El conflicto de las 32 camas del hospital de Teruel

El Buzón del Lector

Este verano se reducirá la oferta en el Obispo Polanco y en el San José se prevé cerrar una planta entera

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Camas hospitalarias.

Inma Sainz de Baranda

* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Uno de mis recuerdos más preciados ocurrió precisamente en el Hospital Obispo Polanco de Teruel. Yo tenía catorce años y mi abuelo Antonio fallecía a causa de un cáncer de pulmón. Llevaba ya años luchando contra la enfermedad y desde hacía algunos meses era ya claro que no le quedaba demasiado tiempo. En ese último período fueron cada vez más frecuentes los ingresos en el hospital. Es por eso por lo que muchos de los últimos recuerdos que tengo de él transcurrieron en sus habitaciones. 

El hospital está justo al lado del que era mi instituto, así que era habitual que en los recreos o entre extraescolar y extraescolar me acercara a visitarle. De aquellas visitas hay un recuerdo que guardo con especial intensidad.

Debía ser noviembre, quedaban pocas semanas para que falleciera. En la habitación que le había tocado en esa ocasión se veía el campo de fútbol Pinilla y bromeábamos con que él, fan leal del Teruel, podría ver los partidos desde la ventana. 

En aquellas últimas semanas mi abuelo estaba cansado y débil. La quimioterapia le había hecho perder mucho peso y su dificultad para respirar hacía que su cuerpo pareciera más frágil. Eran las seis de la tarde y el atardecer era de un color rosado y anaranjado. Él estaba sentado en la cama y yo me senté junto a él. Le cogí la mano, que se le notaba huesuda y venosa, pero cálida, y los dos contemplamos el atardecer en silencio. Los dos sabíamos que se iba a morir y quizá por eso evitábamos las palabras. 

No sé en qué pensaba él, quizá en que no quería marcharse o en que era agradable coger a su nieta de la mano o en que el cielo estaba realmente bonito. Yo pensaba en que no quería vivir en un mundo en el que no estuviera él, en que le echaría siempre profundamente de menos y en que siempre recordaría ese momento y lo evocaría cuando ya no estuviera para sentirle más cerca.

En Teruel, mi ciudad, la ciudad de mi abuelo, este verano se cerrarán 32 de las 240 camas de las que dispone el Hospital Obispo Polanco. En el Hospital San José cerrarán una planta entera. 

Pienso en los nietos que cada año se despiden de sus abuelos. Pienso en cuántas despedidas como la mía han vivido esas camas de hospital. Pienso en los hijos que acompañan a sus padres envejecidos al hospital, en cómo muchos pasan la noche en la habitación, tratando de conciliar el sueño en la silla, mientras su padre o su madre duermen en la cama. 

Pienso en las 32 camas que no son camas, que son personas. Pienso en las 32 personas que este verano acudirán al hospital debido a enfermedades o molestias que no podrán ser tratadas. Me pregunto qué ocurrirá con esas 32 personas, ¿se las enviará a Zaragoza? ¿Se las enviará a la capital para que allí les den los servicios que no les pueden dar en su propia ciudad?

Me pregunto qué ocurrirá con esas 32 personas, ¿se las enviará a Zaragoza? ¿Se las enviará a la capital para que allí les den los servicios que no tendrán en su ciudad?

Yo soy joven, tengo tan solo veinte años. Sin embargo, no ignoro que el tiempo pasa por todos y lo hará por mí y por mis familiares. De la misma forma que hace seis años despedí a mi abuelo cuando ambos estábamos sentados en la habitación del Hospital Obispo Polanco, dentro de muchos años, cuando pase el tiempo y con él las décadas, me gustaría poder acompañar a mis padres si algún día estos deben ingresar en el hospital. 

Y cuando pase todavía más el tiempo, me gustaría que mis hijos pudieran acompañarme a mí si algún día debiera ingresar en el hospital, y que pudiera tener una cama en la que sentarme y en la que mi nieto pudiera cogerme de la mano para despedirse de mí. 

Me gustaría que la sanidad pública en Teruel tuviera futuro. Me gustaría que los habitantes de esta ciudad y los pueblos que la rodean pudieran acudir al hospital y ser atendidos. Sin embargo, si a mis veinte años se quitan 32 camas de un hospital, no quiero imaginarme lo que ocurrirá a mis treinta, o a mis cuarenta.

El problema de llamar a la España de Teruel, o a la España de Soria, o a la España de tantos pueblos, la España “vaciada”, es que no está vacía, al contrario, está llena de personas como mi abuelo, que acudió al hospital con un cáncer de pulmón y se le asignó una cama, y en esa cama pudo ser tratada su enfermedad y pudimos acompañarle y despedirnos de él aquellos que le queríamos. 

El problema de llamar a la España de Teruel, o a la España de Soria, o a la España de tantos pueblos, la España “vaciada”, es que no está vacía

La España “vaciada” está llena de personas que ven como poco a poco, año tras año, se le quita a su provincia, a su ciudad y a sus pueblos los servicios más básicos, el más básico de los servicios, el servicio de la sanidad, de poder ser atendido cuando se enferma. La España “vaciada” está llena de personas que un día acudirán al hospital y encontrarán que no hay hospital, que se lo han llevado a la capital.

Como conclusión cabe preguntarse a quién corresponde cambiar esta situación. En comparación con sus vecinos franceses, los ciudadanos españoles pueden a veces ser acusados de actuar de manera pasiva respecto a las decisiones que toman sus políticos. 

Sin embargo, el pasado martes 3 de junio 2.500 turolenses se manifestaron en contra de este cierre de camas y en defensa de la sanidad pública de la ciudad. 

Corresponde ahora a los políticos, al Departamento de Sanidad del Gobierno de Aragón, velar por un servicio público, por un derecho como es la sanidad, por un acto tan básico como que aquel que acuda al hospital pueda ser atendido en esta ciudad de la España mal llamada vacía. 

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