Veranillo de San Miguel en Sevilla es sinónimo de feria taurina y radiante y llena hasta el reloj lucía La Maestranza cuando arrancaba el paseíllo, Juan Ortega, David de Miranda (sustituto del lesionado Manzanares) y Pablo Aguado al frente de las cuadrillas. En los chiqueros cuatro toros de Victoriano del Río y dos -segundo y quinto- de Toros de Cortés, el otro hierro de la casa.
La temporada taurina llega a sus últimas ferias, ahora Sevilla, después la de Otoño en Madrid, la del Pilar en Zaragoza y San Lucas en Jaén como principales, en un año en que la respuesta de los públicos ha alcanzado cifras de récord, se pongan como se pongan los de la ILP de marras, esa que proclama que “la tauromaquia no es mi cultura” y ” tauromaquia al Código Penal”. Qué cosas.
Buena presencia y poca fuerza el que abría plaza, condición esta que privó de lucimiento con el capote a Juan Ortega, frustrando al torero y cabreando al respetable porque el usía decidió mantenerlo en la lidia.
El diestro Juan Ortega toreando en redondo
Así las cosas, la faena de muleta tuvo mejores propósitos que logros. Un trincherazo de inicio, algún natural y redondo de bello inicio y deslucido final pues el de Victoriano del Río derrotaba por la mencionada escasez de fuerzas. Estocada hábil.
Tampoco el cuarto dejó a Ortega ocasión de lucirse con el capote de salida pero sí ,tras el paso por el caballo, en el quite con un par de verónicas y una media con el sello del trianero.
Soberbio el inicio de faena con muletazos a dos manos, incluida la montera pues el toro se arrancó antes del brindis. Y monumental la continuación incluido un cambio de mano eterno.
Redondos de largo recorrido, templanza infinita, también de rodillas, adornos... Y Manolete sonando a gloria. Embestidas humilladas, naturales, redondos, trincherazos, molinete... Esencia de Ortega. Final por alto a dos manos y estocada caída que restó para lo que era de dos orejas se quedara en una. Pero ahí quedó lo hecho, que fue precioso.
El onubense David de Miranda entró por méritos propios (entre otros, la única Puerta del Príncipe en la Feria de Abril) en lugar del convaleciente José María Manzanares y para él fueron los dos ejemplares de Toros de Cortés. Buenas las verónicas al primero de ellos , al que Pablo Aguado le hizo un primoroso quite por chicuelinas, replicado por David de Miranda con ajustadas saltilleras.
Semi genuflexo el inicio con muletazos por alto, una primera serie en redondo y otra al natural más entregado el torero que el toro. De regreso a la diestra aguantó sin pestañear parones y miradas, también con la zurda, metido entre los pitones. Bernadinas de infarto, el público en pie, estoconazo y una oreja que supo a gloria.
Poco reseñable en los primeros tercios de la lidia del quinto toro, que llegó a la muleta sin definir, salvo en su aspereza.
De Miranda le plantó cara con firmeza, tirando de las embestidas, que tuvieron vibración. Lo hizo por los dos pitones, pasándoselos muy cerca.
Un toma y daca que acabó con manoletinas y una estocada de rápido efecto. No hubo trofeos, pero sí la constatación de que David de Miranda “ha llegado para quedarse” .
Pablo Aguado remata una serie de muleta
Devuelto el tercero tras partirse de salida el cuerno derecho al estrellarse contra un burladero, salió el sobrero, 606 kilos su peso y también de Victoriano del Río.
Compás en las verónicas de Pablo Aguado y brusquedad en las embestidas del toro, apenas atemperada a su paso por el caballo.
Torería en la apertura de faena andándole al toro y derechazos y naturales meritorios pues las embestidas eran sin entrega y con derrotes, siempre la cara por las nubes. Estocada efectiva.
Un ramillete de verónicas y una media de esas que piden poetas fue el recibo de Pablo Aguado al sexto. Se arrancó la banda para poner música al último puyazo del picador Salvador Núñez, treinta y cinco años a las órdenes de las grandes figuras. La Maestranza y sus cosas, tan únicas.
Un momento de angustia llegó cuando el toro derribó y buscó en el suelo al banderillero Sánchez Araujo, que pasó a la enfermería. Aguado brindó a su picador que se va y la ovación fue emocionante, antes de iniciar la faena con la emoción de la belleza del toreo, puro sabor.
No regalaba nada el toro pero Aguado regaló esencias y dibujó muletazos que fueron caricias. Un pinchazo previo a la estocada se llevó el posible trofeo. En la anochecida salieron de La Maestranza los toreros, a pie pero con el reconocimiento de todos.


