La última cena del preso Curtis Windom, ejecutado en Florida

En su tinta

“Mi abogado defensor estaba borracho cuando me condenaron a muerte”

El capítulo anterior: Burger King despide a un trabajador por posible covid

Tres fotos que muestran la evolución del reo en el corredor de la muerte

Tres fotos en diferentes años del reo 

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Florida es muy generosa a la hora de presupuestar la última cena de los condenados a muerte: 40 dólares. En otros estados este privilegio no existe y la comida especial, como prefieren llamarla allí, se limita al rancho diario o, si se les permite el capricho, no puede superar los 20 dólares. Florida es también muy generosa a la hora de matar. Estados Unidos ya ha ejecutado este año a 30 personas, la mayoría (11) en Florida.

A muchas personas les chirriará que un canal de gastronomía clame contra la pena capital. A esas personas en especial va dirigida esta crónica. Un periódico debería protestar contra la salvajada de la ley del talión en todas sus páginas, en todas sus secciones, desde Religión a Internacional o Deportes. Y también, por qué no, aquí. Ya es demasiado tarde, pero este espacio es tan bueno como cualquier otro para recordar a Curtis Windom.

Curtis, de 59 años, es el último asesinado legalmente por ahora en Florida. Hay cosas legales, pero no legítimas. Lo ejecutaron el 28 de agosto, en la prisión de Raidford. Quizá para preservar su intimidad, las autoridades penitenciarias no han contestado  nuestro e-mail a [email protected] para saber en qué consistió su última cena en el corredor de la muerte. Estados Unidos protege la intimidad de sus reos. Y hace muy bien.

Pero Estados Unidos hace otras cosas. Por ejemplo, ejecutar en Tennessee (también con una inyección letal, como en Florida) a un recluso con un desfibrilador en el pecho. Abogados y organizaciones civiles alertaron en balde sobre una posible agudización de su sufrimiento. La defensa pedía que al menos se le retirara el desfibrilador por temor a que el aparato le provocara choques reiterados y agudizara sus padecimientos.

Byron Black, el preso del desfibrilador, estaba en silla de ruedas, padecía demencia y tenía problemas cardíacos, según Death Penalty Information Center. Su ejecución fue la “primera de una persona con discapacidad en Tennessee en la época moderna”, como señalaba la petición de clemencia. Eso no puede pasar en Florida porque allí no es ninguna novedad ejecutar a personas con discapacidad mental. Curtis Windom la tenía diagnosticada.

A Curtis y Byron les unía otra cosa, además de la discapacidad. Eran negros. Al menos 333 personas están en el corredor de la muerte en Florida. El 37% de esos presos son negros, aunque los afroamericanos únicamente representan el 16% de la población en la tierra de los Everglades. Sólo una vez en los más de 170 años de historia de este estado se ha ejecutado a un blanco por matar a un negro, explica la oenegé abolicionista FADP.

La mirada de Curtis Windom

La mirada de Curtis Windom 

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Curtis Windom no era un ángel. Asesinó a tres personas en 1992: a su ex, con la que acababa de ser padre, a su exsuegra y a un vecino. Matándolo 33 años después, ¿se busca justicia o venganza? Las familias de sus víctimas, incluida Curtisia, su hija, lo tienen claro: venganza. Curtisia, un bebé cuando perdió a su madre y su abuela, acabó reconciliándose con él y pedía clemencia porque no lo consideraba dueño de sus actos.

La Comunidad de San Egidio, santo al que una vez calificamos en La Vanguardia como patrón de los desheredados, se había movilizado para impedir la ejecución, como ha hecho tantas veces en el pasado y como lamentablemente tendrá que volver a hacer tantas veces en el futuro. Esta oenegé, considerada la  embajadora en la sombra del Vaticano, ha esgrimido sin éxito una de las frases de Curtisia: “No lo matéis en mi nombre”.

La última cena del preso Curtis Windom, ejecutado en Florida Video

La historia de Curtis Windom 

LV

El último ejecutado en Florida (donde hay previstas dos nuevas ejecuciones para las próximas semanas) nació en la más absoluta pobreza, tenía discapacidad intelectual y en las más de tres décadas que pasó en el corredor de la muerte mostró signos evidentes de daño cerebral. Tal vez por eso nadie le hacía caso cuando decía que su defensor estaba borracho el día en el que lo  condenaron a muerte. Tenía razón, como se supo más tarde.

Su letrado de oficio, al que el colegio de abogados acabó retirando la licencia por sus frecuentes intoxicaciones etílicas en las vistas orales, ni siquiera estaba preparado para un juicio con una petición de pena capital. Con las normas actuales, no podría haber defendido a Curtis Windom. Con esas mismas normas, la mayoría de estados que aplican la pena de muerte (y que exigen un veredicto unánime) tampoco lo hubieran ejecutado.

El preso y su hija, Curtisia

El preso y su hija, Curtisia 

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El reo fue enviado al cadalso por una mayoría de 8 a 4. Su abogado ni siquiera esgrimió las pruebas sobre sus problemas mentales porque eso le hubiera complicado todavía más un cometido que le venía demasiado grande. El autor de esta crónica tuvo la primera noticia de este caso el 22 de agosto, cuando Manel, un amigo de la Comunidad de San Egidio, le escribió pidiéndole ayuda. La ejecución ya era inminente.

Esta es, pues, la confesión de un fracaso personal. Hay mil excusas, como algún día le explicaré a mi amigo, para justificar por qué no abordamos la historia a tiempo: la actualidad, caldeada por una ola atroz de incendios; el desánimo de saber que la web de gastronomía de un periódico de Barcelona no influiría en el gobernador de Florida, Ron DeSantis... Pero son eso, excusas. La crónica se tendría que haber publicado antes.

La petición desoída para revisar el caso

La petición desoída para revisar el caso 

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El republicano DeSantis, ferviente católico y provida (In God we trust) ha acelerado las ejecuciones en Florida, espoleado por las opiniones del presidente Donald Trump. Su estado se ha convertido así en la punta de lanza de Estados Unidos en las estadísticas. Como Curtis Windom, la mayoría de condenados eran afroamericanos, ejecutados tras juicios con marcados prejuicios raciales y con jurados mayoritariamente blancos.

Por un estúpido error, el cronista creía que la noticia se sabría en la madrugada del 28 al 29 de agosto. Cuando el 28, temprano, supo que ya lo habían matado, se sintió fatal. Desde entonces se pregunta cómo sería su última cena, quizá para imaginárselo aún vivo. O tal vez solo para volver a enviar un e-mail a las prisiones de Florida con una cita de Victor Hugo: “La sociedad no debe castigar para vengarse, sino corregir para mejorar”.

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