“La malvasía es una variedad jodidísima”, sentencia Alba Gràcia, directora del Centre d’Interpretació de la Malvasia de Sitges. Es escasa, sensible y caprichosa. Aun así tiene una acidez tan sobresaliente que bien cultivada regala vinos mayúsculos. Es su suerte y a la vez, su desgracia. ¿Cómo una uva tan frágil ha sobrevivido durante mil años? ¿Cómo lo hizo este vino tan limitado para colarse en las más lujosas cortes? ¿Por qué esta variedad exigua es citada por Shakespeare y dada en pago a Leonardo da Vinci? Alba lo tiene claro: “La malvasía es una uva y un vino sí, pero sobre todo es un mito”.
La historia de la malvasía da para una serie. Lo saben Enric Bartra, investigador del INCAVI (Institut Català de la Vinya i el Vi) y viticultor en la bodega Vega de Ribes de Sant Pere de Ribes, y la misma Gràcia, que también es una apasionada historiadora. De hecho, ambos presentaron los capítulos más luminosos de la leyenda de la malvasía ante viticultores y público profesional en la Setmana de la Malvasia de Sitges, hace unos meses.
Durante 500 años la malvasía fue uno de los mayores éxitos del marketing vinícola mundial. Un vino dulce refinado, escaso y caro, comparable a lo que el champagne es hoy entre los espumosos. Un lujo para los amantes de lo exclusivo. Y parte del éxito fue el ser un ‘vino navigato’. “La acidez alta de la variedad lo adaptó al comercio marítimo: el vaivén de las olas, las oscilaciones térmicas, las humedades de los barcos”, concluye Alba. Así fue como la malvasía arraigó en grandes puertos del mediterráneo: de Monemvasía a Creta, Dalmacia, Venecia, Cagliari, Sitges, Mallorca, Madeira y Canarias.
La primera referencia de malvasía documentada es en 1214. Una misión diplomática de Nicea (actual Iznik, en Turquía) a Constantinopla (Estambul) habla de “vino de Monemvasía”. Y aunque es el documento más antiguo que la cita, los expertos creen que puede ser muy anterior. “Era un vino con una trayectoria consolidada, probablemente un artículo de lujo que bebían las élites”, opina la directora del Centre d’Interpretació de la Malvasia.
¿Qué es “Monemvasía”? Es un vino, una variedad y un lugar. Monemvasía es una villa costera al sureste de Grecia con un característico peñón delante de la playa por el que solo se puede acceder a pie mediante una estrecha lengua de tierra, antiguamente un puentecito. “Es una isla muy, muy pequeña” describe la historiadora. Tan nimia que no servía para plantar vides, sino como un puerto estratégico desde donde mandar o recibir los primeros vinos de Malvasía. Así fue como la malvasía creció como un tsunami.
Su fama fue tan grande que sirvió de parte del pago que recibió Leonardo da Vinci por pintar La santa cena
Su fama fue tan grande que sirvió de parte del pago que recibió Leonardo da Vinci por pintar La santa cena. En 1495, el Duque de Milán retribuyó al artista con una lujosa casa con un viñedo de malvasía. Los restos de aquellas vides recuperadas han permitido hoy en día replantar el jardín y vender el vino de Leonardo da Vinci por un pastizal.
William Shakespeare menciona la malvasía como malmsey o canary sack (vino canario). En la obra Enrique IV, Mrs. Quickly, de la taberna de Eastcheap, exclama: “Habéis bebido demasiado vino canario, deliciosamente penetrante y que perfuma la sangre…”. En otras obras, Shakespeare deja claro que es el vino preferido del caballero Falstaff, un desternillante bon vivant. Tal vez el capítulo más cruel se encuentre en Richard III, con la muerte del Duque de Clarence, a quien ahogan en una bota de malvasía que tenía en su habitación de la Torre de Londres, símbolo del lujo del vino y la decadencia de clase.
También Joanot Martorell cita la malvasía en una escena erótica de Tirant Lo Blanc. El caballero llega a la cama de la princesa Carmesina después de que la bañen y le prepararan “perdices con Malvasia de Candia (Creta) y una docena de huevos con azúcar y canela”. La Crónica de Ramón Muntaner (1325) también describe como Roger de Flor tomó tierra en Malvasía con gran honor “y les fue dado un gran refresco de todas las cosas”.
Durante siglos la malvasía y su puerto catalán, Sitges, vivieron una historia de branding del vino mundial. Prueba de la importancia de la viticultura en esta villa de pescadores y marineros es que la virgen se llama del Vinyet (del viñedo). Aún hoy decenas de niñas llevan este nombre. O que, por poner otro ejemplo, la primera botella de vino que llevó una etiqueta moderna fue una Malvasía de Sitges de la bodega Casa Falç en 1809, según una investigación de Xavier Miret.
El Hospital de Sitges mantiene los escasos viñedos ante la amenaza del turismo.
La leyenda cuenta que fue un almogávar quien, herido en batalla en Monemvasía, se curó bebiendo su vino
Así pues, Sitges se ha ganado el honor de ser uno de los hubs más influyentes de la malvasía, y no es un mito. La leyenda cuenta que fue un almogávar quien, herido en batalla en Monemvasía, se curó bebiendo su vino. El soldado trajo la primera vid de malvasía a Sitges, que con los años apellidaría a la variedad: Malvasía de Sitges. Cabe añadir que esta historia épica se escribió en 1893 por Teodor Creus. Una época en que la malvasía ya estaba de bajón por diferentes causas: las plagas (filoxera y oídio), las nuevas tendencias de mercado, las dificultades de la variedad y los altos costes de producción.
En aquella época la malvasía a punto estuvo de perecer, como años más tarde pasó en Monemvasía, la cuna de la variedad. A mediados de los 90 la familia Tsimbidi replantó vides de Malvasía en Monemvasía y fundó la bodega Monemvasia Winery, que hoy mantiene viva la tradición. En Sitges también estuvo a punto de extinguirse. Pero claro, ellos tenían a Manuel Llopis y de Casades.
“La malvasía de Sitges sigue viva gracias a su legado”, cuenta la directora del Centre d’Interpretació de la Malvasia. Después de años de decadencia, este diplomático cedió las últimas viñas de Malvasía de Sitges al Hospital, una institución con más de 700 años de historia. Junto con propiedades y inmuebles, les obligó a prometer que cada año enviarían botellas de malvasía a su familia. Esto llevó al Hospital de Sitges a mantener los escasos viñedos ante la amenaza del turismo, a vinificar cada vendimia y a preservar una tradición de muchos siglos.
Hoy en día, los viñedos de Llopis se mantienen: la exótica viña de Aiguadolç, junto al puerto deportivo, y la pequeña viña urbana del Centre d’Interpretació de la Malvasia, al lado del Hospital. Actualmente, es una residencia de ancianos y parte de los beneficios de la bodega y del centro enoturístico van a parar a su asistencia. Hace años los viñedos de Malvasía de Sitges se medían a palmos, aunque ahora son 138 hectáreas. “Siempre habrá variedades más productivas que la Malvasía, pero es precisamente por dar tan poquito que a lo largo de la historia se ha mimado tanto y se ha rodeado de un aura mitológica para venderse”, concluye Alba Gràcia.
Con recato. Casi de chiripa. Así fue como Sitges no corrió la misma suerte que Monemvasía: quedarse sin Malvasía. Que vista la trayectoria sería como si Las Vegas se quedara sin dinero. O París sin amor.




