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Vísteme despacio, que tengo prisa: la era de la impaciencia

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Hacer las cosas con rapidez es muy distinto de hacerlas bien. Conseguir algo de forma inmediata, a la larga, no proporciona la misma satisfacción que lograr algo que nos ha costado tiempo y esfuerzo. No sabemos esperar

Cada vez soportamos menos tener que hacer cola

Fernando Sánchez - Europa Press / Europa Press

La tecnología nos ha acostumbrado a la inmediatez. A tener y conseguirlo todo a golpe de clic. Un clic y tenemos una pizza en casa para cenar, mientras vemos un episodio de nuestra serie favorita. Otro clic y nos traen la compra del supermercado, unos calcetines, un libro o cualquier antojo que se nos pase por la cabeza, o conseguimos una cita. Sin esperar a que la tienda esté abierta, a cualquier hora del día y sin tener que aguardar a que sea nuestro turno, eso que a todos nos enseñaron de pequeños en el colegio y que, al llegar a la edad adulta, parece que olvidamos como impulsados por un mal espíritu o demonio.

Hacer cola nos parece un martirio chino. Y cuando el tiempo de espera depende de la eficacia —que equiparamos erróneamente con la rapidez— con la que alguien lleve a cabo su trabajo, nuestra desesperación aumenta. Ante una fila india sentimos más angustia que nunca, porque a medida que la tecnología y la cultura de la inmediatez nos han invadido, nuestra tolerancia a la frustración se ha reducido. Y la realidad, dicen los psicólogos, es que nunca estamos tan ocupados como para no poder esperar un ratito y aquello que el hacer cola nos impide hacer, a menudo es bastante irrelevante.

Una gestión del tiempo deficiente y una mala alineación con las necesidades y valores propios puede derivar en un burn-out en el trabajo

Xavier Cervera

Todo esto nos lleva a vivir con la sensación permanente de que el tiempo pasando volando, que entre trabajo y obligaciones varias, nos queda poco para lo que realmente nos gusta y por eso hemos convertido esperar en un tormento. No nos planteamos que, quizás, intentamos abarcar demasiado, que hemos convertido nuestra vida en un imposible, complicada en exceso, y que nuestros deseos y expectativas sobrepasan, y de mucho, lo que es realista. Hemos renunciado a simplificar nuestro día a día, aunque hay que reconocer que tampoco nos lo ponen fácil.

La vida lenta es para muchos una quimera, pero las utopías no hay que tomárselas en su literalidad. Son un ideal a alcanzar que, como tales, son, valga la redundancia, inalcanzables. Pero cada paso que hacemos para conseguirlas es una pequeña victoria. Y todo eso que nos llevamos. Lamentablemente, el ser humano es propenso a aprender solo a golpes, y tiene que sobrevenir una desgracia o un mal momento para que empecemos a pensar en introducir cambios en nuestra vida.

Estimado lector, si ha llegado usted hasta aquí, gracias por la paciencia.

· Prisas. El periodista y guionista Pedro Bravo defiende, en su ensayo ¡Silencio!, la necesidad de detenerse, decir menos y escuchar más como pilares de un manual de resistencia contra la era del ruido externo e interno. La prisa física y la mental son caminos hacia el aturdimiento y la poca capacidad de observación al detalle de la vida: “Ahora pensamos que es aburrido pasear por la naturaleza y nos divierte estar hiperconectados”.

· Cosas que los impacientes odian. En esta vida hay que aprender a reírse de todo, especialmente de uno mismo. Aquí tienen una lista de situaciones en las que todos, impacientes o no, nos hemos encontrado casi seguro alguna vez en la vida. Hay que desdramatizarlo todo un poco.

· Cerezas. Sí, cerezas. Pero también sandías, melones y tomates. Nuestra impaciencia por comer aquello que nos gusta, sobre todo cuando no es temporada, está acabando con el sabor de todo aquello que nos gusta y, de paso, arrasando un poco más con nuestro planeta. Además de impacientes, somos caprichosos.

Y ADEMÁS

En España muchas abuelas cuidan a tiempo completo a sus nietos

Getty

· Más deporte y menos alcohol. Las apps para registrar entrenamientos son las nuevas redes sociales. “Son el nuevo Instagram. La gente socializa e interacciona a través de ellas, e incluso se crean nuevos grupos de amistades y parejas”.

· Abuelas que cuidan a sus nietos. En España, cas i la mitad de los abuelos cuida a sus nietos habitualmente. Antes de que la crianza se convierta en una sobrecarga para los mayores, los hijos deben valorar si pueden asumir ese rol o buscar alternativas.

ENTREVISTA

El filósofo y psicólogo danés Svend Brinkmann considera que tenemos que reducir el número de opciones para no caer en el miedo de perderse cosas

Anna Belil / Disseny LV

· Svend Brinkmann, filósofo. “La sociedad se ha vuelto demasiado obediente y poco crítica”. Los miles de estímulos que nos rodean han atrofiado uno de nuestros mayores dones, el hecho de pensar por nosotros mismos. “Prestamos muy poca atención a la reflexión”, advierte el filósofo.

INSPIRACIONES PARA CULTIVAR LA PACIENCIA

· Estrategias. La paciencia es una virtud, tal y como suele decirse. Una cualidad presente en algunas personas de forma innata, pero que puede resultar mucho más difícil de gestionar para otras. Sin embargo, como en muchos otros casos, no se trata de algo que no pueda trabajarse y en lo que mejorar.

· Niños. Los hijos pueden sacarnos de nuestras casillas y hacernos perder la paciencia. Paciencia para gestionar sus rabietas, para negociar con ellos cuando se niegan a obedecer, para terciar en las peleas entre hermanos, para ayudarlos con los deberes, conseguir que se acuesten a su hora...

· Perseverar. Emprender actividades que se nos dan mal nos ayuda a cultivar la paciencia, la humildad, la autoestima y la presencia. Las derrotas siempre enseñan más que las victorias. Y perseverar en aquello que nos cuesta es el mayor de los éxitos.