* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Llevo un tiempo pensando en lo que quiero deciros, y en cómo quiero decíroslo. La distancia es una circunstancia verdaderamente singular, y en ocasiones puede llegar a provocar una disonancia vital casi insoportable. Pensar que personas absolutamente cercanas e indispensables están lejos y no pueden formar parte de la vida diaria es algo incomprensible. Os quiero con una amistad profunda, sois absolutamente esenciales para la persona en que me he convertido, y sin embargo no podré ver vuestros rostros a diario, ni podré escuchar vuestras voces a diario, ni podré formar parte de vuestra vida, al menos, no a diario.
Pienso en la frase con la que Oscar Wilde abre De profundis: “Suffering is one long moment. We cannot divide it by seasons”. Me pregunto si esta distancia que va a separarnos no será también así, un largo momento que no puede ser dividido en distintas estaciones.
En los próximos años, nos reuniremos todo lo que podamos. Sacaremos dinero de donde no haya para comprar los billetes de avión y tiempo que no tendremos para coger los vuelos. Durante los días en que podamos coincidir, año tras año, notaremos cómo comenzamos a cambiar de edad, cómo comenzamos a ser más maduros, no en el aspecto, por suerte, porque nuestros cuerpos aguantarán todavía durante unos años su insultante juventud, pero sí en nuestras palabras, en la forma de hablar, sobre todo, en los temas de los que hablemos.
Antes que en las arrugas, la adultez asomará en las conversaciones, en nuestras inquietudes y preocupaciones, que lo más probable es que aumenten con el tiempo.
Y, sin embargo, volveremos a tener veinte años, estoy segura. Cada vez que nos veamos será como si el tiempo no hubiera corrido por nosotros, como si estuviéramos todavía en una pequeña ciudad universitaria de Alemania, cantando Abba o Taylor Swift en el karaoke, o comiendo pizza en uno de los common rooms, o yendo a por café en la pausa de estudio de la biblioteca, o bañándonos en el río en una tarde de junio.
Antes que en las arrugas, la adultez asomará en las conversaciones, en nuestras inquietudes y preocupaciones
Seremos los unos para los otros una cápsula del tiempo. La poca frecuencia con la que podremos tratarnos hará que al vernos volvamos a ser jóvenes estudiantes universitarios, porque regresaremos al tiempo que compartimos juntos, y no a todos los meses o años que habremos pasado separados. Puedo imaginarnos con treinta o cuarenta años.
Nuestros rostros serán más adultos, seremos personas absolutamente distintas a quienes solíamos ser, tendremos otras preocupaciones, otras metas o prioridades, pero al brindar sostendremos las copas de vino con el mismo gesto, de la misma manera en que lo hacíamos a nuestros veinte años, y dará igual dónde estemos, si en Italia, o en Bélgica, o en Francia o en España, porque estaremos en realidad en aquella ciudad universitaria en la que nos conocimos por primera vez a nuestros veinte años.
Antes de venir a esta ciudad, pensaba que la lengua materna es el único hogar posible en términos de idioma, que por mucho que uno llegue a tener un gran dominio en lenguas extranjeras, la única lengua en la que se sentirá en casa será su lengua materna. Ahora sé que me equivocaba. Después de las conversaciones que he mantenido con vosotros, siento mi hogar en vuestras voces también.
Ya no es sólo la lengua castellana mi hogar, lo es también el italiano, y el alemán, y el inglés… Os llevo en la voz cada vez que en una lengua que antes era extranjera y ahora es familiar de pronto mis labios pronuncian una palabra que oí de los vuestros. Llevo las palabras de vuestras lenguas maternas como si fueran libros en mi mochila, bagaje que llevaré conmigo por siempre.
Ahora, para explicar quién soy, no podría hablar tan solo en español, tendría que hacerlo también en italiano y en alemán y en inglés, y encuentro esta circunstancia profundamente bella porque significa que, para explicar quién soy, tendría que explicar quienes sois vosotros. Tras el tiempo que hemos compartido, mi identidad queda por siempre ligada a vuestras lenguas, a vuestras voces y a vosotros.
Por eso la distancia es una circunstancia tan incomprensible y extraña. Es difícil pensar que no podré veros a diario, cuando a diario os llevo en el pensamiento y en la voz.
Es difícil pensar que no podré veros a diario, cuando a diario os llevo en el pensamiento y en la voz
Me vienen a la mente unos versos de Renato Zero: “Forse un giorno scopriremo che non ci siamo mai perduti” (Quizá algún día descubramos que nunca nos perdimos). Quizá es cierto, quizá un día, dentro de muchos años, al brindar con treinta o cuarenta o cincuenta años, pero con veinte en realidad, en cualquier sitio del mundo, pero en realidad en Bamberg, nos daremos cuenta de que nunca nos perdimos, de que, a pesar de la distancia, el tiempo compartido nos mantenía cerca para siempre.
Hasta que ese momento llegue y comprobemos si los versos de Renato Zero son o no ciertos, pienso en realidad en los versos de Los Manolos: “I feel you near me even when we are apart, just knowing you are in this world can warm my heart, friends for life not just a summer or a spring, amigos para siempre”.
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