Una pareja de influencers se prepara para salir a cenar. Son jóvenes y guapos, de cuerpos estilizados y sonrisa perfecta. Con una edición de vídeo impecable, su ropa —a la última moda— les viste en un abrir y cerrar de ojos, como por arte de magia. Unas gotas de perfume de su marca favorita y ya están listos para el toque final: una tirita en el ombligo. No, no se han vuelto locos. Simplemente, siguen una tendencia viral en redes que invita a taparse esta zona del cuerpo para evitar absorber malas energías. Por supuesto, no hay ninguna evidencia científica que respalde esta práctica, pero eso no parece importar. Miles de jóvenes la replican sin cuestionarla, guiados por creadores de contenido que, tras una fachada de autenticidad y cercanía, se presentan como gurús del bienestar y la vida saludable.
No usar gafas de sol para activar la glándula pineal o para no quemarse la piel en verano, beber agua de mar para curar cualquier dolencia, ponerse una cebolla en los pies para tratarse el resfriado o insistir en que el jugo de limón alcaliniza la sangre y previene enfermedades, son algunos de los lifehacks -trucos de vida- o biohacks -hábitos o técnicas para optimizar cuerpo y mente-, que estos supuestos expertos repiten una y otra vez. Sin ninguna base médica, promueven rutinas, remedios y hábitos saludables sin sentido, que rozan lo absurdo y que, en el peor de los casos, llegan incluso a poner en riesgo la salud de quienes los siguen. En un mundo donde se premia lo viral por encima de lo verdadero, para las nuevas generaciones, las pseudociencias se disfrazan de estilo de vida.
“El algoritmo nos bombardea con este tipo de informaciones, especialmente si alguna vez has generado alguna interacción con el contenido, como darle un like, comentarlo o compartirlo con alguien”, explica Alex Hurtado, de 22 años. “La mayoría de los jóvenes no nos paramos a averiguar si detrás hay un profesional de la salud o no”, afirma Olga Pallejà, también de 22 años, “como mucho comprobamos si la cuenta está verificada o si el vídeo en cuestión ha generado mucha interacción y se ha hecho viral. Eso es lo que te genera confianza”. La mayoría de estos contenidos no buscan la veracidad, sino atrapar a quien los recibe mediante la espectacularidad y el estímulo, camuflando un falso mensaje entre medias verdades. “Muchas informaciones tienen una fundamentación lógica y parecen tan creíbles que terminas por probar a ver si lo que cuentan funciona”, asegura Hurtado. “Perdí una semana de mi vida poniéndome en la cabeza un mejunje a base de jengibre que prometía que mi pelo iba a crecer cuatro veces más rápido”, sonríe Pallejà. “Al final, ya no sabes lo que es cierto y lo que no”, añade.

Àlex Hurtado y Olga Pallejà, ambos, de 22 años y que en alguna ocasión han seguido alguno de estos consejos
“En las redes sociales es más habitual encontrarse con pseudociencia que con contenidos fiables y, aunque no es el lugar más adecuado, muchas personas las utilizan como fuente de información sobre salud”, explica Álvaro Fernández, uno de los profesionales sanitarios más reconocidos en el ámbito digital. En su perfil @farmaceuticofernandez, que cuenta con más de un millón de seguidores en Instagram y casi tres millones en TikTok, se dedica a desmontar mitos y creencias erróneas utilizando ciencia, buen humor y mucho sentido común. “El éxito de los gurús de lo saludable radica en que construyen teorías muy llamativas y atractivas, precisamente porque no tienen que ajustarse a la realidad ni aportar datos contrastados”, explica Fernández. “Pueden prometer resultados tan espectaculares como quieran, dando soluciones a problemas que ni siquiera la ciencia ha conseguido resolver por completo”.
Para Jordi Busquet, sociólogo y profesor del grado de Comunicación en la Universitat Ramon Llull, uno de los puntos fuertes de estos charlatanes digitales es su capacidad para conectar emocionalmente con su audiencia. “Se trata de una credibilidad construida a partir de la visibilidad”, explica. “Son personas con un carisma especial, que hablan el mismo lenguaje que sus seguidores y utilizan una narrativa cercana y aparentemente auténtica que inspira confianza”, añade. “Son capaces de transmitir mensajes claros, contundentes y atractivos que, sumados a su gran habilidad para comunicar y crear complicidad, les confiere cierta autoridad, especialmente entre los jóvenes”, coincide Gemma Marfany, catedrática de Genética de la Universitat de Barcelona y divulgadora científica. “Su gran ventaja es que pueden doblegar la realidad a su gusto, construyendo un relato basado en verdades a medias, justo lo contrario de lo que hace la ciencia”, apunta.
A veces hay consejos que parecen inocuos y no lo son tanto, como echarse limón en el pelo y ponerse al sol para que se te aclare
Por suerte, en la mayoría de los casos, estos lifehacks de pacotilla no pasan de ser una simple pérdida de tiempo. “A veces hay consejos que parecen inocuos y no lo son tanto, como echarse limón en el pelo y ponerse al sol para que se te aclare”, explica el farmacéutico, “porque algunas de las sustancias presentes en el zumo de limón aumentan la fotosensibilidad y pueden hacer que aparezcan irritaciones, manchas o incluso quemaduras en el cuero cabelludo”. Sin embargo, el problema real empieza cuando estos supuestos trucos o consejos milagrosos repercuten directamente sobre la salud de quienes los siguen.
En uno de sus vídeos más recientes, Fernández se hacía eco de una noticia en la que una mujer terminó hospitalizada, y alertaba que purificarse mediante un enema de lejía diluida -de la que se utiliza para limpiar piscinas- no es una buena idea, incluso aunque se venda como la Solución Mineral Milagrosa (MMS por sus siglas en inglés) a un precio desorbitado, que internet ronda los 300 euros. “Lo realmente preocupante es cuando se anima a los pacientes a abandonar tratamientos médicos para enfermedades como el colesterol, la hipertensión o incluso el cáncer, sustituyéndolos por supuestas terapias alternativas sin ninguna base científica”, denuncia el divulgador. “No sólo se aprovechan del estado emocional del paciente, que muchas veces está desesperado por encontrar una solución, sino que en ocasiones la alternativa propuesta es directamente perjudicial para su salud”, subraya.
Para Marfany, “todas las personas pueden tener opiniones y creencias, pero está claro que no todas tienen el mismo peso”. “Cuando se difumina esa línea, se genera una gran desconfianza hacia el conocimiento científico y se abre la puerta a la pseudociencia”, advierte. En este sentido, Busquet señala que “como ciudadanos deberíamos exigir responsabilidades a quienes difunden este tipo de contenidos sin formación ni fundamento”. Según él, todavía nos encontramos en una fase inicial de la cultura digital -una especie de edad de piedra tecnológica-, y por eso es fundamental que, poco a poco, nuestra sociedad hiperconectada aprenda a autorregularse. “Necesitamos establecer límites claros entre lo que es una opinión personal y lo que constituye información basada en evidencia”, sostiene.
Por suerte, añade, aún no hemos alcanzado el punto en el que un influencer tenga más credibilidad que un científico. “Cuando se trata de temas serios relacionados con la salud, la mayoría seguimos confiando en el criterio de un profesional sanitario”. Aun así, uno de los grandes retos, en su opinión, es el déficit de pensamiento crítico que afecta tanto a los jóvenes como al conjunto de la sociedad. “Nos falta una formación sólida, tanto cultural como científica, y eso nos hace menos exigentes a la hora de contrastar la información que recibimos en nuestros móviles”, concluye.
Frente a la avalancha de contenidos que premian lo viral por encima de lo riguroso, tanto expertos como divulgadores coinciden en que es urgente fortalecer ese espíritu crítico, fomentar la educación científica y promover plataformas sociales más responsables. “Entre todos, tenemos que procurar dar una información veraz, contrastada y con respaldo científico”, apunta Fernández. “Y, sobre todo, desenmascarar con datos precisos aquellas informaciones que pueden suponer un riesgo real para la salud”.
Los divulgadores científicos no podemos competir con la espectacularidad de la pseudociencia, ni recurrir a sus mismas estrategias”
Y ahí es donde la ciencia se enfrenta a uno de sus grandes retos. “Los divulgadores científicos no podemos competir con la espectacularidad de la pseudociencia, ni recurrir a sus mismas estrategias”, advierte Marfany. “La ciencia no debe buscar likes. Nuestro papel pasa por generar reflexión desde lo cercano, sin aspirar necesariamente a las grandes audiencias, transmitiendo ideas claras, bien seleccionadas, accesibles y, sobre todo, capaces de dejar huella”, asegura.
Algo que muchos jóvenes parecen estar esperando. “Si consiguen engancharme con lo que me explican, me quedo antes con cualquier científico”, asegura Hurtado. “Somos jóvenes, pero no siempre nos creemos todo lo que nos dicen”, se suma Pallejà. “A veces te la cuelan, pero si hay algo que no me cuadra, ChatGpt me saca de dudas”, sonríe. Parece que no todo está perdido. Al fin y al cabo, frente al bombardeo de gurús digitales y lifehacks de pacotilla, todavía hay quienes prefieren no malgastar una tirita.