Hoy en día los chicos se creen princesos . ¡La princesa soy!”, reivindica una joven concursante. “Quiero una mujer activa en la cama y cosas de esas”, exige un nonagenario. “¡A mi no me ata ni dios!”, protesta un hombre de 37 en respuesta a los posibles juegos eróticos de su potencial pareja...
El Ruedo ibérico de Valle-Inclán se llama hoy First dates (Primeras citas) y se emite en Cuatro dos horas al día de lunes a jueves. Bajo el pretexto de encontrar pareja, hacer match le llaman, 21.000 adultos han desfilado por el programa en los nueve años de emisión.
Los candidatos se apuntan, rellenan un formulario y son arrojados a la mesa de un restaurante con mucha gracia y–a veces retranca– por Carlos Sobera, el presentador. Si las citas progresan, acaban en un espacio más íntimo –con aires de reservado de cabaret de postguerra– donde suelen bailar y aún besarse. Las cámaras los recogen todo para alimentar el espíritu voyeur del espectador, convertido en psiquiatra de diván.
He aquí tendencias y modas latentes extraídas de las citas de esta semana, una fotografía sentimental de una España donde se acoplan la busca del amor y el “¡que hay de lo mío!”.
Amor -y exigencia- a los 90
No hay programa sin pareja senior, por encima de los 70 años. En este segmento, hacerse compañía y aspirar a un cuidador gratuito, afectuoso y amarrado gravita en el ambiente. La afición al baile determina muchos desenlaces. Esta semana, la pareja de más edad la han formado Chuli, 93 años, modista jubilada que reside en Abrera (Barcelona) y Tasio, 90, empresario jubilado, musico y vecino de Chinchón, que repite asistencia (triunfó en su primera cita pero la relación –cuenta– duró poco porque ella tenía gatos en casa y parecía más preocupada por los gatos que por Tasio).
Chuli y Tasio, dos participantes nonagenarios
De buenas a primeras, Chuli y Tasio no se han gustado. “No tiene agilidad, ¡está muy mayor para mi!”, dice él. “No me gusta físicamente”, dice ella.
Educados, cenan sin mal rollo. Les une el escepticismo sobre el tabulé del entrante.
–¿Esto qué es? No me gusta.
–¡A mi tampoco!
Una “camarera” les propone la posibilidad de ir a un espacio donde podrían bailar. Tasio, el músico, salta:
–¡Noooo! ¡No me gusta bailar, no sé bailar
Chuli no se inmuta. “No me gusta su manera de ir”.
Cada uno justifica ante el otro las razones del no a una segunda cita. No se cortan (¿la edad?).
–Quiero que sea una mujer activa en la cama y cosas de esas, por eso creo que no estás en condición de acompañarme.
–Con este hombre no llegaría a ningún sitio...
Vox pisa fuerte
La gente suele introducir la política en las citas cuando se siente cree parte de una corriente ganadora. A esto o todo o nada juega Paco, 45 años, camarero en Baleares, natural de Chinchilla. “Soy de derechas y ahora de Vox porque elijo yo quien quiero que me robe”, dice al presentarse. Merche, 49 años, preparadora de pedios y alicantina, es más prudente y llega con un regalo para su cita: sus poesías. Merche arrastra heridas, algo habitual en el planeta de las citas. “Solo he tenido una relación larga sabiendo que yo era la otra, con los demás no lo sabía:”, Lo de la otra suena a copla.
La cita va de mal en peor.
–Yo respeto a todos. Tengo amigos moros pero con los que vienen a delinquir haría una limpia que te cagas.
–Tú lo que necesitas es alguien que te calme.
Paco recurre a su pasión por contar chistes. “No soy George Clooney, pero les saco una sonrisa y a ellas les gusta”. Cuenta un chiste. Merche, todo pasmo. Paco remata la faena y se le escapa llamarla “reina”. “Me ha parecido machista”, comenta.
De el verdugo a la dominatrix
La película El verdugo fue rodada en blanco y negro en la España de 1963. La protagonista es hija de un verdugo y eso aleja a los pretendientes hasta que le presentan a un empleado de pompas fúnebres y hay boda (de penalti). Ciertas profesiones siguen asustando y la de Soraya es una de ellas: “masajista sensorial y dominatrix”.
Federico y Soraya
Sobera se hace el tonto y esta tarraconenses de 39 años le aclara: “Tengo chicos de mascotas. ¡Soy dominatrix y por eso sigo soltera!”. Está harta de que siempre se le acerquen “cachirulos, o sea cachas y garrulos”. Su cita es Federico, 37 años, “chef y jugador de póker” que se de define como enemigo de las injusticias; “cada día que salgo de mi piso me meto en líos”.
Ella se declara dominante, él que “a mi no me ata ni dios!”. Soraya trata a los chicos como “perritos obedientes” y a Federico no le gusta “que me manden porque para mandar ya estoy yo”. No hay tu tía de que alguno baje del burro ni siquiera cuando Soraya le practica un masaje sensorial. “Se le ha puesto dura, que lo sepáis, Le tocado la colita”. No hay match.
¿Quién dijo igualdad?
El dinero ha aparecido esta semana en dos citas y no para orgullo del Ministerio de Igualdad. Maiby es venezolana, 29 años, siete años en España y alterna en Marbella trabajo de comercial y carrera artística. Aparece José Antonio, 32, vigilante de seguridad y preparador físico. Se gustan y él la anima a conocer Cádiz.
–Me invitas pero... ¿con el viaje y los gastos pagados?
Maiby se explica: “Para pagarme yo las copas prefiero salir con mis amigas”.
Rafael y Becky
Becky vive en Madrid, tiene 42 años, es coach de mujeres con la autoestima baja y dueña de otro estilo: lo suyo sería vivir en Saint Tropez. Busca un hombre “generoso, inteligente y que le gusta cuidar a su pareja” (ella en este caso). Entra en detalles: para dedicarse a ese hombre, se vería obligada a trabajar menos así que exige un varón que gane entre 8.000 y 10.000 euros mensuales. Rafael, 53 años, residente en Suiza, soltero y sin hijos, dice cumplir holgadamente los requisitos. ¿Profesión? Organizador de eventos, consejero financiero y conserjería de lujo en Eivissa. La cita funciona y tiene aires de trato empresarial porque Becky se declara muy partidaria de firmar un contrato prenupcial que le garantice “salir bien parada”.
Quiero a otro
La canción, estrenada en 1936, ya lo decía: “ No te engaño/ Quiero a otra/ No creas por eso que te traicioné”. Dos citas, dos, han caído en la cuenta de que, en realidad, siguen enamorados de alguien que ni está ni se le espera. “¿Qué coño hago aquí?”, se pregunta Inés, quiromasajista, 46 años. Le sabe mal dar calabazas pero es que no puede con los hombres bajitos. Óscar, vasco, estaba prendado de ella y aspiraba a ganar enteros con su destreza para las lentejas con chorizo, el bacalao al pil-pil o una buena paella.
Ninguna mujer esta semana ha reivindicado ser Carmencita, la buena cocinera, sino más bien muchas ganas de bailar, viajar, navegar y no calentar sofá. España 2025.
