencia en la decisión del Supremo de condenar al fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz. Se podría decir que su misión en este caso ha sido la de poner una piel de plátano en el camino del jefe de los fiscales para provocar su caída. A partir de un bulo que MAR puso en circulación, la Fiscalía se vio obligada a emitir una nota de rectificación, lo que ha llevado ahora el Supremo a considerar que este comunicado inhabilita al fiscal general para el cargo por haber revelado datos reservados. Aunque inicialmente la acusación a García Ortiz se centraba en la filtración de un correo electrónico, al final el juez instructor incluyó como elemento incriminatorio también el comunicado de prensa que desmentía el bulo.
El director del Gabinete de Isabel Díaz Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez, a su salida del Tribunal Supremo
No había ninguna prueba que demostrase que García Ortiz
había filtrado el correo, por lo que su absolución era una salida probable. Sin embargo, el comunicado emitido por la Fiscalía sí era oficial. En defensa del acusado se podría decir que esta nota se emitió cuando todos los medios ya habían informado sobre el caso. Es igual. El Supremo lo ha visto así, con cinco votos a favor y dos en contra.
MAR lo ha vuelto a hacer. No importa que en el juicio reconociera falsedades –“soy periodista, no notario”–, que amenace a colegas o que juegue con los recursos publicitarios que le permite la Comunidad de Madrid. En el fango, no tiene rival. Y, si no, que se lo pregunten a Pablo Casado.