En el primer capítulo de su libro, Sarah Wynn-Williams sufre las mordeduras de un tiburón en Nueva Zelanda. En el último, es atacada por un enjambre de avispas que la deja paralizada. Y más o menos hacia la mitad de esta memorias, sufre un embolismo amniótico durante su segundo parto que la deja en coma durante días y casi la mata. Aun así, nada de eso es lo peor que le ha pasado a Sarah Wynn-Williams. Lo peor es haber trabajado en Facebook durante siete años.
Los irresponsables (Península), que se publica ahora en español traducido por Gemma Deza Guil y Ana Camallonga, es la confesión de todo lo que la ex empleada de alto nivel, que trabajaba en el día a día con Mark Zuckerberg, Sheryl Sandberg y el resto de la compañía que ahora se llama Meta, vio durante esos siete años, desde su llegada en 2011 hasta su despido fulminante en 2018. La autora no puede dar entrevistas para promocionarlo porque existe una orden provisional de un tribunal de arbitraje estadounidense que le prohíbe hablar del tema en cualquier lugar del mundo. Ya en marzo, Meta trató de impedir la publicación del libro arguyendo que incumple la cláusula de confidencialidad que firmó la ex empleada al dejar la empresa y que es difamatorio sobre la cúpula de la empresa, empezando por el propio Zuckerberg.
Sara-Wynn-Williams
La autora no puede dar entrevistas para promocionarlo por una orden judicial

Sara-Wynn-Williams fue directora de Políticas Públicas de Facebook
Leyendo el libro, que es ágil y se lee como una novela (de terror), es fácil ver por qué quienes se posicionan como defensores de la libertad de expresión han querido impedir la publicación del libro. Allí queda patente que Facebook ofreció al gobierno chino todos sus recursos para captar información de sus ciudadanos a cambio de poder penetrar en su enorme mercado, que se fomentó la compra masiva de anuncios electorales y la ‘targetización’ segmentada que llevó a la primera victoria de Trump, al sí al Brexit y a la desinformación política globalizada. En esencia, queda claro que, cada vez que la empresa se veía obligada a decidir entre la ética y el negocio, escogía lo segundo, por ejemplo en la activación de los “estados de ánimo” de Facebook que servían a los anunciantes para identificar a usuarios adolescentes deprimidos o vulnerables y venderles productos que minasen esa fragilidad.
En el plano individual, Zuckerberg es retratado como un hombre-niño cruel con un narcisismo patológico y rodeado de aduladores; Sheryl Sandberg, la ‘número dos’ que dejó la empresa en 2022, aparece como una tirana hipócrita, que predicaba el feminismo corporativo en su libro superventas mientras opacaba a las mujeres en su propia empresa; y a Joel Kaplan, ex novio de Sandberg en la universidad (es así como se consiguen los empleos en Meta, al parecer) y todavía el principal enlace de Zuckerberg con Washington y con la administración Trump, se le acusa de acoso sexual repetido.
Fue el intento de Wynn-Williams de alejarse de Kaplan, que le había hecho comentarios inapropiados en un retiro de empresa, lo que acabó precipitando su salida. Pero lo que ha generado más titulares son las acusaciones que la autora lanza sobre Sheryl Sandberg, que tiene un perfil mediático mucho más elevado desde que se posicionó como cara del feminismo capitalista con su libro-movimiento Vayamos adelante (Conecta, 2013). Wynn-Williams cuenta que en un vuelo privado desde Davos a San Francisco la ejecutiva y efectiva número 2 de la empresa insistió para que ella y otra empleada de rango menor durmieran en su cama. Y cuando ella se negó, se lo hizo pagar durante meses con desplantes y degradaciones. Además, dice que sentaba a su asistente, una mujer joven que recibía de ella múltiples regalos, en su regazo y ambas se acariciaban el pelo. También mandó a esa asistente a comprar lencería para las dos por valor de 13.000 dólares.
Los trapos sucios de Mark Zuckerberg y Sheryl Sandberg

Sheryl Sandberg, la segunda de a bordo en Facebook durante una década, testifica ante la audiencia del Comité de Inteligencia del Senado
No sorprende que, con esa cúpula, la atmósfera que reina en la empresa, según la descripción de Wynn-Williams es la de una toxicidad infernal. “A algunos de tus colegas les costó comunicarse contigo”, acusan a la autora en una de sus evaluaciones periódicas con el departamento de Recursos Humanos. Que justo en ese periodo ella estuviese de baja maternal y, durante un tiempo, hospitalizada y en coma, recibiendo más de 50 transfusiones de sangre, no era excusa. De hecho, la presionaron para incorporarse antes al trabajo después de ese episodio. Igual que tras el nacimiento de su primera hija le hicieron saber que necesitaba una niñera filipina, porque Sandberg cree que son las mejores, y así podría cumplir con las jornadas interminables.
Hacia el final del libro, la autora presencia una escena que le termina de indicar que vive rodeada de sociópatas. Una empleada sufre un ataque de tipo epiléptico en la oficina de Menlo Park, con convulsiones que la hacen soltar espuma por la boca, y nadie a su alrededor se inmuta ni la ayuda. “Es solo una externa”, se exculpa su supervisor. Con actitudes así, se entiende el abandono de los moderadores de contenido de Facebook e Instagram, que sufrieron graves secuelas psicológicas hasta que fueron despedidos en masa tras decretarse el fin de la moderación con la segunda victoria de Trump y el giro político aún más radical de la empresa.
Aunque no estaba ni de lejos entre las mejor pagadas –en las empresas tecnológicas lo que cuenta es la antigüedad–, ni entre las más respetadas (en Facebook, los ingenieros van primero, todos los demás después), Wynn-Williams tenía un puesto estratégico que concede otra capa de significado, y de peligro, a su libro. Se ocupaba de las relaciones internacionales de la empresa, enfocada en Asia y América Latina. Cuando llegó a la empresa, después de un periodo largo en el que ella misma estuvo postulándose para que la contrataran, nadie dentro de la organización creía que tuviera mucho que hacer. Facebook era una red social con ansias de expansión irrefrenables, un negocio y punto.
Pronto se dieron cuenta de que para hacer eso iban a necesitar diplomacia de alto nivel o, tal y como lo ve la cúpula de la empresa, torcer las leyes de los gobiernos de turno en su beneficio y aliarse con quien sea (grupos neonazis, dictaduras sangrientas como la de Myanmar) con tal de seguir creciendo. En los siete años que la autora transcurrió allí pasó de tener que perseguir a los líderes mundiales a sacárselos de encima. En una cumbre internacional, Justin Trudeau y Enrique Peña Nieto, entonces presidentes de Canadá y México respectivamente, prácticamente se pisan para estar más cerca de Mark Zuckerberg.
Cuánto más ven Mark y la dirección de Facebook las consecuencias de sus actos, menos les importan. Son felices enriqueciéndose y les da todo igual
Enda Kenny, primer ministro irlandés, trampea la ley a petición de Sheryl Sandberg (coerción, más bien) para que Facebook siga pagando cero impuestos en el país, donde tiene una de sus sedes internacionales y se asegura de colar a los empleados de Facebook en las mejores fiestas en Davos. Barack Obama pasa de ser un amigo de la casa a un adversario de Mark Zuckerberg, cuando el ya ex presidente afea a la empresa la plataforma que proporcionó a la campaña de Trump. El fundador de Meta tiene al principio nulo interés por ese campo pero con el tiempo se convierte en un ávido estratega que cita al emperador Augusto (su segunda hija se llama August, en su honor), que, según sus palabras, llevó a Roma de república a imperio, y a su presidente favorito de Estados Unidos, Andrew Jackson.
A partir de 2016, cuando lo que quedaba de la tecnoutopía se desmontó ante las evidencias de lo que era capaz la oligarquía de Silicon Valley, Zuckerberg se atrinchera y empieza a entender toda crítica como una “caza de brujas” y a pedir listas de enemigos. “Cuánto más ven Mark y la dirección de Facebook las consecuencias de sus actos, menos les importan. Son felices enriqueciéndose y les da todo igual”, concluye Wynn-Williams al final de su libro, en el que, conservando un punto de idealismo, insiste que “no tenía por qué haber sido así”. Tanto ella como su ex jefe están ahora ocupados en la IA. Zuckerberg tratando de sacarle el máximo beneficio para Meta, aunque sea a costa de explotar la soledad de sus usuarios. Ella participando en un programa que se pregunta cómo serán las guerras cuando las decisiones no las tomen los humanos. “La IA será la protagonista de la próxima confrontación entre la tecnología y los gobiernos”, afirma.
Estuve en Silicon Valley y no creerás lo que vi
Las memorias de los arrepentidos de la industria tecnológica empiezan a ser un subgénero. Las escriben ex empleados que estuvieron allí, vieron los excesos de un sector que se creyó (y se cree) intocable y han salido para contarlo. Uno de los títulos que abrió la veda fue Chaos Monkeys, publicado en inglés en 2016 también por un ex empleado de Facebook, Antonio García Martínez, que exponía también a Zuckerberg como un autócrata con mal carácter, y la cultura de la empresa como depredadora, aunque sin mayor profundidad política en la crítica que emergía del libro.
Mucho más interés literario y sociológico tiene Valle inquietante (Libros del Asteroide), de Anna Wiener, que buscaba reflejar el punto de vista de los empleados de los niveles inferiores en las startups. Wiener migró doblemente, de Nueva York a San Francisco, y del sector editorial al tecnológico, y se topó con un mundo de tecnobros extrañamente optimistas. “En su futuro no existían las crisis, solo las oportunidades”, escribe, porque su libro transcurre en los años anteriores a 2016, por tanto a un mundo pre-Trump en la Casa Blanca. Como una de las escasas mujeres en las empresas por las que pasó, Wiener siente que sus colegas hombres esperan de ella que se comporte como una mezcla de “niñera, aguantavelas, carabina, hermana pequeña y concubina”.
Si algo tienen en común todos estos libros es que reflejan un abismo de género que propicia abusos sexuales y una estructura social de disparidades insalvables. Esto también se reflejó en el libro Whistleblower, de Susan Fowler, la empleada que denunció por acoso sexual al CEO y fundador de Uber, Travis Kalanick, y consiguió su dimisión en 2016.