La 80.ª edición de la Vuelta Ciclista a España es ya historia. Casi lo de menos ha sido la esperada victoria del gran favorito, el danés Jonas Vingegaard, que se estrena en la ronda española tras ser un doble ganador del Tour. Lo de más ha sido una carrera de 21 etapas que ha ofrecido al mundo una imagen insólita: aprovechar el escaparate de un evento deportivo internacional para mostrar por parte de miles de manifestantes en todos los rincones del país la repulsa al genocidio que se está perpetrando en Palestina y la incomprensión de tener en la prueba a un equipo israelí, el Israel-Premier Tech, al que se asocia con el Gobierno de Beniamin Netanyahu. Después de la victoria del sábado de Vingegaard en la Bola del Mundo, la carrera estaba sentenciada en su apartado deportivo. Quedaba el tradicional paseo por Madrid, una corta etapa de 108 kilómetros, de los que 54 eran por un circuito urbano, nueve vueltas por la almendra central, con el Paseo del Prado y la Puerta del Sol incluidos. Pero estaba claro desde hacía muchos días que los ciclistas no lo iban a tener nada fácil. La organización de la Vuelta, hasta el último momento, intentó mantener la etapa, convencida también por las autoridades madrileñas (el alcade José Luis Martínez Almeida y la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso) de que aquí no iba a pasar nada, y si pasaba para eso estaban los 1.500 agentes de seguridad desplegados para blindar la capital, el mayor dispositivo de ese género que se recuerda.
Así han sido las protestas de los propalestinos que obligaron a cancelar la última etapa de la Vuelta
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