Dicen que para conocer un vino bueno hay que mirar cosas como la calidad de la tierra o el clima que envuelve sus viñedos. Pero, en algunas ocasiones, lo que hay que mirar para saber si un vino es un buen vino es el apellido que hay detrás. En Catalunya, algunas familias han llevado el peso de su nombre para transformarlo en viñedos, discursos y reputación.
Algunas han convertido su pasión en el verdadero sabor de Catalunya. Quizás no son las más grandes ni las más mediáticas, pero ejemplifican a la perfección el tránsito de la tierra al prestigio: son familias que empezaron con la modestia por bandera y hoy firman vinos reconocidos dentro y fuera del territorio; cinco sagas que, con procedencias diversas, variedades distintas y modelos de negocio diferentes, han sabido convertir su apellido en sinónimo de vino, paisaje y legado.
Y es que, si hay una bodega que encarna el “salto del campo al espumoso de culto”, esa es Recaredo. Su historia oficial arranca allá por los años 20, cuando Josep Mata Capellades, hijo de una familia de artesanos de cerámica, decidió abrirse paso en el mundo de las cavas. Pero no era un camino de herencia directa, como ha contado en varias ocasiones Ton Mata, de la tercera generación y actual CEO de Recaredo, y hasta hace apenas un mes era presidente de Corpinnat. Fue su bisabuela quien marcó el camino de su abuelo cuando era pequeño. “Mi abuelo tenía 13 años, lo enviaron a trabajar a unas cavas, lo que hoy son las cavas Recaredo era un horno de cerámica. En ellas, mi familia hacía la mesa plana, piezas para hacer paredes e incluso tejados, pero mi bisabuela le dijo que el negocio de la cerámica no tenía futuro”, cuenta.
El abuelo aprendió el oficio desde abajo: degüelle manual, crianza larga, la paciencia de las botellas que reposan en silencio. Recaredo no nació con pasión por el vino pero, por necesidad, descubrieron que su sitio estaba ahí. Cuando es preguntado por el legado que dejó el señor Josep Mata en lo que hoy día es la bodega, Ton afirma que él “estuvo muy focalizado en los vinos que le gustaban, en la excelencia de los vinos que tenía en su conocimiento; nosotros solo hemos seguido ese camino de buscar la sutileza y el terreno, pero no como discurso, sino como idea clara”.
Hoy, su apellido es sinónimo de un vino 100 % de viñas propias, con filosofía biodinámica y crianzas que se miden en décadas. Su viña, Turó d’en Mota, plantada en 1940, es la parcela de espumoso con mayor crianza de España, con más de 23 años. Como ha confesado Mata, “era una viña vieja, prácticamente olvidada, pero no dormí en dos meses hasta que firmamos el contrato”. Y esta transformación, de “familia que no tenía viñas” a poseer hoy unas 80 hectáreas propias y producir en torno a 225.000 botellas al año, es lo que hace de su vino algo único en Cataluña.
Como mi abuelo quería, esta familia ha mantenido su esencia; a veces podemos discutir por una etiqueta, pero no por lo que somos, eso es nuestro ADN
“Como mi abuelo quería, esta familia ha mantenido su esencia. No sé si diría que es una idea suya, pero hay cosas que no se discuten, hay cosas que son; a veces podemos discutir por una etiqueta, pero no por lo que somos, eso es nuestro ADN”. Por último, añade una frase que cierra a la perfección con lo que es una de las familias que pasaron de la nada a ser un apellido reconocido del vino en Cataluña: “Mi abuelo decía que las cosas no se tienen que hacer como siempre, se tienen que hacer mejor”.
Igual que el caso de los Mata, la historia de Gramona también arranca con un oficio anterior al vino. No fue la cerámica en su caso, sino la agricultura. Pero la evolución de este apellido fue algo distinta. Hablar de Gramona significa abrir un libro centenario. Sus raíces se remontan a 1850, con Josep Batlle como agricultor local. La marca Gramona aparece después con la unión entre Batlle, Gramona y una apuesta por espumosos de larga crianza como seña de identidad. Hoy, bajo la presidencia de Jaume Gramona, la bodega no solo mira al pasado, sino al futuro.
“Queremos elaborar el mejor espumoso posible con el menor impacto ambiental”, afirma a La Vanguardia. La filosofía de Gramona traza un puente entre lo científico y lo poético, y es que Jaume combina tradición, 30 años como elaborador moderno, y conocimiento teórico que debate con investigadores del champagne: es probablemente uno de los enólogos de vinos espumosos más cercano a los conocimientos y experimentos científicos del máximo representante técnico del champagne en Catalunya. Así pues, Gramona es hoy una de las mayores explotaciones biodinámicas de Europa, con una viticultura que convive con animales, paneles solares, criterios de diseño del suelo que retienen humedad y filosofía sostenible.
A diferencia de ellos, que crecieron desde el espumoso clásico, los Raventós se remontan medio milenio atrás, cuando la palabra “viñedo” era casi sinónimo de apellido. En su caso, el salto cronológico es mucho más largo. La saga Raventós es una de las más antiguas, de hecho, hay documentos que la sitúan en 1497 en Sant Sadurní d'Anoia, casi a la par que cuando Colón “descubrió” América. No obstante, no fue hasta el siglo XIX cuando Raventós Fatjó elaboró su primer vino de fermentación en botella con variedades españolas dentro de su legado.
Queremos elaborar el mejor espumoso posible con el menor impacto ambiental
Hoy, seis siglos después, el timón lo lleva Pepe Raventós, quien afirma en sus redes sociales —en vídeos que acercan la historia y tradición familiar a todo el mundo— que “el Penedès puede producir mejores espumosos que la Champaña”. “En estos años he estado mucho más cerca de la viña, del viento, del frío, del calor del verano, de la sequía, de la lluvia y de la gente que conoce mi territorio; así aprendo, me inspiro y confirmamos que el potencial del xarel·lo para interpretar el viento, las lluvias y las sequías, tiene un recorrido infinito”. Quizás lo que más distingue a Raventós i Blanc es su coherencia: abandonar la DO Cava en 2012, apostar por viñas propias, vinificación natural y espumosos de finca. Apostar por el sabor de Cataluña.
En una escala más reciente, los Pujol-Busquets miraron a la tierra desde la ciudad, demostrando que la tradición también puede empezar en los noventa. A solo unos kilómetros del centro de Barcelona se encuentra Alta Alella, proyecto iniciado por Josep Maria Pujol-Busquets y Cristina Guillén en 1991. Hablamos de una viña urbana, una apuesta familiar que no vino de generaciones y generaciones de amor al vino, sino de una reinvención agraria con visión urbanita.
La bodega Recaredo, en 1949.
Hoy, Mireia Pujol-Busquets es la tercera generación y lidera la bodega con una mirada contemporánea: vinos limpios, cavas brut nature y una clara conexión entre la viña y el paisaje. En la presentación de su cava Alta Alella 10, ella misma participó explicando su filosofía, pues si por algo se caracterizan es por ser partícipes del proceso de su bodega.
El apellido no ha crecido a lo salvaje. Su discurso se centra en inversión territorial, respeto al entorno y coherencia con el ecosistema cercano. Una nueva visión moderna de comprender el vino y lo que se quiere conseguir tras la experiencia en cada botella. Dentro de su estrategia se incluye maridar la proximidad con innovación a través de etiquetados más emocionales —como Etiris, nombre que conecta con latín y naturaleza— y una estrategia estética alineada con su origen de paisaje. Alta Alella es un ejemplo de cómo una familia puede, desde la periferia urbana, plantar raíces de viñedo con orgullo territorial. Menos glamour y más autenticidad.
Y, cerrando el círculo, la familia Torres es el ejemplo de cómo una casa puede pasar de pequeña bodega local a referencia mundial sin perder la raíz catalana. Para muchos, la palabra “familia bodeguera” en Cataluña tiene ecos de Torres. Fundada en 1870 por Jaime y Miguel Torres, esta saga combina viticultura local con expansión internacional. Hoy, el liderazgo está repartido entre Miguel A. Torres Riera, su presidente, y la siguiente generación: Miguel Torres Maczassek dirige como CEO, mientras Mireia Torres Maczassek coordina innovación y conocimiento.
Pero no todo es marketing. Torres es también uno de los nombres más activos en la lucha contra el cambio climático. De hecho, el presidente de la bodega reveló en una entrevista que no sabía cuánto tiempo podrían seguir aquí haciendo buenos vinos, “quizás 20 o 30 años, el cambio climático está cambiándolo todo”.
Quizás lo que más distingue a Raventós i Blanc es su coherencia: abandonar la DO Cava en 2012 y apostar por viñas propias, vinificación natural y espumosos de finca
Pero si se diferencian por algo es por entender la historia, el pasado y el futuro de la uva. Por eso, los Torres crearon el programa ambiental Torres&Earth en 2008 y, según información reciente, ya han permitido una reducción del 40 % de la huella por botella, inversiones en renovables y planes ambiciosos de neutralidad. Una verdadera familia enóloga concienciada con el planeta, la representación perfecta del vino en Catalunya.
Si bien, como remarca Ton Mata, “hay muchos más apellidos importantes al hablar de uva catalana”, estos son cinco que permiten comprender que el amor por el vino puede florecer incluso en aquellos lugares donde jamás se ha cultivado la uva. Un amor parte de las grandes familias que empezó con el duro trabajo de campesino, en la cerámica, en el trabajo “de rebote” y en la necesidad, pero que, sin embargo, han allanado el terreno para que millones de personas disfruten descorchando alguna de sus botellas.





