La novela El cuento de la criada (1985), de Margaret Atwood, describe un futuro distópico donde las mujeres fértiles son forzadas a concebir hijos para las élites estériles, en un sistema que las despoja de libertad, identidad y autonomía. Esta ficción, inquietantemente cercana a ciertas realidades actuales, inspiró a la abogada e investigadora brasileña Luana Mathias en la creación de su proyecto Thelma (Salud Reproductiva Bajo Vigilancia Algorítmica), cuyo propósito es recopilar y analizar datos sobre la industria de las tecnologías femeninas con el fin de desarrollar una propuesta regulatoria. Mathias abordó esta cuestión en un encuentro reciente con expertos celebrado en el Palau Macaya de la Fundació La Caixa.
En un contexto marcado por el descenso de la natalidad a nivel mundial y la proliferación de aplicaciones que monitorizan el ciclo menstrual, Mathias alerta sobre los riesgos de la vigilancia algorítmica en la salud reproductiva y sobre cómo esta podría usarse para controlar decisiones relacionadas con la reproducción. Durante la pandemia, el auge de apps para rastrear contagios la llevó a preguntarse qué ocurriría si se hiciera lo mismo con la fertilidad. Esa inquietud fue el punto de partida. “Me puse a investigar y, al buscar en Google, descubrí la existencia de la industria femtech”. A partir de ahí, comenzó su proyecto, que le ha llevado a obtener la beca Marie Curie, financiada por la Unión Europea.
Luana Mathias, investigadora del grupo Género y Tic (Gen Tic).
¿Qué es la industria femtech?
Femtech es la fusión de dos términos en inglés: feminine y technology, y hace referencia a todas aquellas tecnologías enfocadas en la salud y el bienestar de las mujeres. Por primera vez, el cuerpo femenino se posiciona como protagonista, no solo en el ámbito de la salud, sino también en el desarrollo tecnológico. Dentro del universo femtech existe una amplia variedad, que incluye aplicaciones para el seguimiento del ciclo menstrual, la fertilidad, la ovulación o la menopausia. También abarca otros productos, como los juguetes sexuales, que pueden vincularse con el móvil.
¿Cómo ha cambiado la información sobre nuestra salud sexual y reproductiva con la llegada de esta tecnología?
Antes, toda la información sobre el ciclo menstrual o la fertilidad se apuntaba, por ejemplo, en un calendario. Era algo privado que solo compartías con tu médico y eso marcaba una gran diferencia, porque los profesionales de la salud están sujetos a un compromiso de confidencialidad.
Hoy, la forma de registrar y compartir esos datos ha cambiado, y con ello el nivel de protección. El problema es que no existe una protección específica para este tipo de datos. Aquí no solo hablamos de privacidad individual, sino de una dimensión colectiva. Por eso, hablamos de El cuento de la criada porque ahora existe la posibilidad de concentrar los datos menstruales y de fertilidad de millones de mujeres en un solo espacio. Es como si se estuviera construyendo un “proyecto genoma” de la salud reproductiva femenina, con combinaciones que quedan en manos de empresas, muchas de ellas ubicadas en Estados Unidos, mientras que las usuarias, por ejemplo, están en España.
Los datos de una mujer embarazada pueden valer hasta un 200% más que el resto”
¿Cuáles son los principales riesgos de este tipo de tecnologías?
El primero, sin duda, es el de la protección de datos. Varios estudios indican que muchas de estas aplicaciones no cumplen con los requisitos establecidos por la ley general de protección de datos. Es decir, datos vinculados a la salud y la intimidad, que no deberían compartirse con terceros. Todo esto no solo supone una violación de la privacidad, sino que va más allá: puede afectar derechos fundamentales.
Siempre pongo como ejemplo a la periodista Amanda Hess que escribió Segunda Vida: Tener un Hijo en la Era Digital donde relata su experiencia usando una de estas aplicaciones. Tras quedarse embarazada, comenzó a recibir una avalancha de publicidad relacionada con el embarazo en las primeras 48 horas. Su propio móvil ya “sabía” que estaba embarazada, a pesar de que ella no había compartido esa información con nadie. No es solo una violación de la privacidad, sino también de su autonomía reproductiva. Pensemos en una mujer que todavía no ha decidido si quiere continuar con ese embarazo, y de repente empieza a recibir mensajes y anuncios que la colocan directamente en el rol de madre.
En segundo lugar, hay otros riesgos que, desde mi punto de vista, son incluso más sensibles cuando hablamos de niñas y adolescentes. Me refiero a la confianza excesiva en el conocimiento del algoritmo, en detrimento del propio conocimiento corporal, provocando así cierta dependencia. Además, la mayoría de estas aplicaciones están diseñadas bajo el modelo de un “cuerpo femenino estándar”, con ciclos regulares, pero hay mujeres que no se ajustan a ese patrón. Las apps no contemplan esa diversidad corporal ni una perspectiva interseccional.
En un contexto de caída de la natalidad, ¿qué rol juega esta industria?
Existe la idea de que, una vez que estos datos se recopilan en un único lugar, cambia la forma en que se percibe la fertilidad. No sabemos cómo pueden ser utilizados estos datos más allá de la publicidad, pero lo que sí sabemos es que esta información puede influir en el número de personas que viven en una región o localidad. Son datos mucho más sensibles porque no solo se relacionan con la salud, sino también con la reproducción, un aspecto que tiene un gran impacto para los gobiernos.
Un ejemplo claro es China, que en los años 80 y 90 implementó la política del hijo único. Esto generó cambios profundos en la sociedad y la cultura, como los abortos selectivos de niñas. Ahora, ante la disminución de la población, China ha cambiado a una política de hasta tres hijos. Pero muchas mujeres no quieren tener más hijos en un contexto reciente donde solo tenían uno.
Una copa menstrual equivale a 1.800 tampones o compresas
Usted aboga por analizar estas problemáticas desde una perspectiva biopolítica.
Sí, imagine un gobierno con acceso a toda esta información. Por eso recurro a la filosofía de Michel Foucault, que plantea que el cuerpo tiene un valor político, económico y social. En este sentido, el cuerpo de las mujeres tiene mucho más valor porque es el que puede crear nuevas vidas, vinculándose con la idea de capital humano. Por eso, disponer de estos datos puede suponer una herramienta de control. Estas aplicaciones deben ser analizadas dentro de este contexto y con una regulación que considere estos matices.
¿Somos conscientes de hasta qué punto se utilizan nuestros datos?
No, no somos conscientes. Todavía no tengo todos los datos recopilados, pero lo que estamos viendo es que la mayoría de las mujeres tiende a minimizar el problema. Muchas piensan: “¿Qué podrían hacer con mis datos? No es para tanto”. Esto demuestra que hay muy poca conciencia, incluso, sobre el valor económico de esos datos. Una investigación reciente de la Universidad de Cambridge concluyó que los datos de una mujer embarazada pueden valer hasta un 200% más que el resto. ¿Por qué? Porque es un mercado con gran potencial de explotación.
¿Podría compartir ejemplos concretos de cómo se han comercializado datos sensibles recogidos por apps femtech?
Un caso muy conocido es el de Flo, una de las aplicaciones de seguimiento menstrual más descargadas del mundo. Entre 2016 y 2019, Flo compartió los datos de sus usuarias con empresas como Facebook, que los utilizaban para crear perfiles algorítmicos orientados a la publicidad y la intención de compra. En Europa también hay casos similares. En Portugal, por ejemplo, hay un proceso judicial abierto que busca imponer sanciones a la empresa por vulnerar la privacidad de las usuarias.
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Por otro lado, en Suecia, 37 mujeres se quedaron embarazadas tras utilizar Natural Cycles, la primera aplicación con licencia y regulación oficial reconocida como método anticonceptivo digital. ¿Cómo funciona? De manera similar a una píldora anticonceptiva, pero en formato de app. Además de usar un calendario, las usuarias miden su temperatura basal corporal y registran esta y otras informaciones en la aplicación. A pesar de que cuenta con la certificación de la FDA en Estados Unidos y la certificación europea CE, 37 mujeres se quedaron embarazadas solo en Estocolmo.
El hospital identificó la causa, inició una investigación y envió la información a la Agencia de Salud de Suecia. Las autoridades calificaron la investigación como casi anecdótica, argumentando que esos 37 casos estaban dentro del margen de error esperado de la aplicación, que tiene una eficacia del 93%. La única sanción que le impusieron a la empresa fue que aclarara mejor que la aplicación tiene ese margen de error. Solo sabemos que hay 37 mujeres porque en Suecia el aborto es un derecho, pero no podemos saber cuántas afectadas puede haber.
Las apps estadounidenses deberían cumplir la ley de protección de datos, pero no siempre es así”
¿Cómo se puede regular todo esto?
La regulación de estas aplicaciones es especialmente compleja porque involucra múltiples jurisdicciones. Por ejemplo, los datos de usuarias en España pueden estar gestionados por empresas con sede en Estados Unidos. Aunque se han llevado acuerdos entre la UE y EE.UU. para evitar que se produjeran violaciones de privacidad, y garantizar que a los ciudadanos europeos se les aplicaran las mismas normas de protección de datos que rigen en la UE, no hay un nivel de protección equivalente al que garantiza la ley general de protección de datos. Estas aplicaciones deberían cumplirlo, pero en la práctica no siempre es así.
Además, la ley de protección tampoco fue diseñada específicamente para este tipo de datos. Desde mi perspectiva, son incluso más sensibles que los datos de salud en general, pero esta regulación no tiene una perspectiva de género.
¿En qué aplicaciones podemos confiar?
Recomiendo buscar aplicaciones que tengan un compromiso claro con la protección de datos, especialmente en el contexto actual de tensiones geopolíticas. Incluso también existen algunas que no almacenen los datos en la nube, sino que permitan el almacenamiento en el dispositivo.
De hecho, España ocupa el tercer lugar en Europa en el uso de estas tecnologías, y dentro del país, Catalunya destaca especialmente. Conozco personas que trabajan en este campo y que buscan desarrollar soluciones tecnológicas más seguras. La idea de que una aplicación se desarrolle localmente no solo garantiza el cumplimiento de la legislación española y europea, sino que también refuerza nuestra soberanía de datos y evitar depender de aplicaciones extranjeras.



