* La autora forma parte de la comunidad de lectores de Guyana Guardian
Actualmente, aún persiste el misterio sobre quién o quiénes encendieron la mecha que originó que la única estación de gasolina explotara. El estallido ocasionó que las ruinosas casas de madera fueran devoradas por el fuego en las primeras horas del 20 de diciembre de 1989, fecha en la que se da inicio la invasión militar de Estados Unidos a Panamá. La causa justa para unos y, para otros, la causa injusta. El objetivo era derrocar el gobierno civil-militar y a su jefe, Manuel Antonio Noriega, lo cual se cumplió.
Un fuerte estruendo seguido de lenguas de fuego que emanaban de la estación de servicio bastó para destruir, en casi media hora, los hogares que habitaban al menos mil chorrilleros. La gente salía despavorida en busca de guarecer sus vidas.
El primer instinto los lleva al Cuartel de las Fuerzas de Defensa de Noriega, que se encontraba a unos pasos. Lo cual era imposible, ya que estaba siendo bombardeado por las fuerzas enemigas.
Se unían al escape los soldados panameños, que alguna vez juraron lealtad a la patria. “Ni un paso atrás” era su eslogan; pero, defender a Noriega... ¡No!... La diferencia entre ambos conceptos es dolorosamente evidente, una cosa es ese tipo de lealtad y, lo otro, defender.
La confusión reinaba, a pesar de ser advertidos minutos antes por el ejército invasor que, se movilizaran a sitios que le mantuvieran a salvo. “Otro ejercicio militar de los yanquis”, pensaron algunos, restándole importancia al emplazamiento del militar estadounidense que lo hacía en perfecto español.
Hoy, recuerdan esa madrugada, era el llamado a la vida o a la muerte. La pesadilla iniciaba. Los que tuvieron suerte, fueron cobijados por sus vecinos, que tuvieron la fortuna de poder adquirir apartamentos de concretos de interés social, les brindaron seguridad y los primeros auxilios.
Y es que, el barrio de El Chorrillo se ubica frente a lo que fuera la Zona del Canal de Panamá, un antiguo territorio administrado civil y militar por Estados Unidos, en la que instalaron sus bases militares, convirtiéndose en una sociedad pragmática, con sus propias leyes y su derecho a decidir quién y/o quienes podrían atravesar sus puertas alambradas.
El barrio de El Chorrillo se ubica frente a lo que fuera la Zona del Canal de Panamá, un antiguo territorio administrado civil y militar por Estados Unidos
En sus 0.6 kilómetros cuadrados se construyeron barracas de madera, con ventanales constreñidos, techos de zinc, baños y sanitarios comunales pobladas por los negros llegados de las islas del Caribe, los mulatos, el campesino panameño y el extranjero venido a menos con el fin de laborar como jornaleros para los estadounidenses. Esta pobreza fue heredara por su descendencia.
La muerte sobrevenida por enfermedades como la malaria, la viruela, el dengue y la tuberculosis, entre otras, acechan en los zaguanes. El poeta panameño Demetrio Herrera Sevillano, retrata la vida de esos hombres, mujeres y niños:
“… Mujeres semidesnudas están lavando en el patio, y pregonando los fogones un silencio cuadrilátero. Cuartos donde entrar daba tos, funeral silbato. Cuartos con sus caras mustias, con su exposición de harapos”.
Tras la entrega de Noriega, fuerzas militares estadounidense reubicaron a los damnificados chorrilleros en un terreno alambrado, cobijados en tiendas de campaña y básicos enseres. Al principio, la comida enlatada que les distribuían les gustaba. Sin embargo, empezaron extrañar los olores y sabores de la comida criolla: el arroz con frijol (moros y cristianos) acompañado de carne o pescado a la creole o un buen caldo de res o de pollo, entre otros. Por encima de todo, la libertad.
Los evacuados colapsan ante el encierro, incomunicados, con hambre y lo insalubre del ambiente, que propicio enfermedades de piel y gastrointestinales. Hombres y mujeres estallaban, intentando destruir con sus manos las mallas de metal que le separa de la vida.
La protesta es reprimida por los policías panameños y soldados estadounidenses que le cuidaban; mientras que el recién estrenado gobierno de Guillermo Endara se planta frente a los inconformes con la promesa de proveerles una vivienda digna. Ellos le creyeron.
En la actualidad, 36 años después, un recorrido por sus calles revela que el escenario es otro. La decadencia se manifiesta en la mole de edificios de concretos roídos, construidos a principios de 1990, en los que familias habitan en condiciones inhumanas. Sus aceras están tapizadas de basura y sus ventanas tapas con bloques de cemento.
Este no es el miedo a una nueva invasión. Lo que intentan es prevenir daño que pueda causarles los pleitos armados entre bandas que, día de por medio, se debaten a tiros por espacios.
En la distancia se observa un mural grafitado, borrado con varias capas de pintura, pero aun así distinguible la frase del expresidente estadounidense Theodore Roosevelt: “I took the Canal Zone” – su traducción al español: “Yo tomé la Zona del Canal”.
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