Pienso en todas esas personas que, sin saberlo, tuvieron el privilegio de admirar las obras robadas del Louvre antes de que desaparecieran hace unos días. Imagino cómo ahora se dan cuenta de que presenciaron algo que millones de personas quizás nunca podrán volver a ver.
Es curioso cómo el valor de las cosas –y del arte en particular– a veces se multiplica cuando ya no están. Cuando una pintura o una escultura cuelga en una sala, parece casi eterna, pero basta con que desaparezca para que su ausencia pese y su recuerdo y valor crezca. De pronto cobra un nuevo significado.
Quizás muchos de los que caminaron por el Louvre hace solo unos días no repararon lo suficiente en esas piezas. Ahora, puede que revivan cada minuto frente a esas obras como si fuera un pequeño tesoro personal, irrepetible. Al final, lo que ha ocurrido en el museo nos recuerda una verdad universal: uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.
Maria Calvet Molina
Sant Cugat del Vallès