A Isabel Albendea le gustaría no aparecer en este reportaje y que todo el protagonismo recayera en la Fundación Villavecchia y en los niños a los que ayuda, jóvenes con cáncer, algunos en fases muy avanzadas. Pero es imposible hablar de esta institución sin hablar de ella. Isabel, que cumplirá 64 años en septiembre, sigue vinculada a la entidad, pero ha bajado el ritmo de sus actividades y este será el primer año en mucho tiempo en que no irá a la estación de esquí de Pas de la Casa, en Andorra.
No es casual, sino inevitable que La Vanguardia elogie la Fundación Villavecchia. Un histórico de esta casa, José María Puig de la Bellacasa (1946-2024), tuvo mucho que ver con el nacimiento de esta entidad altruista. La idea surgió precisamente a raíz de un reportaje suyo sobre la doctora Núria Pardo y su iniciativa pionera en el hospital de Sant Pau para llevar de colonias a niños con cáncer. La doctora Pardo, oncóloga pediátrica, preside hoy la fundación.

La noticia de Puig de la Bellacasa
¿Y qué quiere la fundación? Mil cosas, pero sobre todo que los niños traten de ser niños, no enfermos. Y que lo que explicaba Puig de la Bellacasa en aquel reportaje no fuera la excepción, sino la norma. En ello puso todo su empeño durante más de un cuarto de siglo Isabel Albendea, que coordinaba el área de trabajo social de la fundación y participaba en la organización y coordinación de sus viajes y actividades. Y eso sigue haciendo en la actualidad, pero ya no en la primera fila: ha cedido el relevo a compañeras más jóvenes.
El año pasado, en el hotel Cristina, de Pas de la Casa (años antes iban al Sporting, de la misma cadena) Isabel anunció a monitores y compañeros que ella ya no repetiría, pero los niños y el personal del hotel y de la Fundación Grandvalira, que costea la estancia de todos, se acabaron enterando y le organizaron una fiesta de despedida. Le entregaron dibujos y tarjetas con mensajes de cariño que todavía hoy la emocionan.

Un joven y un monitor de la fundación
La próxima semana de la nieve tendrá lugar a finales de mes. Isabel cree que no se podrá resistir y subirá un día para matar el gusanillo. Grupos de hasta 30 jóvenes de entre 7 y 18 años participan en estas actividades. Algunos están en tratamiento. Otros ya lo han acabado. Y algunos reciben en cuidados paliativos y sus familias han aceptado que fueran, a sabiendas de que sería la última vez. No puede haber mayor muestra de confianza en la actividad de la fundación.
En las salidas participan doctoras, enfermeras y monitores. “Las actividades–explica la trabajadora social– son un aprendizaje para todos: para los niños, para las familias y para nosotros. Este camino no siempre tiene un final feliz. Y a veces ese final llega apenas diez días después del fin de las colonias, pero durante la semana que estuvimos allí arriba el niño no tuvo fiebre ni malestar. Se olvidó del cáncer jugando en la nieve”. Isabel Albendea está infinitamente agradecida a las familias y a sus hijos, que le enseñaron “a disfrutar de la vida y a distinguir lo importante de lo que no lo es”.