Apenas ocho meses después del fallecimiento de su hermano Franco, Giuliano Lombardo, el alma gemela del restaurante Tramonti 1980 de Barcelona, también nos ha dejado. Si escribir un obituario de alguien cercano siempre es triste, hacerlo dos veces en tan poco tiempo por dos hermanos tan queridos por tanta gente es un trago amargo.
Giuliano, uno de los restauradores más apreciados de Barcelona, dirigió durante los últimos 45 años ese colosal santuario de la cocina italiana que es el Tramonti. Lo puso en marcha junto a Franco y su hermana Ana, después del notable éxito que ya habían alcanzado con Sausalito.
Giuliano y su hermano comparaban su restaurante con un barco en el que zarparon juntos hacia la felicidad
El Tramonti adquirió su condición de leyenda por su cocina clásica, respetuosa con el producto y sin artificios innecesarios, pero es, era, ante todo, la casa de los Lombardo: Franco en los fogones y Giuliano en los dos pisos del local, repleto de obras de arte, retratos y dibujos de clientes e iconos deportivos, desde cascos de campeones del mundo de motociclismo hasta camisetas del Barça.
Giuliano, el hermano menor de Franco, se lanzó a la aventura desde muy joven dejando atrás su Tramonti natal, una pequeña población encaramada en los maravillosos acantilados de Cinque Terre, cerca de La Spezia. Junto a su hermano vio mundo desde las pequeñas ventanas redondas de grandes transatlánticos, y en aquellos fogones en alta mar amplió el mediterráneo de su infancia hasta el horizonte. Trabajó en algunos de los mejores restaurantes de Europa y, en 1980, decidió que Barcelona sería su nuevo hogar.
Al crear Tramonti, ni Franco ni Giuliano podían imaginar que su local de color fucsia calaría tan hondo entre los barceloneses.
Hace unos días, mientras aún disfrutaba de unos espaguetis con burro doppio y trufa blanca, Giuliano confesaba que “muchos clientes llevan 40 años pidiendo lo mismo” y señalaba que lo mejor de su menú eran los platos con el inconfundible sabor de la berenjena. Para el recuerdo quedan los aperitivos de mortadela trufada con parmesano, los pappardelle alla Norma, las tagliatelle alla Franco, los fusilli Jaume Plensa con gambas o su famoso Arlecchino, un plato de tres pastas. En mi caso, mis favoritos eran los macarrones con tomate y mucha albahaca, muy all’arrabbiata.
Muchos de los lectores tendrán sus propios recuerdos gastronómicos del Tramonti, pero seguro coincidirán en que la figura de Giuliano es la que emerge siempre como referencia en sus recuerdos. Bello, carismático, sincero, amable, auténtico, afectuoso y con su castellano mezclado con palabras italianas que sellaba su encanto personal.
Giuliano y su hermano Franco comparaban el Tramonti con un barco en el que habían zarpado juntos hacia una felicidad y un éxito que alcanzaron. Ahora ese barco sigue su larga travesía hasta el infinito y en Barcelona queda su estela, un enorme vacío y la certeza de que ambos seguirán en la memoria de quienes tanto les disfrutaron y quisieron.
Ciao, Giuliano. Ciao, belli. Buon viaggio.
