Antonio de Guevara, uno de los maestros del ensayismo español, segundón del linaje de los Guevara y Oñate y, por tanto, orillado por la inmisericorde ley del mayorazgo y encaminado, merced al influyente tercio sanguíneo, a la diócesis gallega de Mondoñedo, de la que sería obispo ocho años, estimaba –apoyándose en Plutarco– que la ira es un sentimiento cargado de privilegios y, en consecuencia, fértil para el ejercicio de la política.
Primera ventaja: aquel que proyecta su ira contra los demás no necesita amigos. Tampoco socios o aliados. Su propia soberbia le basta. Segunda prerrogativa: “Pueden tener desenfrenada la lengua para decir a cada palabra una malicia”. Y cláusula tercia: “El iracundo puede enojarse a la menor ocasión y no admitir nunca razón alguna”. Todas parecen ventajas.
Guevara, instructor regio y escritor oculto tras muchos de los discursos del emperador Carlos V, se había criado en la corte, aprendiendo en ella tanto los vicios (públicos) como las escasas virtudes (privadas) dominantes. Sus escritos, llenos de latines, describen una forma primitiva de populismo muchos siglos antes de su enunciación formal como fenómeno político.

El líder de Vox, Santiago Abascal, interviene durante la cumbre ‘Patriots’, en Hotel Marriott Auditorium, a 8 de febrero de 2025
Asombrosamente, también sirven para entender los motivos por los que Vox, según los sondeos, es en estos momentos el partido con mayor fidelidad e intención de voto entre los electores con menos de 45 años.
Los ultramontanos accedieron por vez primera a las instituciones españolas en Andalucía. Sucedió en 2018. Su irrupción facilitó la salida del poder de los socialistas tras casi cuatro décadas de hegemonía en el Sur de España.

Santiago Abascal, en un mitin de Vox en Murcia, 2018
Desde el parteaguas del 15M, cuando aparecieron Podemos y Ciudadanos, Vox es el único nuevo partido que mantiene un suelo electoral estable. Cs se suicidó y Podemos se convirtió en secta. Los ultramontanos, sin dejar de ser minoría, se acomodaron en uno de los extremos del tablero político a la espera de que la segunda crisis del bipartidismo les hiciera ganar adeptos.
Y lo están consiguiendo gracias a la segunda vuelta de tuerca en el proceso de declive del turnismo de la Transición. La izquierda extrema se encuentra atomizada en un sinfín de marcas políticas residuales, o ligadas al factor territorial, mientras que a la diestra del PP el voto conservador y muchos electores antisistema, especialmente jóvenes, con independencia de su procedencia sociológica, van sumándose al populismo en crudo de Vox.

Santiago Abascal en un acto político en la Plaza Nueva de Sevilla en 2021
Al contrario que Podemos y Cs, el partido ultramontano cuenta con estructura territorial para no diluirse tras las sucesivas fiebres electorales. No es de extrañar que los presidentes de Andalucía y Castilla-León, ambos del PP, estén predispuestos a adelantar la fecha de sus elecciones regionales en el hipotético caso de que Sánchez haga lo mismo en el ámbito estatal.
No les mueve sólo la intención de que ambas convocatorias se conviertan en un plebiscito contra Sánchez, ahorrándose de paso el examen sobre su gestión. También les apremia el tiempo –y la intuición– de que cuanto más meses pasen el grado de dependencia del PP ante Vox puede ser mayor.
Fernández Mañueco gobierna en solitario desde hace un año, cuando Vox optó por salir de todos los gobiernos autonómicos en un órdago para que Génova se sumase a su obscena campaña contra la inmigración. En Andalucía los ultramontanos no han gobernado, pero sin su colaboración Moreno Bonilla no hubiera sido investido presidente hace ahora siete años.
El PP andaluz teme, si esta tendencia generacional que señalan los sondeos se acentúa, que quizás tengan que volver a lidiar de nuevo con el partido de Abascal si las cosas se tuercen y no renuevan su actual mayoría absoluta.

Cartel de propaganda de Vox contra la supuesta 'islamización' de Almería
El riesgo existe. No es una hipótesis, aunque de momento sea mayor en provincias como Huelva o Almería, con más presencia de inmigrantes, o en comarcas de la Andalucía interior, cuya economía va a verse afectada por los recortes de la Política Agraria Europea (PAC). En estos ámbitos sociales es donde va a dirimirse la guerra entre las derechas meridionales.
El PP concurre a esta batalla sabiendo que su capacidad para atraer votos ajenos (los situados en la siempre oscilante indefinición del centro) está agotada y que su flanco diestro presenta más fisuras que el siniestro.
San Telmo se ha preocupado de no dar a conocer los datos territoriales de su último barómetro electoral. La omisión tiene una explicación: señala los posibles talones de Aquiles (además de la sanidad) de Moreno Bonilla.
Basta, sin embargo, con analizar este sondeo –al margen de la asignación de votos y escaños– para constatar que las bolsas electorales antisistema en Andalucía, que son el caladero tradicional de votos de Vox, han crecido.
Más de un tercio de los encuestados, por ejemplo, señala a los políticos como el gran problema de España. A continuación aparecen la vivienda y el paro. Después se identifica a Pedro Sánchez como otro problema –el cuarto– y, acto seguido, aparece la gran obsesión de Vox: la inmigración.
Los elementos ambientales desmienten el relato esencial de las izquierdas: el aumento de la extrema derecha sólo preocupa al 1,8% de los sondeados y un pacto PP-Vox en España apenas inquieta al 0,2% de los encuestados.

Moreno Bonilla conversa con la candidata de Vox en las autonómicas de 2022, Macarena Olona, en el Parlamento de las Cinco Llagas
El partido de Abascal aparece en segundo lugar –detrás del PP, por delante del PSOE– cuando se pregunta a los ciudadanos quién creen que resolvería los problemas del país. La distancia entre el PP y Vox aquí es de 6 puntos.
El hundimiento del PSOE en Andalucía es un hecho. Lo evidencia que los ultramontanos, que hasta 2018 no estaban en el Parlamento, son ya el tercer partido que los encuestados identifican como el que “mejor respuesta daría a los problemas de la autonomía”. A punto y medio de los socialistas.

Santiago Abascal Giorgia Meloni Jorge Buxadé en el mitín de Vox en Marbella
Entre el PSOE y Vox, que aún no ha elegido candidato para las elecciones meridionales, existe un empate cuando a los electores se les requiere su opinión sobre qué partido consideran que puede ayudarles con sus “problemas personales”, si bien esta opinión debe ser interpretada con prudencia: el grado de rechazo de la clase política suma hasta un 40%.
El Quirinale sabe que el torneo de las próximas elecciones –coincidan o no con la generales– no va a librarse en términos ideológicos (derechas contra izquierdas), ni personal (hacer caer a Sánchez). La batalla capital es otra. ¿Puede convertirse Vox –primero en Andalucía y después en España– en una alternativa real al PP en lugar de limitarse a ser únicamente su muleta?