La sociedad envejece imparable y, antes o después, la mayoría necesitaremos de la ayuda de otros para realizar tareas cotidianas. Sin embargo, cerramos los ojos al cuidado, al ajeno y al propio, sin ver que felicidad y sufrimiento son las dos caras de la moneda de la vida. Pocos conocen tan bien esta paradoja como Javier Yanguas (Donosti, 1963), uno de los mayores expertos en psicogerontología en España.
En este campo se mueve desde hace más de 30 años Yanguas, en su consulta, como investigador y profesor universitario, como presidente de la Sección Europea de Ciencias Sociales y del Comportamiento de la Asociación Internacional de Gerontología y Geriatría y, desde 2017, como director científico del Programa de Mayores de Fundación LaCaixa y Fundación Aubixa. Además, ha vivido en primera persona los sentimientos que provocan los cuidados, en su caso los prestados a su madre durante nueve años.
Una etapa en la que, admite, “yo, que he aconsejado a muchos cuidadores, en ocasiones no sabía qué tenía que hacer”. Cuando los volcanes envejecen (Plataforma Editorial) recopila toda esa experiencia, “trufada de testimonios escuchados en el despacho” y narrada por una mujer —porque “el cuidado es un terreno eminentemente femenino”, casi desconocido para los hombres—.
Para su autor es “un libro muy necesario en el que nos vemos reflejadas muchas personas”, y para el lector es un manual sobre la vulnerabilidad, la compasión, la empatía y la solidaridad del cuidado.
En sociedades envejecidas como la nuestra, los cuidados son el centro de nuestra vida, pero los denostamos, los ocultamos y no los vemos
¿De dónde nace su interés por la psicogerontología?
Es un campo sobre el que no se estudiaba cuando yo era joven, y que a mí siempre me ha parecido un terreno en el que era fácil innovar e investigar y atender a personas (clínica), y todo eso encaja en mi forma de ser. Siempre me han gustado las personas mayores y me he llevado muy bien con ellas; me gusta su experiencia y sabiduría; de hecho, de joven veía a los mayores como gente sabia.
¿Qué opina sobre la aceptación de la vejez y la debilidad en la actualidad?
Ahora tenemos más dificultades en asumir y entender la vulnerabilidad. Hemos pasado de sociedades comunitarias, donde la interdependencia era normal y nuestros abuelos y padres daban por hecho que los íbamos a cuidar, a sociedades más individuales. Pensamos que nuestros hijos no nos van a cuidar, que la interdependencia es clandestina, que nos tenemos que valer solos. En sociedades envejecidas como la nuestra, los cuidados son el centro de nuestra vida, pero los denostamos, los ocultamos y no los vemos. Hay millones de personas en España que se dedican a cuidar, sobre todo mujeres, pero esa historia no se cuenta. Con mi libro he intentado narrar esa historia coral, propia y ajena, y mostrar lo difícil y complicado que resulta el cuidado. Antes, cuidar era algo más natural, pero cada vez es más artificial, está menos en la agenda.
Usted apunta a que el hombre se ha incorporado al cuidado de los hijos, pero no de los mayores.
Sí, y es tremendo; los hombres debemos pensar en esto. Para mí es importante que un hombre escriba de los cuidados porque es un terreno eminentemente femenino. Hay una parte de los cuidados que es incómoda, tienes que aparcar tu vida y renunciar a muchas cosas, pero más allá de las renuncias y de la necesidad del compromiso, los cuidados abren una faceta que a los hombres nos vendría muy bien conocer. Debemos abrirnos a los sentimientos ambivalentes, de culpa, aprender que renunciar es una faena, pero que hacer cosas por los demás sienta bien y que a los hombres nos cuesta mucho comprender. En este sentido, los cuidados enseñan lo que es la compasión, la renuncia, la generosidad, a poner por encima lo que tiene sentido en la vida de lo que te apetece (para mí, cuidar tenía sentido). Tenemos una sociedad muy hedonista y nos hemos olvidado de que dependemos de los otros y no es nada malo. Nos hemos montado la idea de autonomía como autosuficiencia y debemos de entender la autonomía como interdependencia.
Los 'boomers' entendemos que los cuidados son cosa nuestra y no queremos traspasar esa responsabilidad a los hijos

Unos familiares visitan a una mujerm mayor, en una residencia de la provincia de Barcelona.
Entre los boomers existe una idea generalizada de que nuestros hijos no nos van a cuidar y, quizá, nosotros la hemos fomentado.
En mi caso no es así porque yo he hablado mucho de los cuidados y mis hijos estuvieron presentes en el cuidado de mi madre, pero a nivel general sí creo que pasa esto. Entendemos que los cuidados son cosa nuestra y no queremos traspasar esa responsabilidad a los hijos porque pensamos que les cercenamos la vida y que ya tienen suficientes problemas. En parte es verdad, pero, por otra parte, no hablamos de ciertas cosas importantes, y si lo hacemos, igual descubrimos que nuestros hijos nos quieren cuidar. No hablar no es la solución, porque no hablar es ocultar que los cuidados existen, que necesitamos de los otros y que es bueno implicarnos en la vida de los demás. Una sociedad madura es una sociedad en la que los individuos son responsables de lo que les ocurra a los otros y en el libro intento reivindicar esa necesidad de los otros y pensar que la dependencia es una suerte, porque lo contrario es estar más solos que la una. En el aislamiento solo hay soledad y no podemos llegar a sociedades líquidas que, como describe Bauman, son como el café instantáneo: calientas el agua, la echas en un vaso, remueves y sabe a café, pero el café es otra cosa. Queremos lo bueno sin lo malo, pensamos menos en la interdependencia, creemos que la felicidad es estar tranquilos… Nos hemos equivocado; la verdadera felicidad tiene más que ver con el desarrollo personal e implicarnos en la vida de los otros.
Se viene encima una avalancha de mayores con los boomers. ¿Qué podemos hacer?
Estamos en un momento de la historia que viene sin manual de instrucciones. Nunca ha habido tantas personas mayores en una sociedad y esto trae retos a la sociedad. Tenemos que cambiar nuestra mirada sobre la vejez, que ya no es una parte residual de la vida, sino hasta 30 años para muchas personas (un tercio de la vida), y entre los 65 y los 90 años pasan muchas cosas. Hay una primera parte de la vejez que es estupenda para quienes están bien de salud y económicamente, pero luego llega la fragilidad y la necesidad de ayuda, y tenemos que mirar cómo debemos hacerlo para cuidarnos más entre todos. La vejez está llena de etapas y lo más importante no es tanto cumplir más años como aprovechar el tiempo que tenemos, intentar vivir una vejez con propósito, más vinculada a los demás.
¿Quién ha cuidado sabrá dejarse cuidar?
Depende. Muchas mujeres tienen una experiencia traumática del cuidado que han tenido que dar a sus padres y por eso no quieren ser cuidadas por sus hijos; temen la pérdida de dignidad que significa a veces el cuidado, no quieren que sus hijos les vean deteriorarse o lo malo del cuidado (cambio de pañal, la ducha o comer). Hemos pedido a muchas mujeres que hagan un paréntesis en su vida o que abandonen su proyecto personal por el cuidado de los demás. Ahora estamos en otro punto, tenemos que encontrar nuevas formas de cuidar, de compaginar el proyecto de vida personal y los cuidados. Debemos transitar hacia sociedades más cuidadoras y tenemos que retomar las relaciones, para evitar consecuencias, más allá de la soledad, que no podemos calibrar.
Tenemos que pensar y dar un sentido colectivo al tiempo que va de los 65 a los 95 años, y ser una sociedad más cuidadora de lo que somos
¿Cuáles son sus propuestas basándose en su experiencia profesional y personal?
Relacionaría a los jóvenes con el cuidado. Tener la experiencia de cuidar es muy importante porque te da un pantallazo de la vida real. También propondría una mili de cuidados para todo el mundo como requisito esencial para ciertos objetivos vitales, como tener una beca para estudiar, porque si algo imprime carácter, aparte del orden sacerdotal, son los cuidados. Además, necesitamos rearmar la relación entre mayores y jóvenes porque las sociedades envejecidas deben ser para todas las edades. Los del baby boom somos una generación que nos enfocamos mucho en el autocuidado, pero poco en el cuidado de los otros y hay que darle la vuelta a esto. Tenemos que pensar y dar un sentido colectivo al tiempo que va de los 65 a los 95 años, y ser una sociedad más cuidadora de lo que somos.
¿Cómo se ve dentro de 20 años?
El psicólogo catalán Ramón Vallés me decía que él se había imaginado una vejez y que la realidad ha sido diferente. Yo intento imaginarme distintos escenarios, y el que me sale es envejeciendo en casa, haciendo cosas por los demás y, cuando necesite cuidados, me gustaría que mis hijos estuvieran cerca de mí. Esto no quiere decir que hagan lo que yo hice con mi madre, pero sí que me acompañen. También tengo una responsabilidad personal sobre mis cuidados y debo dejarlos dispuestos.
Perdió a su padre repentinamente cuando tenía 70 años. ¿Es mejor que la enfermedad de su madre?
Mi padre se enteró de poco, pero se perdió muchas cosas importantes de la vida (apenas conoció a sus cinco nietos). Lo de mi madre fue extremo. Con todo, aunque se necesite ayuda, si la cosa no es tan dura como lo que vivió mi madre, igual escogería que me cuidaran durante un tiempo. Pero no está en nuestra mano… Como dice el filósofo, ante la certidumbre de la muerte está la incertidumbre de cómo, cuándo y de qué manera; no podemos elegir, por eso intento cuidarme, visualizar el futuro en distintos escenarios y hacer frente a lo que llegue.