Mar España no deja lugar a dudas. “Comprueben cuántas aplicaciones tienen acceso al micrófono”, recomienda la exdirectora de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), al ser preguntada por una de las leyendas urbanas más repetidas en la era de los smartphones: ¿nos escuchan los móviles? Su respuesta, lejos de ser una negación rotunda, abre la puerta a una reflexión mucho más incómoda: no es magia, es ingeniería.
Durante su intervención en el programa A vivir que son dos días de la Cadena SER, Mar España explicó que existen mecanismos de inteligencia artificial contratados para mejorar algoritmos mediante la escucha de conversaciones reales. Una práctica que, según indica, se ampara en una frase tan ambigua como peligrosa: “mejorar tu experiencia de usuario”. Un “mantra”, afirma, que parece justificarlo todo.
Las apps no te espían… si no les das permiso
Privacidad perdida, infancia expuesta
“La privacidad es como la salud, no la valoramos hasta que la perdemos”, insistió España. Y si hay un colectivo que está pagando el precio de esta digitalización precoz es el de los menores. Durante su etapa al frente de la AEPD, las reclamaciones relacionadas con menores fueron una prioridad, tanto por su impacto emocional como por las situaciones dramáticas que revelaban. “Jamás me imaginé que una adolescente me escribiría para dar las gracias tras haber retirado un vídeo sexual difundido sin su consentimiento”, recuerda.
En los últimos años, el acceso a internet desde edades cada vez más tempranas ha disparado comportamientos que, en palabras de España, “no son propios de una infancia sana”. Cita como referencia las recomendaciones de la Asociación Española de Pediatría, que aboga por cero consumo de pantallas hasta los seis años, incluida la televisión.
Ninguna familia daría tabaco a un niño. Pues tampoco pantallas”
La exdirectora pide dar el salto en conciencia social y asimilar que, así como se protegen a los niños del alcohol, el tabaco o las drogas, también hay que blindarlos frente a los riesgos digitales. Sugiere que se comience a informar desde las consultas pediátricas sobre los efectos que las pantallas pueden tener en la salud física, mental y neurológica de los menores.
Además, se muestra partidaria de elevar la edad mínima de acceso a redes sociales a los 16 años, ya que en la adolescencia aún se está formando la personalidad, los valores y la empatía. “No podemos dejarles barra libre de horas en internet. Hay que acompañarlos en ese proceso”, señala.
“Estamos más conectados, pero también con índices de ansiedad más altos”, advierte Mar España. Lo atribuye a los patrones adictivos utilizados por la industria digital, que conoce perfectamente nuestros hábitos, contactos y consumos, y que lanza mensajes personalizados capaces de captar nuestra atención involuntaria.
Detrás del diseño de muchas aplicaciones y redes sociales hay equipos de neuromarketing especializados en activar el circuito de la recompensa, explica. “Cada vez que recibimos un like, se eleva la dopamina. Pero cada vez necesitamos más para lograr la misma satisfacción.” El scroll infinito, por ejemplo, es una herramienta pensada para que no podamos parar. Literalmente.