Anna Veiga, bióloga, 68 años: “Muchas veces me he preguntado por qué no hemos sabido transmitir unos valores igual que nos los transmitieron a nosotros”
Vips Séniors
En 1984 la doctora Veiga creó el primer bebé probeta en España y se convirtió en una figura pionera de la medicina reproductiva española. A sus casi 69 años, reflexiona sobre su trayectoria y aprendizajes vitales
Anna Veiga, bióloga.
Es bióloga y durante muchos años investigó entre las cuatro paredes del Laboratorio de Fecundación In Vitro del Instituto Dexeus en Barcelona. Sin embargo, su nombre dio la vuelta al mundo cuando en julio de 1984 anunció el nacimiento de Victoria Anna, el primer bebé probeta en España. En ese momento, la doctora Anna Veiga (Barcelona, 1956), se convirtió en una figura pionera de la medicina reproductiva española.
Hace veinte años cambió los embriones por las células madre. Desde el Banco de Línias Celulares del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona, su objetivo ya no es ayudar a crear vidas, sino mejorar los últimos años de ellas. La investigación que realiza con células madre busca combatir la degeneración celular que provoca demencias como el alzheimer o enfermedades como el párkinson.
Cuando nos preguntan cuál es el momento más importante de nuestra vida, todos solemos a decir el día que nacieron nuestros hijos. En su caso, doctora, hay otro nacimiento que le debe de haber marcado: el de Victoria Anna, la primera niña en España nacida gracias a la fecundación in vitro que usted lideró…
¡Claro! El nacimiento de Vicky fue un antes y un después porque fue la demostración clara que lo que estábamos haciendo realmente funcionaba y tenía sentido. El nacimiento de Vicky y el nacimiento de mi hijo, que se llevan tres años, son lo que más me ha marcado.
¿Qué sensación tuvo cuando vio a Victoria?
Desde el punto de vista científico, el momento más impactante fue la fase previa, cuando conseguimos el primer embrión y lo vi por primera vez en el microscopio: un embrión que yo había fabricado, que yo había conseguido que se formara en condiciones in vitro. ¡Aquello fue muy impactante!
El momento más impactante fue cuando conseguimos el primer embrión y lo vi por primera vez en el microscopio: un embrión que yo había fabricado
Victoria Anna en los brazos de la doctora Veiga, hace 40 años
En aquel momento usted tenía tan solo veintisiete años. ¿Cómo gestionó aquel logro?
En aquel momento éramos un equipo pequeño y muy joven: el doctor Pere Barri, que debía de tener treinta y pocos años; Gloria Calderón, que tenía venticinco… Nos tomábamos nuestro trabajo como un reto enorme y con unas ganas y una energía características de estas edades. Yo, al menos, no era consciente del escenario que estábamos abriendo. Muchas veces, cuando te pasan las cosas, sobre todo cuando eres tan joven, no eres capaz de prever qué vendrá detrás ni qué consecuencias tendrá. Teníamos muy claro que estábamos hablando de los orígenes de la vida y de empezar nuevas vidas, pero quizá esta juventud y este entusiasmo son los que te hacen salir adelante y conseguir cosas que quizá no conseguirías si te pararas a pensar.
Cuánto más mayores nos hacemos, ¿más vueltas damos a las cosas y menos actuamos?
Quizá sí, pero también al revés. Cuando ya tienes más experiencia y ya has vivido circunstancias que te han enseñado mucho, eres capaz de tomar decisiones y afrontar retos que te inmovilizaban porque no entendías muy bien por donde tenías que ir. Con la edad eres más reflexivo y quizá algunas cosas las piensas más, pero también hay otras que tienes clarísimas, que sabes que por ahí no pasarás o que por allá te lanzarás de cabeza.
¿Hay algo que ahora, con la perspectiva de los años, le diría a aquella doctora tan joven?
Si tuviera que volver a empezar, muchas cosas las haría exactamente igual. Pusimos toda la dosis de entusiasmo de la que fuimos capaces y toda la dosis de seriedad desde el punto de vista científico. Los que me precedieron, como el doctor Barri, el doctor Josep Maria Dexeus o el doctor Santiago Dexeus, ya tenían una manera de enfocar todo aquello y de trabajar que nos traspasaron absolutamente. Ahora, cualquier médico o biólogo joven que empieza a trabajar piensa ‘esta pobre vieja…’ y falta esa manera de hacer, de actuar, de tener unos valores y de saber escuchar a los demás. Esto se ha perdido.
¿Las generaciones que suben ahora quizá no escuchan como deberían?
Muchas veces me he preguntado por qué muchos de nosotros no hemos sabido transmitir estos valores igual que nos los transmitieron a nosotros. Probablemente es una combinación de los dos factores, es decir, ni nosotros hemos sabido transmitir bien ni las nuevas generaciones están escuchando el mensaje, porque escuchan otros mensajes por otras vías.
Cualquier médico o biólogo joven que empieza a trabajar piensa ‘esta pobre vieja…’, falta tener unos valores y saber escuchar a los demás, esto se ha perdido
A lo largo de muchos años, ha hablado con muchas mujeres o parejas que querían tener hijos y no podían. ¿Ha llegado a alguna conclusión de cuál es la razón que nos hace querer tenerlos?
Recuerdo una estadística que decía que un porcentaje elevadísimo, cerca de un 70 o un 80% de los embarazos, no eran embarazos buscados. Es decir, la gran parte de las criaturas que nacen lo hacen porque fallan los métodos anticonceptivos. En el caso de parejas que tienen problemas de fertilidad, luchar contra esto puede acabar convirtiéndose en una travesía realmente muy dura. Las parejas que tienen que someterse a fecundación in vitro, sobre todo las que no consiguen el éxito de una forma rápida, sufren una experiencia realmente muy complicada y que puede llegar a deteriorar la pareja. Por lo tanto, la gente tiene hijos por razones absolutamente diversas.
Trabajar con embriones y ayudar a crear vida… ¿le ha generado alguna vez la sensación de dios creador?
En aquel momento no pienso que soy todopoderosa. La responsabilidad a nivel personal sí pesa, pero la mayoría de sanitarios tenemos tan claro qué es lo que queremos y por qué estamos trabajando, que al final es reconfortante lo que consigues. El sentimiento que he hecho algo fantástico lo he tenido más con las parejas con las que he establecido una relación de proximidad. Al principio éramos un equipo muy pequeño, y, por tanto, establecíamos una relación muy próxima con las pacientes. Algunas de estas relaciones las he conservado, como por ejemplo con Victoria y sus padres. Con algunos mantengo un contacto muy próximo y me escriben para explicarme que uno ya ha acabado la carrera, que otro ya es médico, que aquel ya se ha graduado… ¡O para invitarme a su boda!
Doctora, hace unos veinte años pasó de trabajar en reproducción asistida y, por tanto, facilitando nacimientos, a trabajar con células madre y, por tanto, tratando enfermedades degenerativas de la última etapa de la vida. Del nacimiento a la vejez. ¿Cómo lleva este contraste?
Si la imagen de un embrión que había conseguido en el laboratorio fue la primera foto impactante que tuve, la imagen de unas células madre latiendo bajo el microscopio convertidas en células cardíacas, te puedo decir, y todavía ahora se me pone la piel de gallina, que fue otra de las fotografías realmente impactantes. Las dos: el embrión por un lado y las células madre latiendo como un corazón por el otro.
¿Cree que estas células madre conseguirán que vivamos muchos más años que ahora?
Es importante entender que no pretendemos que la gente viva ciento veinte años, sino que viva muchos años, pero con buena calidad de vida. No sirve de nada vivir cien años si los últimos veinte has estado postrado en la cama o sin la capacidad de entender, de explicarte ni de estar con la gente a quien aprecias. No sé si me gusta demasiado la expresión de ‘luchar contra el envejecimiento’, porque el envejecimiento es una cosa que se produce, es evidente. Lo que tenemos que intentar es que este envejecimiento se haga en las mejores condiciones y que la gente no pierda la visión cuando se hace mayor, no tenga accidentes vasculares que hagan que esté postrado en una silla de ruedas, no sea capaz de comunicarse o no tenga una enfermedad degenerativa como el Alzheimer. A pesar de que hay gente que parece que querría vivir muchos años, no queremos hacer que la gente sea inmortal: queremos frenar el envejecimiento o conseguir un envejecimiento saludable.
No sé si me gusta demasiado la expresión de ‘luchar contra el envejecimiento’, porque el envejecimiento es una cosa que se produce, es evidente
Anna Veiga, bióloga.
Pongámonos en un terreno de ciencia ficción. Si mejoramos esta degeneración cognitiva, ¿con los años podríamos llegar a mejorar también la degeneración física? Es decir, ¿nos podemos imaginar dejar de llevar bastón y de andar despacio? ¿Nos podemos imaginar un envejecimiento imperceptible?
Llevándolo al extremo, esta sería la idea. Si vemos lo que se está haciendo a nivel de traumatología ahora y lo que se hacía hace cuarenta años, veremos que antes una persona de setenta años iba con bastón. Ahora, en cambio, si a una persona de esta edad se le echa a perder la articulación de la rodilla o la de la cadera, lo operan y vuelve a andar perfectamente. No sé si pondremos células madre en las articulaciones, en los corazones que hayan sufrido un infarto o en un páncreas que se ha vuelto diabético, pero este escenario que pones es posible. Todo esto se conseguirá.
¿Qué le ha enseñado la ciencia de las personas?
Con pacientes, a tenerles mucho respeto. Y con el resto, intentar crear escuela y entusiasmar. Fui muchos años profesora en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y los primeros años quedaba absolutamente agotada de las ganas que ponía en las clases para que toda aquella panda de chicos se entusiasmaran.
Cuando estoy estresada, lo que mejor me va es ordenar un armario, ordenar la mesa, tirar papeles, abrir cajones...
¿Cómo se distancia de la trascendencia de su trabajo? ¿Tiene algún tipo de distracción que le ayude a destensar?
Hago las cosas que hacemos todos a mi edad: me encanta ir en bicicleta, ver a mis amigos, ir al cine… Pero cuando estoy estresada, lo que mejor me va… ahora te sorprenderás… es ordenar: ordenar un armario, ordenar la mesa, tirar papeles, abrir cajones… Siempre hago la broma que, como lo que necesito es ordenar la cabeza y no puedo, ordeno el exterior. El día que me veían que empezaba a poner orden en el laboratorio, ya todo el mundo decía ‘ui, ui, ui, la Veiga está ordenando, cuidado’…
¿Cómo se imagina el mundo dentro de cien años?
Es muy difícil imaginarlo, pero estamos yendo mucho más deprisa de lo que íbamos. El otro día vi una aplicación de inteligencia artificial que ya intenta simular sentimientos, analizando reacciones de no sé cuantísima gente ante no sé cuantísimas situaciones y aprendiendo que lo más normal es reaccionar de tal manera. ¡Si nos lo hubieran explicado no nos lo hubiéramos creído! Por lo tanto, es que ni me lo imagino, no sé cómo podrá ser.
No estoy segura de haber sido una buena madre, pero lo que sí que tengo muy claro es que a mi hijo he intentado transmitirle los valores de honestidad y respeto
Si el futuro depende de las personas que programan la inteligencia artificial, necesitarán un potente código deontológico como el que ustedes aplicaron cuando empezaron a trabajar con embriones o todo esto se nos irá de las manos…
¡Este es el miedo! Y lo que se está haciendo en estos momentos es precisamente levantar este debate para tener claro cuáles son los valores a los cuales no queremos renunciar. No todo vale. Lo que estamos viendo, sin embargo, es que lo que cuesta más mantener es precisamente los valores y aquí es donde creo que corremos peligro. Tenemos que intentar transmitir a nuestros hijos y nietos que el progreso es fantástico, pero que hay que mantener unos mínimos valores para que todo esto tenga sentido. Si el objetivo es únicamente el poder o el dinero, todo perderá el sentido. Yo no estoy segura de haber sido una buena madre o una mala madre, pero lo que sí que tengo muy claro es que a mi hijo he intentado transmitirle los valores de honestidad y respeto.