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El barrio de la Mina convierte un 'casal' en un martillo contra la pobreza

Todos solidarios

La otra cara de un vecindario estigmatizado y al que muchos se refieren aún como a la Escocia de los clanes

Desirée, en el patio del centro cívico 

Mané Espinosa

La yaya Joaquina, con sangre andaluza y gitana, educó a la mayoría de sus hijos en una chabola del Camp de la Bota, a caballo de Barcelona y Sant Adrià de Besòs, entre el tren y el mar. Vivió allí hasta que el chabolismo horizontal fue sustituido por el vertical y las familias fueron trasladadas al barrio de la Mina. Doña Joaquina, que hoy tiene 91 años y ha regresado a su Almería natal, fue y es una abuela y una mamá grande...

Así apodó Vargas Llosa a Carmen Balcells, aprovechando un cuento de García Márquez. Una de las nietas de aquella mamá grande es Desirée, de 43 años, mujer orquesta en un hogar monoparental de la Mina, con tres hijos (dos niñas y un niño), de entre 3 y 16 años. Desirée tiene raíces gitanas y payas. Una vez le preguntaron a Lola Flores cómo se llaman quienes nacen de estos amores. “Personas, se llaman personas”, respondió ella. 

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El barrio de la Mina, uno de los más estigmatizados de Catalunya y de España, se creó a prisa y corriendo. Cuando sus primeros habitantes llegaron, faltaban servicios básicos. Las plantas bajas de los bloques se empezaban a habitar mientras aún se construían los pisos de las plantas superiores. Familias de aquel barrio que no tenían nada hicieron una acampada para exigir que al menos sus hijos tuvieran algo: un casal.

Ese fue el origen, hace 45 años, de la asociación Casal Infantil la Mina, que sigue siendo una de las joyas del barrio y que comparte edificio con el centro comunitario y cívico. Madres que de niñas se beneficiaron de su labor pedagógica y de ocio, como la propia Desirée, llevan hoy allí a sus hijos. Esta es la otra cara de un vecindario al que muchos se refieren todavía como a la Escocia del siglo XIII, hablando continuamente de “clanes”.

Pisos del barrio de la Mina 

Mané Espinosa

Desirée, con múltiples oficios y ahora en paro, percibe la renta mínima garantizada. Forma parte del ejército de 12,5 millones de personas en riesgo de pobreza en España. O de la retaguardia en la que ocho de cada cien personas viven con menos de 644 euros al mes. No solo se hereda la riqueza, también la pobreza. Por eso es tan importante el casal, una de las 400 entidades que se benefician de las ayudas de CaixaProinfancia.

A través de ese programa, que desde el 2007 ha apoyado a unos 400.000 menores, la Fundación la Caixa pretende favorecer la igualdad de oportunidades. Este objetivo necesita una escalera muy larga y entidades como el casal son peldaños inmejorables. No en balde, la directora de esta seña de identidad del barrio, Xènia Martínez, define la acampada fundacional de hace casi medio siglo  como “un acto de resiliencia comunitaria”.

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Y eso aprenden estas niñas y niños de entre 3 y 10 años, de lunes a jueves. Resiliencia. Aquí, como explica con otras palabras Desirée para decir lo mismo, se les enseña a decir: “Yo también puedo”. Se trata de romper el círculo de la pobreza, empezando por el principio: la educación, el ocio. Cuando Desirée era muy jovencita y se despertaba, lo primero que le decía su abuela era: “¡Ea!, las mocitas han de asearse en cuanto salen de la cama”.

Era una forma de decirle que tenía que estar preparada para dar lo mejor de sí misma. Y esa es una de las ideas que trata de reforzar este centro, que las familias ven como una prolongación de su hogar. “Esta es nuestra casa, nuestra familia”, asegura Desirée, que lamenta que habitualmente se muestre solo una cara de la realidad poliédrica del barrio. Es innegable: esa Mina oscura existe, pero hay otra más luminosa. La del casal.

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LV

Porque, aunque no acapare tantos titulares, este es también el barrio del Institut Escola la Mina, que ha logrado una goleada  contra el desencanto, el fracaso, el absentismo escolar y el abandono prematuro de los estudios. Y el barrio de la escuela de cultura e idiomas de la comunidad de San Egidio, otra entidad  que ve luz donde otros ven claroscuros y que ha alfabetizado y enseñado castellano y catalán a centenares de adultos.

Y es, además, el barrio de María o Verónica, que abrieron las puertas de su casa a Desirée sin apenas conocerla y que, si hiciera falta, le darían un cartón de leche o una barra de pan. El casal también suple carencias materiales de muchas familias, pero sobre todo es un trampolín para sus hijos. Los de Desirée, aún muy jóvenes, ya fantasean con las profesiones que tendrán de mayores. “¿Por qué no? Vosotros podéis”, les dice su madre.