El estilo político vintage (o demodé, eso depende de quien juzga) de Salvador Illa –institucionalidad, paciencia, sordina y el rumbo marcado hacia destinos posibles– ha logrado embolsarse un capital político más que notable con el anuncio de la ampliación del aeropuerto de Barcelona.
El presidente ha aterrizado en El Prat como ha querido. Y ha lanzado al electorado dos mensajes de lo más convenientes para sí mismo. Primero, el Govern toma decisiones. Segundo, en cuestiones capitales no van a secuestrarnos las minorías.
Pere Aragonès prefirió coger el balón con las manos y marcharse al vestuario
El desatascado aeroportuario tiene miga, pues actúa como revelado de la capacidad de maniobra y estado de ánimo de todas las formaciones políticas. Sus socios-opositores, Comuns y ERC, no tienen músculo para convertir su negativa al proyecto en una amenaza que pueda ser tomada en serio. Son gatos con las uñas cortadas. Así que en el frente de izquierdas las consecuencias van a ser de orden cosmético. Súmenle a ello que la oposición-oposición, muy en particular Junts, no tiene prácticamente nada que decir, más allá del estribillo sobre la gestión centralizada de Aena, porque están a favor de la ampliación.
Es entre esta amalgama de debilidad y desaparecidos que Illa y su Gobierno toman ventaja a pesar de la fragilidad parlamentaria que los acompaña. Con la decisión sobre el aeropuerto, el PSC se desquita, demostrando por la vía de los hechos que es el único corredor con dos piernas en la pista. Eso no le convierte en un velocista. Pero sí en el único capaz, escogiendo bien las carreras, de marcarse de vez en cuando un esprint. Un bípedo funcional entre cojos.

Salvador Illa
La conjunción socialista en el Estado, Ayuntamiento de Barcelona y Generalitat creaba condiciones óptimas para que, esta vez sí, alguien rematase a portería alguno de los balones templados que el presidente de Aena, Maurici Lucena, venía centrando incansablemente. Pudo hacerlo en su día Pere Aragonés, pero prefirió coger el balón con las manos y marcharse al vestuario. Illa y su partido conocen mejor las reglas del oficio: los goles se marcan en el marco contrario, no en el propio.
Merecen respeto los apocalípticos climáticos y los conservacionistas que creen con sinceridad lo que predican. Hay una insalvable contradicción entre el discurso casi hegemónico sobre el cambio climático y una apuesta convencida por más aviones y más pasajeros. Merece menos respeto la hipocresía multitudinaria de apuntarse a una cosa y la contraria. Como si fuera posible quedarse solo con la carne sin prestar atención a los huesos. Hay reglas que siguen siendo universales. Una tortilla sigue exigiendo romper huevos. En este caso, huevos ambientales. Y a los desmemoriados habrá que recordarles que la mayoría de los catalanes votaron tortilla en el menú.
La otra crítica al proyecto es de acento marcadamente clasista. La ampliación es una cosa de élites y personajes oscuros con intereses únicamente económicos, afirman los pretendidos sans-culottes del siglo XXI, muchos de los cuales este verano se perderán por el mundo montados en un avión. Olvidan que la competitividad de un país, algo de lo que acabamos beneficiándonos todos, se juega especialmente en el campo de la conectividad. A pesar de la pulsión proteccionista en alza en las urnas, el conocimiento y el dinero van a seguir globalizados. Así que era necesario clavar los dos pies en el mundo.
Aun así, conviene frenar a quien pretenda emborracharse de optimismo. En el 2033 tendremos aviones muy muy grandes para ir muy muy lejos. Pero la competitividad y la conectividad no solo, ni sobre todo, se juega en el aire. Catalunya ha perdido la principal vía rápida por carretera (la AP-7) y cuenta con un servicio de trenes de cercanías que sirve diariamente imágenes tercermundistas.
Como Illa solo gobierna desde hace diez meses, no puede haber todavía reproches a su Gobierno que puedan resultar sinceros y creíbles sobre ambas cuestiones. Pero el tiempo pasa rápido. Carreteras y trenes son mucho menos glamurosos que los aeropuertos, pero resultan más necesarios y urgentes para mucha más gente. PSOE y PSC tienen ahí un examen más difícil que el de El Prat. El aprobado no será tan fácil.