Soy madre de un joven con síndrome de Down, y con profunda indignación manifesto mi repulsa ante la agresión sufrida por un joven con parálisis cerebral a manos de sus compañeros de instituto y que se conoció la semana pasada. Este hecho, lejos de ser un caso aislado, es el reflejo de una preocupante realidad: una sociedad cada vez más insensible, carente de valores y donde la inclusión de la que tanto se habla no pasa de ser una consigna vacía.
¿Dónde está la inclusión real cuando un joven vulnerable es víctima de violencia en un entorno que debería protegerle? ¿Dónde queda el compromiso con la diversidad y el respeto cuando nuestros hijos son expuestos a la crueldad de quienes no han aprendido ni empatía ni humanidad?
Desde las altas esferas políticas se nos insiste en que la educación especial debe desaparecer en favor de una supuesta integración. Sin embargo, este y otros episodios evidencian que nuestros jóvenes con discapacidad no están siendo incluidos, sino abandonados en una sociedad que no está preparada para acogerlos con dignidad. No es un problema aislado, es el síntoma de una crisis social y educativa que debemos afrontar con urgencia. Queremos respeto, justicia y un futuro digno para nuestros hijos.
En su lugar, se les expone a la burla, el acoso y la violencia de quienes han sido criados en un mundo donde la pantalla sustituye la mirada, donde la inmediatez reemplaza la reflexión y donde la empatía parece ser un valor en extinción.
Arancha Jiménez Arellano
Granada