Ton Mata cuenta la historia de Recaredo como quien desentierra un linaje hecho de barro, vino y tozudez buena. No empezó en un viñedo ni en un château, sino en un horno de cerámica: un origen insólito para una de las casas de espumosos más respetadas de Cataluña. Su abuelo, enviado a trabajar a unas cavas con solo 13 años, dio los primeros pasos de un relato familiar que huele a manos curtidas, azúcar como moneda y decisiones que cambiaron destinos. Desde entonces, cada generación ha añadido una capa más a ese edificio construido sin herencias millonarias, comprando parcela a parcela hasta llegar a las cien hectáreas actuales, siempre con la misma brújula: dignidad, trabajo y una obsesión férrea por hacer las cosas mejor, nunca “como siempre”.
Ton habla del xarel·lo, del terruño y de la transparencia con la misma naturalidad con la que otros hablan de su familia, porque en su caso ambas cosas son inseparables. Recaredo no ha crecido por marketing ni por tendencias, sino por coherencia: por fermentar con mosto y no con azúcar de caña, por ser Brut Nature sin concesiones, por hacer del paisaje una filosofía y no un eslogan. Escucharlo es entender que la revolución, en su casa, no llega con fuegos artificiales, sino con precisión, constancia y una fidelidad inquebrantable a un legado que empezó sin viñas, pero con una idea clarísima: honrar el oficio y mejorarlo cada día. En Ton, tradición y vanguardia no se contradicen; se dan la mano. Y eso, en el mundo del vino, es casi una declaración de principios.
El origen de Recaredo no huele a viña, sino a barro. A trabajo de manos curtidas y decisiones valientes. Lo que hoy asociamos a uno de los espumosos más respetados de Cataluña empezó con una familia que buscaba, simplemente, un futuro mejor. Y quizás ahí reside su fuerza: en no haber heredado certezas, sino haberlas construido. Es imposible no imaginar la escena de un joven de 13 años dividido entre la obligación y la pasión, entre el balón y el vino. Pero ese es el vaivén entre mundos que acabaría marcando el ADN de Recaredo: disciplina, humildad y una forma de entender el vino como algo que se gana, nunca como algo que se hereda. Así nos lo cuenta Ton Mata.
Aunque Recaredo ya sea archireconocido, ¿cómo arranca realmente la historia del apellido en el mundo del vino?
Arrancamos en 1924. El apellido Recaredo como familia vinculada al vino —no lo que es hoy día, ni mucho menos— empieza en ese año, cuando mi abuelo tenía tan solo 13 añitos. A esa corta edad lo enviaron a trabajar a unas cavas. Pero no a las nuestras. De hecho, lo que hoy son las cavas Recaredo antiguamente eran un horno de cerámica. Aquí se hacían la masa y las piezas para hacer paredes o incluso tejados. De hecho (dice con orgullo), ¡los tejados del Ateneu de Sant Sadurní son de Recaredo! Pero mi bisabuela ya veía que el negocio de la cerámica no iría bien, que debía buscarse la vida en otras áreas. Y envió a su hijo —mi abuelo— a aquellas cavas.
¿Y cómo pasa ese niño de 13 años de un horno de cerámica al mundo del cava?
Mi abuelo no tenía viñas, fue su suegro que empezó a trabajar en las viñas que tenían. Él con 13 empieza a trabajar en estas cavas, y en los años 30 jugaba al fútbol y su jefe le dijo que o trabajaba o jugaba —lo hacía en el Sabadell, que ya era un buen equipo—. Él eligió el fútbol y dejó las cavas.
Lo que hoy son las cavas Recaredo antiguamente eran un horno de cerámica, aquí se hacían la masa y las piezas para hacer paredes o incluso tejados
¿Cómo sucede ese giro?
Como se tenía que degollar porque no existían los tapones como ahora, él encontró un trabajo como degollador de cava freelance, y así comenzó a hacer sus primeras fermentaciones y embotellados. Cobraba en azúcar, ni siquiera en pesetas.
Hoy Recaredo es una referencia. ¿Cómo se pasa de esa historia tan humilde a lo que sois ahora?
Hoy tenemos 100 hectáreas en propiedad compradas una a una desde mi abuela hasta mi generación. Nos hemos convertido en viticultores sin patrimonio familiar, no venimos de una finca muy grande.
¿Qué queda del Recaredo de tu abuelo en el Recaredo actual?
Recaredo ha tenido una evolución lógica y diría, incluso, revolucionaria. Mi abuelo estuvo muy focalizado en los vinos que a él le gustaban, en la excelencia, y en los vinos que tenía en su conocimiento. Nosotros hemos seguido ese camino de buscar la sutilidad, el terreno, pero no como discurso sino como idea clara, que nos hemos creído y creemos. Ese “buscar la sutileza y el terreno” no es una frase vacía: es la hoja de ruta de la casa. Pura coherencia. Recaredo ha crecido, sí, pero sin perder nunca la brújula que marcó mi abuelo.
La familia Recaredo, en 1949.
¿En qué momento dirías que dais un salto real en vuestra manera de elaborar?
Fuimos los primeros en hacer cava xarel·lo, en el 99 hicimos el primer vino espumoso 100 % xarel·lo de una sola parcela, y eso es curioso porque nadie antes había hecho un xarel·lo de una sola parcela monovarietal. La ideología de entonces era ‘vamos a hacer burbujas’, pero nosotros revolucionamos.
Hablas de “revolucionar” el vino, pero para quienes no sabemos de vinos podríamos llegar a pensar que en el mundillo ya está todo inventado. Tintos, blancos, tapones de corcho o de rosca… ¿qué significa “revolucionar” para vosotros? ¿En qué se traduce?
Todo eso viene de dejar de fermentar con azúcar de caña y fermentar con mosto fresco —100 % mosto fresco a partir de 2025, de nuestras propias viñas—, por tanto, no hay azúcar de caña de Tailandia, ni grandes exportaciones de lejos, ¡es todo nuestro! Algo prácticamente único en Catalunya.
Me hablas, entonces, de un vino con mucha pureza y compromiso con el territorio. ¿Cómo se sostiene eso en la práctica?
Somos de las únicas que hacemos 100% Brut Nature. Por ejemplo. Eso es para nosotros la transparencia. No compramos, todos son nuestros, y todos esos retos los hemos conseguido de tener una visión real del terroir: hacer un vino espumoso que muestre un paisaje, una gente, una forma de vida. Quizás esa sea la parte más honesta de Recaredo: la convicción de que el vino es paisaje embotellado. No un producto, sino una expresión.
¿Y cómo se mantiene el espíritu inicial dentro de una empresa que ha crecido tanto?
Como mi abuelo quería. Hemos mantenido su esencia, mejorando en lo que hemos podido. No sé si diría que es una idea de mi abuelo, pero hay cosas que no se discuten, en Recaredo hay cosas que son (ríe). A veces podemos discutir por una etiqueta, pero no por lo que somos, nunca se discute nuestro ADN. Y es cierto. Hay familias que hacen vino. Y hay familias que viven el vino. En Recaredo, el ADN no está en las botellas ni en los reconocimientos, sino en lo que no cambia nunca: la honestidad del oficio. Mi abuelo decía siempre una frase que llevamos marcada en la empresa —y en la familia en general—: que las cosas no se tienen que hacer como siempre, se tienen que hacer mejor.



