Lejos de las estampas bucólicas de trabajar al aire libre rodeados de naturaleza y animales, el día a día en una explotación ganadera es ininterrumpido. “Con las vacas no hay vida. No son ocho horas, no son sábados y domingos. Te puede parir una vaca un domingo por la mañana y tienes que venir de todas formas”, asegura Jaume, ganadero de vacuno entrevistado por el canal de Adrián G. Martín. Sus palabras son una mezcla de resignación y orgullo, pero dan en la clave de por qué muchos jóvenes hoy dan la espalda a un oficio que fue el sustento de sus padres y abuelos.
El campo se queda sin tiempo
“No es un negocio que puedas decir, no, yo el viernes a las tres cierro, apago la luz y aquí hay gasto cero”, añade Jaume. Porque no se trata sólo de tiempo: hay una dependencia constante de los animales, que comen todos los días, enferman, paren… y no entienden de festivos ni horarios. Una realidad que se ha convertido en una crisis que es tangible, urgente y compleja.
Pedro y Estefanía, pastores en León con más de 900 ovejas, comparten una rutina que parece sacada de otra época. “A mí estar con mi familia me gusta, pero claro, no se puede estar a todo. No puedes estar a la familia, estar en el trabajo, tener dinero para el coche, para los estudios de una, los estudios de la otra…”, explica Pedro en un testimonio recogido por el medio local ILEON.COM. Y concluye, sin rodeos: “Esto es sobrevivir, porque es llegar a fin de mes y fuera”.
Pero no es el único testimonio de la provincia: “Hoy en día la gente quiere sus ocho horas y fines de semana libre y vacaciones y aquí eso no existe”, puntualiza Violeta Alegre, de la Ganadería Fial. La ganadería requiere una implicación total y deja poco margen para la conciliación o el descanso. La ecuación es insostenible para muchos jóvenes que, pese al arraigo, prefieren buscar oficios menos sacrificados.
Una cuestión recurrente en la mayoría de las experiencia es la falta de motivación de las nuevas generaciones. Pedro lo explica con claridad: “Tengo muchos compañeros que están para jubilarse y sus hijos no quieren saber nada. La gente está ya muy cansada porque ve que todo sube, pero lo de él no sube. Aunque suba, los gastos cada vez son más grandes y el trabajo es mucho”.
No es sólo una cuestión de esfuerzo físico. La incertidumbre, los ataques de fauna salvaje, los precios inestables del forraje, las nuevas normativas y el aislamiento social son factores que, acumulados, dibujan un panorama desalentador. Y es precisamente en ese escenario donde testimonios como el de Jaume ayudan a entender que el problema no es sólo económico, sino también humano y generacional. El oficio de pastor o ganadero, aunque profundamente vocacional, necesita algo más que pasión para sostenerse en el tiempo.


