“¿Qué pensaría de ti tu yo más joven?” Sólo tendrás una vida plena si aceptas que todo es efímero

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Pensamos que para cambiar nuestra vida debemos embarcarnos en gran viaje o tener una gran revelación, pero a menudo basta con emprender pequeñas acciones conscientes, responsables y sostenidas en el tiempo

Laura Uli

Uli Moreno y Laura Falces, autores de ‘Te vas a morir y todavía no has empezado a vivir’ (Tenos, 2025)

LVD

No hay nada peor que se nos pase la vida sin haberla vivido. Morir en vida es transitar en el tedio, la apatía o en ese piloto automático en el que nos mete la neurosis cotidiana. Sin darnos cuenta, vamos repitiendo patrones heredados de nuestros padres o simplemente, cumplimos con lo que se espera de nosotros.

La vida es una suma de nuestra toma de decisiones. Cada una de ellas marca una serie de acciones que juntas conforman un destino. Laura Falces, ingeniera química, y Uli Moreno Montana, productor audiovisual, ambos divulgadores de temas de salud, bienestar y deporte, nos plantean su propuesta para vivir mejor en el libro Te vas a morir y todavía no has empezado a vivir (Tenos, 2025): “Para saber si estamos en el camino correcto, basta con imaginar que entramos en una habitación y nos está esperando nuestro yo más joven. Conoce nuestra historia y nos ve acercarnos, poco a poco. ¿Qué pensaría nada más vernos? ¿Cuál sería su primera impresión? ¿Le gustaría lo que ve sabiendo lo que sabe?”, se preguntan.

Bienestar emocional

Tomar decisiones cada día que te ayuden a encontrar el equilibrio

Esta puede ser una forma de autoevaluarnos, para determinar si estamos llevando la vida que queremos. Debemos ser protagonistas de nuestra vida, no zombis errantes. Vivir mejor empieza con el compromiso de soltar lo que ya no podemos cambiar y construir aquello que queremos ser. Cada nueva acción puede llevarnos a esta nueva condición de una vida plena. Por supuesto, cabe tener en cuenta la parte económico-profesional como un importante comodín de nuestro equilibrio general. La conclusión es que si estamos equilibrados y somos capaces de sonreír, la vida es mucho más fácil.

Laura Falcés y Uli Moreno y nos cuentan que vivir mejor no es una meta que se alcanza, sino una consecuencia de cómo se vive. Para ello es necesario tomar decisiones que alineen lo que hacemos cada día con nuestros valores, y mantener en equilibrio entorno a los pilares básicos sobre los que se sustenta nuestro bienestar:

Lo que se precisa para cambiar nuestras vidas son tan sólo pequeñas acciones conscientes, responsables y sostenidas en el tiempo. Empezar hoy, aunque sea con algo pequeño, es lo que recomiendan los autores que cuentan con una comunidad de 250.000 personas en redes sociales.

Nos estancamos cuando dejamos que la vida decida por nosotros, cuando delegamos nuestras decisiones a la inercia del día a día y caemos en el victimismo y la queja constante. Podemos seguir como hasta ahora si el lugar en el que estamos —y cómo estamos en él— nos proporciona la satisfacción que buscamos. Si no es así, tendremos que cambiar nuestro modus operandi con pequeñas decisiones diarias que inclinen la balanza hacia dónde queremos estar. 

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Morir en vida es vivirla en piloto automático, llegar al final sobreviviendo. Despertarte cada día sin ganas, trabajar en algo que no te importa, rodearte de gente que no te inspira, desear hacer cosas, pero no tener tiempo para hacerlas y llamar a esa rutina descafeinada “normalidad”. Es pensar “¿esto era la vida?” y no hacer nada al respecto. Que la inercia de las olas te mueva de un lado a otro en medio del mar no te convierte en navegante. El navegante lleva una brújula, un mapa y un par de remos que le permiten acercarse a la tierra deseada, aunque no siempre lo consiga. Lo mismo sucede con la vida y las decisiones que tomamos para evitar entrar en la inercia de estar sobreviviendo más que viviendo.

La felicidad puede ser una condena si la buscamos en lugares equivocados

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La fiesta y el desenfreno no son sinónimos de felicidad 

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Vivir la vida plenamente no va de hacerlo desenfrenadamente, sin miedo ni consideración por las consecuencias; va de tener presente que todo es efímero. Que no siempre habrá otro día para todo lo que postergamos. Que el tiempo que hoy desperdiciamos en preocupaciones inútiles, en distracciones sin sentido o en aplazar la vida como si fuera infinita, es tiempo que nunca volverá.

En la conversación entran los estoicos y la filosofía budista. Ambas filosofías nos inspiran porque hablan de entender que hay cosas que no podemos controlar. En cambio, sí podemos actuar y entrenar la atención para vivir con más sentido. La filosofía —ya sea estoica, budista o de cualquier otra corriente— es una brújula que podemos tomar como referencia para vivir con más plenitud y sentido. Pero conviene no idealizarla: ninguna filosofía, por sí sola, cambia radicalmente una vida si no hay decisiones que la acompañen. Las páginas del libro no te cambiarán la vida, pero pueden ayudarte a que seas tú quien lo haga. Cambiar una vida es una tarea que empieza con una decisión y se sostiene con muchas más.

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La felicidad puede ser una condena si la buscamos en lugares equivocados y construyendo un sistema de consumo que gira en torno a eso. La felicidad entendida como objetivo genera frustración. Nuestra evolución no entiende de felicidad, entiende de supervivencia. Cuando logramos superar los retos que nos plantea la vida —aunque hoy no haya leones a la vuelta de la esquina— y adaptarnos bien a ellos, la vida nos regala momentos de bienestar. Cuanto mejor aprendamos a adaptarnos y prosperar en el entorno en el que nos movemos, mayor bienestar obtendremos. Por eso, más que buscar la felicidad, deberíamos centrarnos en convertirnos en personas capaces de adaptarse mejor a las vicisitudes de la vida.

Les pregunto si somos nuestro peor enemigo y me dicen que muchas veces sí. Nuestra mente refuerza lo que más atendemos y si lo que más atendemos son diálogos internos negativos, nos convertiremos en la piedra más grande y pesada de nuestro propio camino. Por eso, reeducar nuestra mente a través de nuestras conductas es una vía estupenda para no convertirnos en nuestro peor enemigo. O, por lo menos, para sufrir menos. Es la base de la terapia cognitivo conductual, la que actualmente mayor evidencia científica tiene en el campo de la psicología.

Las pequeñas acciones importan mucho

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También es fundamental cultivar los buenos hábitos. Repetir una conducta las suficientes veces como para acercarnos al objetivo que deseamos. El cerebro necesita repetición para integrar lo nuevo, pero también señales, deseo, sencillez y recompensa. Al principio hace falta más esfuerzo consciente: modificar el entorno, hacerlo visible y atractivo, y reducir las barreras que lo dificultan. Con el tiempo, ese hábito se consolida, requiere menos energía mental y se convierte en parte natural de nuestro día a día. Y cuando empiezas a sentir los beneficios de lo que haces eso refuerza la conducta de seguir haciéndolo.

Las pequeñas acciones importan mucho. Tendemos a subestimar su impacto acumulativo. Nos cuesta mucho imaginar el efecto que tiene a largo plazo aprender, hacer deporte, comer bien, invertir nuestro dinero, cuidar nuestras relaciones o formalizar un proyecto. Resulta mucho más atractivo ver el antes y el después en dos imágenes, aunque sepamos que entre la una y la otra exista una diferencia de diez años. Tendemos a ver la vida como uno y dos. Principio y final. No acostumbramos a empezar algo para que poco a poco mejore, sino que lo empezamos con la esperanza de recibir el premio que ofrece la meta. Y lo que no se ve en la imagen del antes y el después es precisamente, lo que la hizo posible: las decisiones cotidianas, las veces que se quiso abandonar y no se hizo.

El cambio real es acumulativo: lo que repites una y otra vez te construye, o te destruye. Si alguien quiere perder peso, no basta con comer mejor hoy a mediodía. Hay que aprender cómo hacerlo hoy, mañana y durante muchos días; después hay que poner en práctica lo aprendido cada jornada hasta lograr el objetivo. Y, una vez conseguido, mantenerlo exige las mismas pequeñas acciones repetidas; si no, el progreso se desmorona.

Reconocer la finitud, el memento mori, es esencial para aprender a valorar lo que tenemos. Podemos perder todo cuanto amamos en cualquier momento. Si somos conscientes de esto, viviremos más en el presente y apreciaremos más lo que tenemos; y si en algún momento deja de formar parte de nuestra vida, no sentiremos arrepentimiento por no haberlo disfrutado. Esto es aplicable a las personas que amamos, a nuestros bienes materiales, a nuestra salud o a nuestra propia vida. Se trata de no dar por sentado que todo lo que tenemos es un derecho para siempre, sino un préstamo que la vida nos ha regalado. Creemos que apreciar la vida es darte cuenta de que te vas a morir y todavía no has empezado a vivir.

¡Vive intensamente, toma las riendas de tu vida y sé feliz!

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