En ocasiones, la exigencia nos hace creer que no somos suficiente o que no alcanzamos. Estos pensamientos limitantes menguan nuestra confianza y capacidad de sobreponernos a la adversidad. Por eso es tan importante la autoestima. Confiar en uno mismo o vivir sin culpa son dos imperativos para reconocer nuestro valor y sentirnos orgullosos de ello. En la vida no hay que ir de tiburón, pero tampoco de víctima. Responsabilizarse y tomar las riendas de nuestro destino ayudan a sentirnos en paz.
Si entramos en el bucle de la negatividad, sin darnos cuenta, vivimos en nuestra peor versión, permitiendo que todos nuestros recursos queden en la sombra. Por el contrario, cuando conectamos con nuestra valía, nos venimos arriba y somos capaces de cualquier cosa. La vida es un estado de ánimo y como propone el coach y formador en comunicación Javi Castillo Rubio en su libro El arte de reconocer tu valor, “nuestra capacidad es siempre mucho mayor de lo que pensamos”.
Cuando ansiamos que todo suceda como nos gustaría, nuestra energía se transforma en tensión y estrés. No hay que abarcar más de lo que corresponde
¿Cómo reconocemos nuestro valor?
En primer lugar, debemos revisar qué grado de importancia nos otorgamos en las diferentes áreas de nuestra vida. Necesitamos un cambio de perspectiva, vernos como protagonistas de nuestras experiencias, reconociendo que todo lo que vivimos tiene como punto de partida nuestra percepción de la realidad. El valor no es algo que se construye o se crea, sino que se reconoce. Está en nosotros como cualidad inherente al ser humano; no depende del estado personal en el que nos encontramos o de etapa concreta de nuestra vida.
Señalas tres paradojas que nos encontramos en la vida...
Misterio, vulnerabilidad y cambio: las tres circunstancias que moldean nuestra experiencia. Algo así como unas leyes a las que el ser humano queda adscrito desde el momento de su nacimiento. El misterio nos muestra que hay cosas que desconocemos. No sabemos qué pasará en los próximos diez minutos. Pese que pueda parecer una debilidad, nos abre la puerta a la oportunidad: no sabemos todo el potencial humano que podemos desarrollar.
La vulnerabilidad nos muestra que somos permeables a lo que sucede; influimos, pero también nos influyen. Y aun así tenemos el coraje de aventurarnos, avanzar, construir, fracasar, volver a empezar… Y eso es gracias a la tercera paradoja, el cambio. Queremos ser las mismas personas: “Yo soy así”, pero no es posible. El cambio es inevitable y nos da la oportunidad para aprender y adaptarnos a las diferentes circunstancias. La clave es crear el entorno idóneo para que el cambio nos sea favorable y nos proporcione bienestar.
¿Vivimos mejor sin control? ¿Por qué?
Cierto control en las situaciones cotidianas y en la proyección hacia el futuro es necesario. Nos confiere una estabilidad muy valiosa para nuestra salud mental. La clave de la frase “Tranquilos, nada está bajo control”, que comento en el libro, es el aprender a discernir entre lo que podemos controlar y decidir, y lo que no. Cuando ansiamos que todo suceda como nos gustaría, estamos invirtiendo una energía que se transforma en tensión y estrés. Intentamos abarcar más variables de las que nos corresponden y esto no nos ayuda. Podemos crear circunstancias más favorables, pero siempre habrá algo fuera de nuestro control. Aceptar esta certeza nos ayuda a soltar tensión y aporta paz interna para centrar nuestros recursos en aquello que sí podemos elegir.
A veces conviene buscar un modo distinto de mirarnos (...) Valorar aquello que se nos da bien y que nos gusta de nosotros, y potenciarlo
¿Cómo hallamos el centro de nuestra vida o el lugar que nos corresponde?
En el momento en que nos damos cuenta de los recursos personales que tenemos para moldear nuestras vivencias. Cuando pasamos de ser agentes pasivos a agentes activos. Esto no quiere decir que seamos responsables de todo lo que nos sucede; pero una vez ha sucedido, cómo lo afrontamos sí que está en nuestras manos. Y el cómo, no tenemos por qué transitarlo solos. Pedir ayuda es un símbolo de fortaleza y equipo. El lugar que nos corresponde es el que más nos acerca a nuestro poder personal, sabiduría y belleza.
El valor no es algo que se construye o se crea, sino que se reconoce
¿Cómo estar alineado con quienes somos?
A través de la coherencia y la honestidad. Por una parte, siendo fieles a nuestra la manera de comprender la vida, nuestros valores y creencias. También a las características que más definen nuestra personalidad, a nuestras habilidades y capacidades: aquello que, podríamos decir, nos viene de serie. Por otra, siendo honestos con las necesidades que derivan de nuestro estado personal. Una señal inequívoca de que estamos alineados con quien somos es sentirnos en paz, más allá de los vaivenes de la vida.
¿Cómo cambiamos de perspectiva cuando no nos reconocemos?
En esos momentos es muy probable que nuestra autoestima y la confianza en nosotros mismos sean frágiles, superficiales y volátiles. Es importante darse cuenta de por qué nos sentimos así. Vernos y relacionarnos desde el no reconocimiento es un hábito que hemos adquirido como resultado de nuestra educación y experiencias. Para cambiar de perspectiva, conviene cambiar de hábitos y buscar un modo distinto de mirarnos, hablarnos y relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. Podemos empezar por valorar aquello que se nos da bien y que nos gusta de nosotros, y potenciarlo. No poner tanta atención en aquello que nos falta.
Alcanzamos nuestra mejor versión cuando entendemos que con el ánimo bajo, también está permitido
¿Algunas claves para aprender a valorar la normalidad?
En la normalidad es donde nos enraizamos, crecemos y maduramos. Damos por hecho que muchas de las situaciones que vivimos son un derecho y no un privilegio; las normalizamos, se vuelven rutina y, bajo nuestra mirada, pierden su valor. Solo cuando estamos en una situación comprometida valoramos lo que tenemos. Urge darse cuenta de lo realmente importante: el cariño, el cuidado, la complicidad, la solidaridad, la empatía… lo más esencial que necesitamos como seres humanos.
¿Por qué es importante reconocer con qué pensamientos nos identificamos?
Son el filtro por el cual nos percibimos y nos relacionamos con nosotros mismos, con nuestro entorno y con la sociedad. Tenemos miles de pensamientos al día; la mayoría de ellos son automáticos, se producen a un nivel inconsciente, y repetitivos. Aquellos que nos llaman la atención porque están alineados con la idea que tenemos de nosotros mismos son a los que damos veracidad. Funciona igual que el algoritmo de las redes sociales; solo aparecen en tu pantalla mental aquellos que son de tu interés. Por lo tanto, si nos identificamos con creencias y pensamientos limitantes, estamos mermando nuestra capacidad de reconocer nuestro valor. Identificarnos con pensamientos más luminosos nos facilitará ver una realidad más benévola y conectar con nuestra paz y bienestar.
¿El silencio nos hace estar en paz?
El silencio no es la ausencia de ruido, sino el espacio que se crea en el estar atento y presente a lo que sucede. Vivimos en una sociedad donde la inmediatez y la ocupación de todo nuestro tiempo se valoran positivamente. Esta dinámica nos comprime y nos estresa. Necesitamos crear espacios internos y desacelerar, descansar y meditar. Porque solo ahí podemos darnos cuenta de cómo estamos y qué necesitamos. El silencio nos conecta con la paz. Nos enseña que el mundo gira, aunque nosotros paremos. En el silencio aprendemos a dejar de hacer.
¿Cómo alcanzamos nuestra mejor versión?
En algún momento hemos creído que la mejor versión es la de estar al 100% a cada momento de nuestra vida, conduciéndonos a un intento de motivación exacerbada que paradójicamente nos aleja de nuestro bienestar. Si revisamos el concepto y comprendemos que nuestra mejor versión puede variar según la circunstancia y el momento, entonces es muy probable que conectemos con un sentimiento de satisfacción y plenitud. Alcanzamos nuestra mejor versión cuando entendemos que estar al 60%, con el ánimo bajo, también está permitido. Tal vez es el máximo que puedes dar en ese momento; porque no somos máquinas, somos humanos. También alcanzamos nuestra mejor versión cuando reconocemos nuestras habilidades y capacidades, cuando somos honestos y coherentes o cuando nos damos espacio para cuidarnos.



