De gueto conflictivo a referente educativo. Es el singular camino recorrido por el colegio Ramiro Soláns de Zaragoza, reconocido el pasado mes de junio con el premio Escuela 2024 de la Fundación Princesa de Girona. Un periplo por cuyo recorrido han logrado motivar a los estudiantes, implicar a sus familiares e impulsar y mejorar la convivencia en el barrio del Oliver, uno de los más humildes de la capital aragonesa, que hoy hace bandera de este centro.
“Hace 20 años empezamos a soñar en grande y a fraguar la escuela que tenemos hoy”, cuenta orgullosa su directora, Rosa Llorente, encargada de recibir el galardón en Madrid. Cuenta que entonces el centro partía de una situación “crítica”, con elevadas tasas de fracaso escolar (95%) y absentismo (40%) y enormes problemas de convivencia en las aulas. “Era un gueto con muy mala fama, con familias y escuela caminando en direcciones opuestas”, recuerda.
El centro ha reducido el absentismo del 40% al 4% y ha elevado la tasa de éxito del 5% a más del 70%
Para revertir la situación, primero pusieron el foco en la educación emocional del alumnado, clave para rebajar la conflictividad. Atemperados los ánimos, el siguiente paso fue apostar por fomentar la participación de toda la comunidad educativa, con especial hincapié en las familias. La última fase supuso la implementación de un cambio metodológico más acorde con las necesidades de sus escolares. “Apostamos por metodologías activas, que involucran al alumno en el aprendizaje y estimulan el trabajo colaborativo en el aula”, detalla.
Sus resultados avalan el cambio. Con 384 alumnos entre infantil y primaria (53% migrantes de primera o segunda generación de 25 nacionalidades y 43% de etnia gitana), el colegio presenta ahora una tasa de éxito educativo del 70-80%, mientras que el absentismo se ha reducido al 4%. Entre sus exalumnos, hay algunos universitarios, estudiantes de grados de formación profesional y trabajadores. “Se ha logrado que gente que antes vivía de las ayudas sociales se haya incorporado al mundo laboral”, apunta la directora.
En todo este proceso, el profesorado ha jugado un papel clave. Conscientes de lo complejo de su alumnado, incorporan al claustro a docentes con un interés especial en el proyecto educativo y habilidades que vayan “más allá del currículum” para apreciar “las posibilidades y fortalezas” de los pupilos, en palabras de la jefa de estudios, Amparo Jiménez.
También es relevante el rol de las familias, muy involucradas en el día a día gracias a los múltiples programas con los que espolean su participación y el diálogo.
La oferta va desde las clases de alfabetización o español para los padres a la posibilidad de participar en las asambleas matutinas, echar una mano en el taller de costura o entrar a leer en clase un rato con sus hijos. Un espíritu colaborativo “muy valorado” por las familias, según Esther Embid, presidenta de la asociación de madres y padres, una “enamorada” del centro.
Con los pequeños todavía de vacaciones, en la “escuela del año” ya han planificado el curso que está a punto de empezar. Entre las nuevas iniciativas que contemplan figura dar continuidad a la exposición multimedia Miradas, que ha involucrado a doce familias del centro, o un proyecto “muy potente” de educación y cultura energética llamado Oliver Brilla. “Como la sociedad, las necesidades y la complejidad del alumnado evoluciona, y estamos al quite para poder darles respuesta”, resume la directora.