Los masivos lanzamientos de pequeños satélites están poniendo en riesgo la ciencia milenaria de la astronomía, no solo en tierra, sino también la que se hace con telescopios espaciales. Una investigación concluye que podrían ver contaminadas hasta el 96% de sus imágenes en la próxima década debido a las estelas de luz que dejarán los satélites.
Solo en tres días de esta semana, SpaceX lanzará al espacio 85 satélites Starlink en órbitas a 550 kilómetros de la Tierra, pero las previsiones son que podría haber hasta 560.000 de estos artefactos, no solo de Starlink sino también de otros operadores, antes de 2040. Todo ello en un espacio exterior donde no existe hoy una normativa sobre esta comercialización en marcha.
El trabajo que lanza la predicción, realizado por investigadores de la NASA y publicado en Nature, alerta de lo que puede suponer el aumento de satélites, propiciado por la reducción del coste de su lanzamiento con nuevos cohetes. De hecho, SpaceX está desarrollando su nave Starship, que podría situar en órbita hasta 600 unidades en un solo lanzamiento. Es un negocio que no se frena, a medida que aumenta la demanda de nuevas aplicaciones que se suman a las más conocidas de telecomunicaciones, observación de la tierra o defensa.
Esa nueva economía espacial, señalan los investigadores de la NASA, hace que observatorios como el Telescopio Espacial Hubble, situado también a unos 550 kilómetros de altitud, capten en sus imágenes las estelas de luz que dejan a su paso estos artefactos al reflejar la que les llega del sol. De hecho, simulan cómo podrán ser las imágenes astronómicas en el futuro: llenas de rayas que marcan el paso de los satélites por delante de sus objetivos. En otras palabras: no solo los telescopios en tierra tienen impactos con su presencia masiva (dado que los tienen arriba), sino también los que se envían fuera para evitar la atmósfera terrestre.
Los investigadores mencionan que solo en 15 años habrá unos 560.000 satélites en órbita si se cumplen los lanzamientos ya planificados, no solo con la constelación Starlink de Space X, la china Guowang o la de Kuiper (Amazon), sino de otras muchas compañías de nanosatélites que están proliferando. En Nature también simulan cómo será la visión de cuatro telescopios espaciales ópticos, dos actuales y dos en proyecto. En el caso del Hubble, el 39,6% de las imágenes que nos envía estarían contaminadas de este modo. Los casos del telescopio SPHEREx, de la NASA, el futuro ARRAKIHS (que la Agencia Espacial Europea lanzará en 2030) y el proyectado Xuntian de China (previsto para 2026), son mucho peores: hasta el 96% de imágenes podrían tener esas rayas brillantes. El primero, tendría cinco o seis, pero el europeo unas 69 y el asiático casi un centenar.
Respecto a ARRAKIHS, miembros de la Sociedad Española de Astronomía, han lanzado un comunicado en el que señalan que el impacto en sus imágenes será menor en número de estelas al que se proponen, dado que los autores parten de una configuración incorrecta, aunque si el 96% tendrán al menos una. También consideran exagerada la cifra de 560.000 satélites en órbita, dado que no estarían todos a la vez, lo que no quita que compartan la preocupación de los astrónomos.
Estos telescopios suponen cientos de millones de euros de inversiones, que quedarían tocadas por lo que califican como “el comienzo de una nueva era de explotación industrial generalizada” del espacio.
En tierra, para telescopios de última generación -como el Observatorio Vera C. Rubin americano, situado en Chile- los análisis más optimistas indican que bastarán entre 26.000 y 48.000 satélites para que el 20% de las imágenes del Universo que consiguen a medianoche tengan estelas, porcentaje que aumenta hasta el 80% al amanecer y el atardecer. La cuestión es que serán muchos más de 48.000 y que precisamente en Chile se construye el que será el óptico más grande del mundo, el Extremely Large Telescope (ELT), con una inversión de unos 1.400 millones. También los radiotelescopios se verán afectados, al incrementar el ruido de fondo con interferencias.
“El problema es que al poner filtros para eliminar esos destellos de los satélites, baja la señal recibida, es decir, se quedan como si fueran imágenes de telescopios más pequeños, cuando nos ha costado mucho conseguirlos grandes para llegar a ver más lejos. Esto refleja un menosprecio por la ciencia; se lanzan por razones comerciales sin tener en cuenta su impacto en instrumentos que suponen un elevado gasto público”, señala a Guyana Guardian Casiana Muñoz Tuñon, especialista en formación estelar en el Instituto Astrofísico de Canarias (IAC). Ella es también parte de la delegación española en el Comité sobre la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos (COPUOS) y la Oficina de Asuntos del Espacio Ultraterrestre (UNOOSA), dos organismos de la ONU donde se dirimen estos asuntos de sostenibilidad del espacio en busca de soluciones.
En los próximos días, en su sede de Viena, está prevista una reunión con expertos de todo el mundo para analizar la situación. Ya en una reunión anterior, SpaceX se comprometió a mejorar el diseño de sus aparatos, pero no basta. “Son un problema para todos, pero la realidad es que falta regulación y, aunque la Unión Astronómica Internacional (UAI) vigila los riesgos y trata de hablar con los operadores, es un tema complicado que se podría mitigar si se pusiera empeño en las medidas recomendadas”, reconoce a este medio el astrónomo Xavier Barcons, director general del Observatorio Europeo Austral (ESO).
En su artículo en Nature, los investigadores de la NASA incluyen algunas de las propuestas ya lanzadas por la UAI. Entre ellas, limitar la reflectividad de los satélites mejorando su diseño; evitar los destellos cuando realizan movimientos y cambian de orientación, mejorar su operativa, facilitar las coordenadas de todos los satélites, activos y abandonados, a los astrónomos, corregir las órbitas con mayor precisión o incluso colocarlos en órbitas más bajas a las de los telescopios.
Muñoz Tuñón añade también el riesgo que supone la basura espacial que generan cuando dejan de ser útiles: “Por un lado, están las piezas grandes que pueden colisionar con las misiones espaciales y, por otro, el polvo de los satélites. Cuando se habla de ello, es como si desaparecieran, pero no existe la magia, sus partículas siguen ahí y acaban en capas de la atmósfera, aunque no tenemos modelos de lo que pasará cuando sean cientos de miles en el futuro próximo, y habría que investigarlo también”, señala la científica.
Ya se ha observado que las reentradas continuas de satélites aumentan la cantidad de nanopartículas de óxido de aluminio en la estratosfera, lo que podría agotar la capa de ozono con un número en aumento. Esto, indican los científicos de la NASA, podría causar anomalías en la temperatura global de hasta 1,5ºC. Por lo tanto, consideran fundamental designar capas orbitales “seguras y limitadas” para un uso sostenible del espacio por todos. Y concluyen: “Como pasó al principio con los primeros informes sobre los efectos destructivos de los CFC en la capa de ozono, algo que se frenó al final con el Protocolo de Montreal, en 1987, ahora los esfuerzos que se hacen para cuantificar los impactos de las constelaciones de satélites están siendo superados continuamente por la industria”, lo que no consideran que sean buenas noticias. Si no se toman medidas, muchos astrónomos se temen lo peor: que el Universo se vuelva invisible de nuevo a la Humanidad, como lo fue en el pasado, pero no por falta de tecnología sino por todo lo contrario.

