¿Hace falta un padre y una madre para formar una familia? ¿Los hijos de padres gays o madres lesbianas serán también LGTBI? ¿Sufren más acoso en el colegio? Júlia Salander, analista de datos y especialista en ciencias políticas (@salander33), y Vicente Molina, padre adoptivo y creador de contenido sobre diversidad familiar (@nuestro.hilo.rojo), han escuchado estas preguntas más veces de las que les gustaría. Por eso han decidido responder alto y claro, desmontando con argumentos y experiencia propia los mitos más extendidos sobre las familias homoparentales.
“Vamos a desmontar tres mitos que son muy comunes”, dice Salander al inicio del vídeo que comparten en redes sociales. Lo hacen con cercanía, con datos y desde la experiencia real: ella, analista de datos y politóloga feminista; él, padre homosexual por adopción. Dos voces distintas con un mismo mensaje: la orientación de los padres no define ni limita la de sus hijos, pero sí puede influir en su capacidad para convivir con respeto y sin prejuicios.
Homoparentalidad
“No es quién educa, sino cómo se educa”
El primer mito que desmontan es también el más repetido: que una familia debe estar formada por un hombre y una mujer. Molina lo rebate con contundencia: “El concepto de familia es mucho más amplio. Lo importante es cómo se educa, no quién educa”. Para Salander, esta idea no solo es errónea, sino que arrastra un fondo sexista: “Esperar que una mujer solo cuide y que un hombre solo juegue, con roles súper definidos y estancos, es profundamente limitante”.
Tampoco aceptan la suposición de que los hijos de familias homoparentales tendrán necesariamente una orientación LGTBI. “¿Y qué problema hay?”, lanza Salander. Molina añade: “Ese mito no tiene ningún sentido, además de que es homófobo. Como si ser gay o lesbiana fuera algo negativo”.
El problema no es tener dos padres o dos madres. El problema es vivir en una sociedad homófoba”
Ambos coinciden en que, si algo define a los niños criados en hogares diversos, es una menor carga de prejuicios y una mayor naturalidad para hablar de lo que otros aún consideran tabú. “Tienen menos prejuicios, menos tabús y son menos homófobos. Pero eso no significa que tengan que ser gays, lesbianas o bisexuales”, matiza Molina.
El tercer y último mito es quizá el más doloroso: que estos niños y niñas sufren más acoso escolar. “Cualquier persona que se salga de la norma será objeto de recibir bullying, acoso o violencia”, apunta Molina. Y Salander lo tiene claro: “El problema nunca es de la víctima. El problema no es que yo sea lesbiana, es que tú eres homófobo”.
Porque el verdadero foco no está en la estructura familiar, sino en la mirada que la juzga. El acoso no nace de tener dos madres o dos padres, sino del rechazo social hacia lo que se percibe como diferente. Por eso, visibilizar modelos diversos, romper estereotipos y nombrar lo que aún incomoda es una forma de protección para las próximas generaciones. La diversidad no hiere: lo que hiere es no dejarla existir.

