“Son polémicos porque no hay tanta información en España sobre ellos”: los vinos naranjas, demasiado antiguos para ser moda y demasiado modernos para ser tradición

Vinos

Pese a que hace años que se escucha hablar de estos vinos, todavía son un terreno demasiado novedoso como para verlo reflejado en la carta de la mayoría de los restaurantes

¿Qué es exactamente el vino naranja?

¿Qué es exactamente el vino naranja?

Olga Kochina

Degustamos los tintos. Amamos los blancos. Y luego está esa categoría que levanta pasiones: los rosados. Pero, ¿alguien ha oído hablar alguna vez de vinos naranjas? Lo cierto es que, pese a que hace años que se escucha hablar de ellos, todavía son un terreno demasiado novedoso como para verlo reflejado en la carta de cualquier restaurante al uso. Y es que los vinos naranjas siempre han vivido en un lugar extraño: demasiado antiguos para tildarlos de moda y demasiado modernos para ser tradición.

Durante siglos fueron una técnica común del Cáucaso, donde las uvas blancas se fermentaban con sus pieles en ánforas enterradas —los célebres qvevri georgianos—, un método que la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) reconoce hoy como “uno de los patrimonios más antiguos de la vitivinicultura”. Y, sin embargo, su renacimiento contemporáneo es visto por algunos como una revolución y por otros como un gesto provocador del que aún cuesta hablar.

Quizá por eso, hablar de vino naranja exige una mezcla exacta de rigor, sensibilidad y algo de valentía. Y nadie lo explica con más franqueza que el sumiller Óscar Marcos Gutiérrez, que empieza con un suspiro cómplice: “Hablar de los vinos naranjas es un tema, a veces, un tanto polémico y delicado; no hay tanta información en España”. Lo dice medio riendo, medio advirtiendo: los vinos naranjas no son un terreno cómodo, “pero sí un territorio fascinante”.

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Porque, ¿qué son exactamente? La definición oficial coincide con lo que practican desde hace miles de años en Georgia, Eslovenia o Friuli Venezia Giulia: vinos blancos elaborados como si fueran tintos, dejando el mosto en contacto con pieles y pepitas durante días, semanas o incluso meses. Ese gesto, aparentemente simple, lo cambia todo: el color, los aromas, la textura y el cuerpo. Esa es la esencia del estilo.

Óscar lo resume de un modo muy sencillo. “Los vinos naranja, efectivamente, son vinos blancos donde el mosto macera con los hollejos, con las pieles; por eso siempre decimos que son blancos con alma de tintos”.  Y en esa alma reside su carácter volcánico, terroso, profundo. La maceración con pieles les regala ese tono dorado intenso, casi ambarino, que los manuales internacionales clasifican dentro de los “skin-contact wines” o vinos de maceración.

Los vinos naranja son vinos blancos donde el mosto macera con los hollejos, con las pieles

Contributing WriterSumiller

Se trata, además, de una práctica históricamente vinculada a recipientes porosos como las tinajas o ánforas, las mismas que hoy recuperan bodegas naturales y ecológicas. “Es una elaboración que se hacía antiguamente, donde, además, los vinos se podían meter también en tinajas o en ánforas para criar un poco”, explica Óscar. Ese diálogo entre pasado y presente ha convertido los vinos naranjas en un símbolo de mínima intervención, sostenibilidad y agricultura consciente. “Lo que sí son un ejemplo actualmente de sostenibilidad, porque realizan una viticultura ecológica y hay una mínima intervención externa. Son vinos muy actuales para los tiempos de ahora”, sin duda, donde se busca cada vez una uva menos tratada y más prístina.

El vino naranja: aroma intenso de oro viejo

Pero su personalidad va más allá de su método. Hay algo casi táctil en estos vinos: estructura, tanino, tensión. “Son vinos muy ricos en taninos y en polifenoles”, nos dice Óscar, “y suelen presentar siempre aromas más intensos, un color mucho más pronunciado, un color dorado, casi de oro viejo”. Ese tanino, poco habitual en blancos, les aporta un peso y una seriedad que desconciertan a quien los prueba por primera vez. También explica su carácter ligeramente amargo, esa nota final que limpia, aprieta y prepara el paladar para lo siguiente. “Debido a que presentan un poco más de tonicidad y, por tanto, tienen un poquito menos de acidez”, añade.

Esa tensión invita a beberlos… pero en su justa medida. Óscar lo confiesa con la honestidad que le caracteriza. “Tomar una botella de vino naranja entre dos es complicado, se puede hacer pesado”. No lo dice como crítica, sino como advertencia sensorial. Estos vinos -potentes, complejos y muy aromáticos- piden ser acompañados de platos vibrantes y texturas. Por eso se reservan para esas ocasiones donde el vino no es el protagonista, sino un dialogador más.

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Tomar una botella de vino naranja entre dos es complicado, se puede hacer pesado

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“Son vinos muy divertidos para maridajes”, asegura. Y ahí se ilumina el mapa de posibilidades, le pegan a la cocina asiática y a los picantes indios. “Son ideales, yo lo utilizo a veces, viene muy bien para cocinas asiáticas, para cocina oriental, toques muy especiados o con platos picantes. ¡Ahí son perfectos!”. También funcionan con un ceviche afilado, con pastas aromáticas y con quesos de carácter —“un cheddar viejo, un comté viejo o incluso un queso azul”— e incluso con postres donde el cacao amargo se alía con cítricos. “A un postre con chocolate de naranja amarga le va genial”.

Un vino fruto de una técnica milenaria

Territorio aparte es la nariz, cuando hablamos de vinos naranjas. “En nariz son vinos que presentan notas más florales, como de manzana madura; o cítricos cocinados, como si fuera un pomelo o algún limón cocinado”, explica. A eso se suman frutos secos o miel. Una intensidad aromática que bebe directamente de la maceración y que los coloca en un terreno sensorial diferente a cualquier blanco convencional.

Lo extraordinario, y lo desconcertante, es que todo esto nace de una técnica primitiva, una de las más antiguas de la humanidad. Según recoge la Wine Scholar Guild, Georgia lleva más de 8.000 años elaborando vinos de esta manera. La UNESCO ha reconocido incluso el método qvevri como patrimonio cultural intangible. Y, aun así, cuando estos vinos llegaron al mercado moderno, lo hicieron envueltos en polémica: ¿eran blancos oxidados?, ¿eran tintos fallidos?, ¿eran un capricho hipster?

Vinos naranjas

Hace años que se escucha hablar de los vinos naranjas. 

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Hoy la respuesta es más clara: los vinos naranjas no buscan gustar a todo el mundo, buscan contar una historia. La historia de cómo se hacía el vino antes de que el acero inoxidable, la filtración o la química enológica transformaran el paisaje. La historia del tiempo, la piel y el contacto prolongado. La historia de la fermentación como gesto radicalmente simple.

Óscar lo dice con humildad, pero conoce bien la complejidad del asunto. “Es un tema complicado porque tampoco hay mucha información sobre esto”. Pero quizá ese misterio sea, precisamente, su encanto. Hay vinos que buscan claridad inmediata y vinos que piden reflexión. Los naranjas pertenecen a los segundos. Y ahí reside su belleza: en que no se parecen a nada. Ni a blancos, ni a tintos, ni a rosados. Son la cuarta dimensión del vino. La que no sabíamos que necesitábamos hasta que la probamos.

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