“Mi amiga me salvó. Me ayudó a recuperar la ilusión de vivir y abrirme a nuevas experiencias cuando más sola me sentía”, afirma Marisa Amoro, de 69 años, viuda desde hace cuatro. Nuevas experiencias a las que ha llegado a través de la red de amistades que ha creado y cultivado desde que el fallecimiento de su marido le obligó a cambiar su forma de vivir.
“Desde siempre mi vida estuvo centrada en mi familia; primero con mis hermanos, soy la mayor de nueve hermanos, luego con mi marido y mis hijos. El poco tiempo que nos quedaba libre entre el trabajo y las familias, mi marido y yo lo disfrutamos principalmente solos”, recuerda Marisa, quien señala que las relaciones sociales ocuparon un lugar muy periférico la mayor parte de su vida.
Mi amiga tiró de mí, y me ayudó a crear nuevas amistades que ahora son fundamentales en mi vida e impiden que me sienta sola
No obstante, tras quedarse viuda y gestionar su duelo inicial, se animó, al principio obligada por su hija, a salir de casa y apuntarse a un curso para adultos. Luego, su amiga de la infancia “tiró de mí, y me ayudó a crear nuevas amistades que son ahora fundamentales en mi vida, me apoyan, me motivan, e impiden que me sienta sola,” asegura Marisa. Las amistades no solo acompañan, sino que en ocasiones sanan y nos ayudan a superar los momentos difíciles que se presentan a lo largo de la vida.
La amistad, clave para el bienestar en la vejez
Es un hecho confirmado y ampliamente reconocido que la amistad es un lazo afectivo esencial para el bienestar humano a nivel psicológico y fisiológico, en cualquier etapa de la vida. Y en opinión del antropólogo Josep Maria Fericgla, “cuando se llega a la edad madura, o a la tercera parte de la vida, la amistad cobra más importancia. Tenemos, en general, más tiempo, y este mayor tiempo libre del que disponemos es un tesoro para dedicarlo a la amistad. El que no tiene tiempo, no tiene amigos”.
“A partir de cierta edad, de los 60 años más o menos, el ser humano entra en una fase de integración, en la que integramos las experiencias pasadas y decidimos quedarnos con lo esencial, y tendemos a perder amigos. Por eso es importante cultivar la amistad en esta etapa, para poder transitar por la tercera y última parte de la vida en compañía”, asegura el antropólogo a La Vanguardia.
“Los lazos afectivos que se generan entre los mayores acompañan y crean un objetivo vital, tejiendo una red social en la que el mayor se siente atendido. Los mayores que cuentan con amigos tienen vidas más activas. Saben que los amigos se preocupan por uno, acompañan y dan sentido a la vida, llegando en ocasiones a suplir la falta de arraigos familiares”, señala el terapeuta ocupacional especializado en gerontología social, Iñaki Olivar. Y de acuerdo con su experiencia, “la motivación y unión que se generan entre estos grupos proporcionan a los mayores un objetivo, propósito de vida, que sin duda alguna ralentiza el deterioro físico y cognitivo que acompaña al envejecimiento”.
El terapeuta ilustra esta opinión relatando la anécdota de una de sus alumnas en los talleres para mayores que cuenta con más de 80 años y vive en un décimo piso en un edificio donde recientemente se estropeó el ascensor; decidió bajar andando los diez pisos antes de faltar a la cita semanal y dejar que sus compañeros se preocuparan por ella. “Al día siguiente la mujer no podía moverse por las agujetas, pero estaba muy orgullosa de no haber faltado a clase”.
La unión que se genera entre los grupos de mayores proporciona un propósito de vida que ralentiza el deterioro físico y cognitivo
Vínculos que se crean al compartir intereses
Tiempo libre y una convergencia de sus intereses y experiencias es lo que ha permitido a Marisa crearse una red de amistades que le han dado un nuevo sentido a su vida. “Las amistades que he hecho estos últimos años se encuentran en situaciones similares a las mías, entienden cómo ha sido mi vida y compartimos una trayectoria vital parecida. Sin obligaciones laborales y con hijos adultos disponemos de tiempo para dedicarnos a lo que nos interesa; nos apuntamos a diversos cursos, realizamos excursiones, quedamos a comer, etc.” Actividades que, como misma ella reconoce, “antes nunca había tenido ni tiempo ni motivación para realizarlas.”
Resulta paradójico, por no decir contradictorio, que sea precisamente en la etapa de la vida en la que más tiempo tenemos para dedicarlo a las relaciones sociales y crear nuevos amigos, cuando biológicamente, al parecer, menos capacidades tenemos para hacerlo. O al menos eso se desprende del reciente estudio efectuado por investigadores de la Universidad Tecnológica de Nanyang, Singapur. Según los resultados de este estudio, a medida que envejecemos nuestro cerebro experimenta alteraciones neurobiológicas que reducen la conectividad entre las regiones cerebrales clave para mantener relaciones sociales.

Dos mujeres ancianas caminando por un parque, a 29 de noviembre de 2023, en Madrid (España).
En opinión de Josep Maria Fericgla, “este estudio es un pez que se muerde la cola”, ya que según explica el doctor en antropología “aunque probablemente a edad avanzada hay una pérdida de la capacidad orgánica para la sociabilidad, también hay una pérdida para el interés en la sociabilidad. Es decir, si una persona deja de compartir intereses con los que están a su alrededor, experimenta una pérdida de sociabilidad, porque lo que nos une a los demás es mirar hacia el mismo objetivo, cultivar alicientes comunes que nos despierten y nos nutran por dentro. A medida que una persona pierde esta disposición también va perdiendo este carburante para relacionarse con los demás. Por eso descubrir y fomentar intereses comunes con otras personas es la forma más adecuada para establecer nuevos lazos de amistades en la última etapa de la vida.”
Dicho con otras palabras, cuanto más interés mantenemos en generar lazos sociales, más activas permanecen las áreas del cerebro relacionadas con la sociabilidad. No es por tanto de extrañar que durante las primeras etapas de nuestra vida los compañeros de estudios, las relaciones familiares y la vida laboral, entre otros, estimulen nuestra capacidad orgánica para la sociabilidad. Sin embargo, superar esas etapas y llegar a una edad avanzada significa, a menudo, un cambio drástico en nuestra vida social al quedarnos sin estos estímulos externos, ya sea por la jubilación, por pérdidas de allegados o traslados familiares.
Fomentar intereses comunes con otras personas es la forma más adecuada para establecer nuevos lazos en la última etapa de la vida
Nunca es tarde para una amistad verdadera
El terapeuta Iñaki Olivar, respaldado por su experiencia profesional, coincide con el antropólogo al asegurar que la mejor forma de crear nuevas amistades en edades avanzadas es a través de intereses comunes. “El ejemplo más claro de esto lo tengo con un grupo de adultos que creé en 2010, dentro de un programa de voluntariado intergeneracional llamado ‘Habil-edades’”, relata Iñaki.
“Era un taller de jardinería para mayores en el que se apuntaron 12 personas que tenían interés en la jardinería e interés en ayudar, pero que no se conocían entre sí. Todos ellos estaban jubilados cuando se inscribieron. A fecha de hoy, de los componentes de este grupo 4 han fallecido y el resto, que tiene entre 80 y 85 años, mantienen una buena amistad que ha perdurado en el tiempo. Quedan todas las semanas, se van juntos de vacaciones y se apoyan mutuamente cuando lo necesitan”. “Ellos son los primeros sorprendidos de haber entablado una amistad tan profunda e intensa cuando ya habían superado los 60 años”, concluye el terapeuta ocupacional.
Igualmente sorprendida se quedó Isabel Pueyo, de 76 años, cuando se encontró haciendo camping en la costa mediterránea hace tres veranos por invitación de una amiga. “Fue la primera vez en mi vida que fui de camping y aquello fue una experiencia total. Me sacó por completo de mi zona de confort con un respaldo emocional que compensó la falta de comodidades habituales”. La experiencia resultó tan satisfactoria, que ahora se ha convertido en un evento que Isabel y dos amigas repiten todos los años.
“Las risas que hacemos y lo bien que lo pasamos superan con creces el inconveniente de tener que utilizar duchas y aseos públicos”, asegura Isabel. A Isabel, las dos últimas décadas de su vida le han ofrecido la oportunidad de disfrutar de unas amigas “como las que no he tenido en ninguna otra época de mi vida”. Divorciada en los 80 con dos hijos pequeños, su prioridad fue durante mucho tiempo sacar a su familia adelante. La independencia económica de sus hijos, primero, y su jubilación después le permitió dedicarse a cultivar sus intereses personales y a participar en cursos y talleres de materias que le interesaban. En ellos ha encontrado una red de amistades que “han enriquecido mi vida.”
Mis amigas cubren la falta de familia cercana, me hacen sentir útil cuando les ayudo y sé que si lo necesito ellas me ayudan a mí
“La amistad hay que cuidarla. Yo a mis amigas les dedico tiempo y esfuerzo”, asegura Pueyo. “Ellas, para mí, cubren la falta de familia cercana. Me hacen sentir útil cuando les ayudo y sé que si lo necesito ellas me ayudan a mí”. Según afirma Isabel, “las amistades más auténticas y profundas son las que he entablado en esta última etapa de mi vida. En las anteriores fases, más que amigas tenía conocidas, gente con las que pasaba el rato. Y prueba de ello es que las anteriores relaciones no han perdurado”, concluye.
Aunque los intereses externos que desarrollamos en la edad madura nos permiten transitar esta etapa en compañía, para el antropólogo Fericgla, el único interés serio y perdurable que existe en la vejez es prepararse para una buena muerte. “Y cuando una persona se centra en lo importante, habitualmente encuentra personas de edades similares que están en el mismo camino. Esto les une y les permite crear nuevos amigos de verdad”.