Ana, 22 años, estudiante de Mina: “Cuando lo dejé me sentí fracasada y pensaba que no podría volver a estudiar nunca más, pero no era así”

Educación

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Ana Heredia estudia ahora un ciclo superior de educación infantil

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El concepto ”abandono escolar prematuro” está rodeado de una serie de connotaciones negativas que pueden conducir a dibujar una imagen estereotipada de un joven sin aspiraciones, desinteresado en los estudios o sin capacidades. En Catalunya, la tasa de abandono prematuro es del 13,7%, cifra que está muy por encima de la media europea que se sitúa en 9,3, según datos del Instituto Catalán de Estadística (Idescat). Detrás de este porcentaje hay miles de jóvenes catalanes con realidades complejas y diversas que desmenuzan estos clichés. Uno de estos casos es el de Ana Heredia, una joven de 22 años y vecina de Mina, que no pensaba que ella acabaría con esta etiqueta.

Ana tiene un entorno que le ha alentado a estudiar y era una alumna que sacaba buenas notas. Entonces, ¿cómo dejó los estudios? “Después de una intervención, acabé teniendo sepsis y eso hizo que se complicara mucho mi recuperación”, explica la joven. Lo que empezó como una intervención relativamente sencilla terminó en un problema de salud que la llevó a una decisión que nunca se veía tomando: dejar el ciclo de grado superior de educación infantil.

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Esta decisión esquivó la imagen de buena estudiante que tenía de sí misma y un nuevo adjetivo empezó a ocupar su mente: fracasada. “Al principio se me hacía un mundo, lloré mucho y me sentí fatal. Pero con el tiempo saqué fuerzas y lo vi diferente. No pasa nada si tardo más en sacarme el ciclo”, concluye la joven, que ha reanudado sus estudios. Ana subraya que lo que le parecía definitivo, ha acabado siendo una parte más de su formación académica y anima a todo el mundo a no tirar la toalla en el ámbito académico.

Salud y estudios

“Empecé el ciclo con muchas ganas y tenía notables, pero tuve un problema grave de salud ”, recuerda la joven, que detalla: “Me intervinieron porque tenía un tumor en el ovario. La cosa no salió tan bien como esperábamos, desarrollé una sepsis por una bacteria del quirófano”. Todo ello hizo que su asistencia a clase cayera en picado. Decidida a sacar el curso adelante, cuando pudo se reincorporó a las clases, pero el daño ya estaba hecho.

Ana vio que en su estado no podría enfrentar los exámenes regulares. “Aún tenía las heridas para curar y no estaba recuperada del todo. Hablé con los tutores para intentar no realizar los exámenes teóricos y hacer trabajos, que fueran extensos y todo lo necesario, pero no estaba ni física ni mentalmente preparada para afrontar este método de evaluación”, explica.

Pensé que no podría volver a estudiar. Pensaba que había fracasado

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Ana pensó que no sería capaz de reanudar sus estudios

Ana pensó que no sería capaz de reanudar sus estudios

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Sin embargo, se halló con una negativa rotunda. “Me dijeron que no, que el currículum no lo permitía y que todo debía pasar por exámenes teóricos. No he estado de vacaciones, he estado recuperándome, hecha polvo y con fiebre”, lamenta Ana con frustración. La joven apunta a que el sistema educativo puede ser inflexible con las condiciones de salud de los estudiantes, y reivindica que se dé valor a la vida.

Sobrepasada por su recuperación y evaluación del curso, Ana se vio sin opciones. Al tiempo que le supuso esta falta de flexibilidad del sistema educativo se le añadió una condición material: “Además, la beca que me habían dado la perdería”. Con todo se encontró tomando una decisión que no esperaba: dejar los estudios.

La importancia de no tirar la toalla

“Mi madre y mi padre fueron comprensivos y me dijeron: 'Cuando encuentres las fuerzas, vuelves a empezar, nosotros te apoyaremos'”, recuerda Ana. Pese a los ánimos de su familia, la joven sentía que había fracasado y, sobre todo, que no había vuelta atrás. “Pensé que no podría volver a estudiar. Pensaba que había fracasado, que no había hecho suficiente, que no era suficientemente lista. Pero no era así”, lamenta.

Me he encontrado con profesores que me han mirado con superioridad por ser gitana

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El peso de la etiqueta de haber dejado los estudios le acompañó un tiempo. No es la primera etiqueta a la que se había reducido Ana, pero sí tuvo un impacto más profundo. “Me he encontrado con profesores que me han mirado con superioridad por ser gitana. Me han llegado a decir: 'Qué raro que siendo gitana te dejen estudiar y no estés casada ya'. Pero a todo esto siempre he respondido respetuosamente y he dejado que mis actos demostraran que se podían equivocar. Eso sí, puede haber otra niña gitana que se encuentre con estos comentarios y acabe dejando los estudios. A mí no me afectaba, porque sé que mi entorno siempre ha estado conmigo”, añade.

De hecho, fue gracias a ese entorno que volvió a estudiar. “La Fundación Pere Closa me ayudó a ver que podía volver”, afirma la joven, que destaca la labor de la entidad en la formación y promoción del pueblo gitano en Catalunya. De hecho, ahora es voluntaria. “La gente de la fundación hablaba mucho conmigo y poco a poco me encontraba mejor. Tenía más ánimos y un día mi novio miraba cosas de su carrera y en la web había un anuncio de mi ciclo superior”, detalla Ana, que recuerda ese momento como el que la empujó a reanudar la formación.

La sensación de que su decisión era permanente se ha desvanecido y ahora incluso comparte su caso en la campaña Zero Abandonament, iniciativa de la Fundación Bofill. “Si alguna persona siente que tiene que parar, debe pensar que siempre hay tiempo para recuperarse y volver a estudiar. Al final en la vida debemos tener un trabajo y es mejor esforzarse por poder trabajar de algo que te guste”, concluye Ana.

Este artículo fue publicado originalmente en RAC1.

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