El siglo XX vivió la llegada de la informática, y su desarrollo ha sido tan contundente que en el siglo XXI ya es indispensable para todo. Todo se maneja con programas informáticos, desde la contabilidad de cualquier empresa hasta las infraestructuras de cualquier país. Sin informática no se pueden vender las entradas de un concierto, manejar el inventario de un supermercado, hacer una llamada telefónica, fabricar un coche, gestionar el sistema eléctrico de nuestra ciudad, concertar cita en la salud pública, matricularse en la universidad o publicar cada día este periódico.
Eso que llamamos digitalización en realidad consiste en el despliegue imparable de programas informáticos para todo. Todo depende del software, es decir, de la combinación de datos, algoritmos y computación, y la llegada de la inteligencia artificial no es más que un nuevo punto de inflexión, determinante, en esta evolución. Una nueva generación de software que acabará por integrarse en todo y sustituirá a todos los actuales programas. La informática se volverá inferencial y propositiva, y la usaremos para todo aún más que ahora.
Una nueva generación de software que acabará por integrarse en todo
Ante esta perspectiva hay quien reacciona con miedo y quien lo hace con esperanza. Los optimistas y los pesimistas, los que creen que esta tecnología forma parte de la solución y los que piensan que este viaje acabará en un desastre. Ambos bandos tienen argumentos para estar convencidos, pero ninguno de ellos debería pensar que el futuro ya está escrito. Es demasiado cómodo pensar que la suerte ya está echada. La única cosa cierta es que todo dependerá de lo que hagamos. Nuestra generación tiene una responsabilidad.
Hay mucho trabajo por hacer, y hay gente haciendo mucho trabajo. Como David Cabo, Eva Belmonte, Simona Levi, Jaime Gómez-Obregón, Albert Cuesta o Carlos Sánchez Almeida, algunos organizados desde entornos como Civio (civio.es), Xnet (xnet-x.net) o Accent Obert (accentobert.cat), pero sobre todo, dispuestos y comprometidos. Vigilando, molestando, proponiendo, actuando.
Cada vez que una tecnología ha influido en el diseño de la sociedad hemos necesitado un movimiento social para corregir los excesos. La revolución industrial necesitó los movimientos obreros para poner orden en las relaciones laborales, y nosotros deberemos iniciar un movimiento para poner orden en nuestra relación con los datos y la información. El primer sindicato nació cien años más tarde que la primera fábrica, así que es razonable que aún no veamos nada muy estructurado. Lo que sí hemos visto son los primeros mártires, como Julian Assange o Aaron Swartz, pagando un precio personal por empezar la defensa de nuevos derechos sociales pese a que la mayoría de sus coetáneos ni les reconoció ni les apoyó, como pasó con las primeras sufragistas o los primeros sindicalistas.
