El domingo apareció un fantasma en Catalunya. No vestía la sábana blanca que el imaginario popular atribuye como vestimenta a los espectros. Iba cubierto con las páginas de La Vanguardia en las que podían leerse los resultados de una encuesta del propio periódico que atribuía a Aliança Catalana 19 escaños y 16 a Vox (ahora tienen 2 y 11, respectivamente) en el caso de celebrarse ahora unas hipotéticas elecciones al Parlament. El susto no acababa ahí. El PSC, que monopoliza la totalidad del engranaje institucional en estos momentos, se situaba en ese estudio a la baja, perdiendo Salvador Illa un total de seis diputados.
Pero los titulares y el monopolio de las tertulias se los llevó la meteórica ascensión de la derecha radical, en especial la que viste barretina y espardenyes . Aunque todo ello, también el retroceso del PSC, sean en realidad ingredientes del mismo cóctel de malestar que empapa el cuerpo social de Catalunya, como hace lo propio en España, Europa o Estados Unidos.
En Catalunya uno de cada cuatro diputados puede ser para la ultraderecha
La encuesta mereció aplausos, indiferencias y desprecios. Hasta hubo quien quiso ver en ella una conspiración, aunque no sepamos para qué. Será que el nerviosismo es muy mal compañero de viaje. Pero tampoco hay para tanto. A fin de cuentas, en los partidos este fantasma es de sobras conocido, casi un amigo, pues es el mismo que se aparece constantemente en sus propias investigaciones y proyecciones demoscópicas.
La encuesta lo que dice es lo siguiente: lo que hasta hace nada era inimaginable va camino de hacerse realidad. Catalunya se europeíza en el sentido más literal y presentista del término. O lo que es lo mismo, se derechiza a velocidad de vértigo y lo hace a lomos de las opciones más radicales. El efecto de los cordones sanitarios practicados hasta la fecha, ya se va viendo, es el mismo que el de ponerse una zanahoria en la cabeza para prevenir un aneurisma. Uhhhh!, grita el fantasma: en Catalunya, uno de cada cuatro diputados puede ser para la ultraderecha. Más del 24% de los sufragios.

Sílvia Orriols en la Diada
Inmigración, nerviosismo creciente entre las clases medias y populares por el temor al desclasamiento hacia abajo, y la sensación de navegar sin rumbo entre las generaciones más jóvenes. O lo que es lo mismo, cambios radicales en el paisaje humano, empeoramiento de las condiciones materiales de vida de un porcentaje elevado de la población y la convicción, entre los de menor edad, de que las reglas del juego que han heredado les perjudican y deben apostar por la radicalidad para cambiarlas.
He aquí el trípode de causas –hay más, pero no son más que variaciones– sobre el que se asienta el fenómeno. El diagnóstico está hecho desde hace años (lean, si tienen tiempo, a Patrick J. Deneen: ¿Por qué ha fracasado el liberalismo? ), pero lo más que llega a ofrecerse como solución al cada vez mayor número de ciudadanos descontentos es un laconismo del tipo “podría ser peor” y una invitación a la resignación y al conformismo ante lo inevitable.
Pero qué es lo inevitable. Pues, según le escuchamos explícita o implícitamente a la política sistémica y convencional, todo aquello que está provocando este desaguisado. Más inmigración: no queda otro remedio. Mayor concentración de la riqueza: así son las reglas del libre mercado. Más dificultades para que el joven pueda emprender un proyecto de vida sin la ayuda de su familia: ni buenos salarios, ni vivienda a precios razonables, ni posibilidades de escalar socialmente sin unas inversiones cada vez mayores en educación exclusivista y padres que paguen la fiesta.
La paradoja es fácil de advertir. Las cuestiones que están provocando el desplazamiento de grupos de ciudadanos hacia las opciones políticas más disruptivas y antisistema resultan inatacables, casi inabordables, desde la política convencional.
Vistas así las cosas, según qué proyecciones electorales no resultan tan sorpresivas. El fantasma no nos visita porque sí, al fantasma se le ha invocado y se sigue invocándolo.
Y así será mientras se siga tratando de racistas o etnicistas a quienes solo quieren vivir en un lugar que les siga resultando reconocible. O mientras se mantenga en lo alto el riesgo de desclasamiento hacia abajo de las clases medias y populares. Y también mientras se incumplan cláusulas básicas del contrato social con los jóvenes. Sobre todo aquella no escrita que dice que si pones de tu parte todo aquello que hay que poner, obtendrás la justa recompensa. A sants i a minyons no prometis si no dons.