El odio no descansa

Opinión

Agosto aún es, para muchos, la gran pausa del calendario. Esa época del año en la que incluso la política parece bajar el volumen, aunque solo sea un poco. Pero hay quienes nunca descansan. No solo porque no quieran, sino porque no sabrían cómo hacerlo. La causa está clara: de un carácter no se descansa. Y si ese talante está amasado con un sustrato de odio, lo que encontramos es precisamente esto: que mientras unos buscan aire en la playa o refugio en la montaña, otros persisten, incansables, en su afán de señalar, dividir y azuzar.

Estas últimas semanas lo hemos visto con un episodio (uno más) de discriminación lingüística. Y, como también se ha hecho costumbre, el conflicto no solo ha servido para tensar la cuerda entre catalanohablantes y quienes ven el catalán como una molestia, sino que también ha servido para que algunos independentistas se acusen entre sí de tibieza, de exceso de pragmatismo o de irresponsabilidad. La historia ya la sabemos: ante una injusticia con el uso de la lengua, unos cuantos catalanistas concluyen que la culpa es de otros como ellos, quizá no tan puros, quizá no tan combativos. Un clásico. Un error también clásico. Y una muestra de cómo, a menudo, en mil y una batallas, aquí el tiro no va hacia fuera, sino que sale por la culata. Porque de un talante no se descansa, y el catalán, para bien y para mal, es pródigo en convertir la autocrítica en autoflagelación.

Algunos independentistas y el PP no saben resistirse a su propia tentación

Mientras tanto, a escala española, otra versión del mismo vicio. Los incendios, devastadores, han vuelto a golpear varias comunidades. Y la reacción, lejos de ser unánime en torno a la necesidad de gestionar la tragedia con responsabilidad, ha vuelto a sonar al viejo ruido: el de Goya en su cuadro con dos hombres aporreándose la cabeza con garrotes mientras se hunden en el barro. El PP, incapaz de resistirse a su propia tentación, no ha encontrado mejor recurso que cargar contra Pedro Sánchez y su gobierno. Y no con críticas razonadas o propuestas plausibles, sino con exigencias imposibles, como reclamar medios aéreos que no posee ni siquiera la Unión Europea. No importa tanto la solución como la bronca. Porque, de nuevo, el odio no descansa.

En Catalunya y en España. En lo identitario y en lo partidista. Un mismo patrón: cuando la dificultad asoma, cuando la adversidad aprieta, en vez de sumar esfuerzos se reavivan recelos. Cuando la lógica pediría hombro con hombro, se impone el dedo acusador. La mirada corta. El combate eterno con uno mismo.

La mitología griega, tan generosa en espejos de la condición humana, nos legó la historia de Sísifo. Condenado a empujar eternamente una roca montaña arriba, solo para verla rodar de nuevo hacia abajo. Algo de eso late aquí: el esfuerzo colectivo, que debería servir para avanzar, acaba estrellándose en el mismo punto, una y otra vez, porque el odio siempre encuentra la manera de hacerse presente. Y así seguimos: en agosto, en diciembre, en pleno curso o en vacaciones. Porque, ya lo sabemos, el odio no descansa.

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