“Trabajamos 25 hectáreas y elaboramos 50.000 botellas de vino ecológico”: la historia de dos hermanas que convirtieron la casa señorial que cuidaba su padre en una bodega de cuento

Enoturismo

Pepi y Rosa Milà son propietarias de Can Roda, una bodega modernista que recibe centenares de visitantes en un pueblecito del Vallés Oriental

Pepi Mila, de Can Roda.

Pepi Milà, de Can Roda.

Cedida

Can Roda es una bodega inesperada. Un cartel la anuncia en medio de Martorelles, un pueblecito de casas bajas esponjado de bosques en el Vallés Oriental. Desde Barcelona se tarda unos 25 minutos, transitando por una autopista de cuatro carriles, un puente sobre el Besós y algunos polígonos industriales. Antes, nada de viñas. ¿Cómo sospechar que, agazapada tras el letrero, hay una de las bodegas con más encanto de la DO Alella?

Cada año reciben cientos de visitantes, a quienes cuidan ofreciéndoles sus vinos, espumosos y vermuts. En ocasiones, acompañados de recetas familiares, como pollastre rostit, aperitivos y productos de proximidad. “El enoturismo nos ayuda muchísimo”, explica Pepi Milà, una de las propietarias de a bodega. Entre su hermana Rosa y ella “le damos un toque familiar, que la gente ama. Así, que más que una visita muchas veces acaba siendo como una conversación para contar el proyecto”.

La historia es tan sorprendente como la masía. Una casa señorial encantadora, rodeada de viñedos y bosques. ¿Cómo una mansión construida por la gran familia Bonaplata, industriales que trajeron la primera máquina de vapor a España, es ahora una preciosa bodega donde celebrar eventos? ¿Cómo dos farmacéuticas, hijas del hombre de confianza de los propietarios, acaban comprando la bodega soñada por su padre?

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En Can Roda hay un hilo invisible, que va desde las primeras máquinas de hilar a principios de 1800, hasta las manos de Pepi, más de 200 años después. Un ovillo donde el vino entra y sale, casi de manera caprichosa. Porque este cuento de hadas empieza en un telar. Y la primera hebra de esta historia es Josep Bonaplata i Corriol.

La familia Bonaplata fundó uno de los mayores complejos industriales del siglo XIX, el Vapor Bonaplata, en la calle Tallers de Barcelona. La fábrica se alimentaba de la primera máquina de vapor traída de Inglaterra en 1832. Tres años más tarde, una revuelta ahumada por el miedo a que las máquinas dejarían sin trabajo a los obreros, acabó con un incendio provocado en el Vapor, que lo arrasó todo. La tenacidad de la familia no acabó con la tragedia. Y en 1864 los descendientes compraron la finca de Can Roda.

Can Roda.

Can Roda. 

Javier Radua Gimenez

La familia Bonaplata fundó uno de los mayores complejos industriales del siglo XIX, el Vapor Bonaplata; la fábrica se alimentaba de la primera máquina de vapor traída de Inglaterra en 1832

A día de hoy, la magia de sentirse transportados en el tiempo alcanza a los visitantes de Can Roda cuando cruzan las puertas de la mansión. El majestuoso comedor con tapices. La distinguida cocina donde parece estar hirviendo una olla de latón. La noble bodega con barricas de madera. Es una casa señorial sacada de una película de Disney. Aunque la casa no siempre se mantuvo así. Y Curiosamente dos de los grandes responsables fueron el padre y el suegro de Pepi.

El padre de Pepi y Rosa, Francisco Milà, era conocido en Martorelles como Minguet, por el nombre de su casa. Minguet era “gran amigo” de los propietarios, descendientes de los Bonaplata, apellidados Turull y Dardet. Minguet cuidaba y mantenía la casa cuando los propietarios no estaban. Cuando la familia ya no quiso mantener la casa a él fue al primero que se la ofrecieron, sabiendo de su amor por la finca. “Mi padre les dijo que él no podía pagarla, pero que tal vez conociera a alguien que sí”, recuerda Pepi. Y así, es como Minguet fue al encuentro de su gran amigo y consuegro, Joan Singla Casasayas.

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Singla era un empresario de Martorelles, director de una empresa de fabricación de asientos para vehículos industriales, con más de 200 empleados, y principal proveedor de Renfe, TMB de Barcelona y EMT de Madrid. “Mi suegro tenía plena confianza en mi padre y cuando él le dijo que comprar Can Roda merecía la pena, mi suegro no lo pensó”, concluye Pepi. Minguet siguió cuidando de la finca, que ahora ya sin los antiguos masoveros, se había quedado sin nada plantado en 40 hectáreas de tierra fértil.

“Sin pensarlo mucho mi padre y mi suegro decidieron volver a plantar viñas. Creo que siempre le había encantado el mundo de la pagesia y deseaba recuperar la tradición de Can Roda”. Minguet colmó las 1,2 hectáreas de delante de la casa con viñas de Moscatel, Merlot y por supuesto Pansa Blanca, la variedad insignia de la DO Alella. Era el año 2006.

Mi suegro tenía plena confianza en mi padre y cuando él le dijo que comprar Can Roda merecía la pena, mi suegro no lo pensó

Editorial TeamCopropietaria de Can Roda

Por aquel entonces Pepi llevaba una vida al margen de Can Roda y del vino. Estudió Química y Farmacia. Rosa también estudio Farmacia. En 1992 su padre compra a las hijas una pequeña farmacia en la calle Bertrán de Barcelona, cerca del Putxet. Años más tarde se trasladan a Granollers y montan su propia farmacia. En este tiempo Minguet enferma y muere. Pepi heredó mucho más que el sueño de su padre. Heredó un hilo invisible.

En el año 2010 sale la primera cosecha. En los años posteriores las familias Singla y Milà siguen plantando viñedos. Recuperan fincas antiguas de la zona. Contratan al enólogo Enric Gil, gracias al consejo del primo de Pepi, Joan Plans, fundador de la ya desaparecida bodega Altrabanda. En 2018, Joan Singla decide retirarse del proyecto, y vende a Pepi la bodega. Ella la compra, pero con su hermana Rosa y el enólogo Enric Gil.

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Cada vez hay más hebras en la hilatura, que es ya un tapiz familiar, formado por Aleix y Roger, los maridos de Pepi y Rosa, y sus hermanos: Jordi, diseñador industrial les hace las etiquetas, y Domi, arquitecto, cuida de la casa. “Nuestra familia lo lleva bien”, admite Pepi, que si no está en la farmacia está en la bodega, siempre ocupada. “Ellos ya saben que lo llevamos en el ADN”. ¿Cuál es vuestro secreto? “Amor y cariño. Nada más”.

A día de hoy elaboran 50.000 botellas, todas ecológicas. “Trabajamos 25 hectáreas”, resume Enric Gil. “El 70% son de Pansa blanca” y muchas (“demasiadas” dice el enólogo) son viñas viejas de la zona de Martorelles. Elaboran vino, vermut y espumosos. El rosado se llama Ellas, por Eulàlia y Lola, las madres de Aleix y Pepi, que siempre pedían un rosado con burbujas. Y el gran vino espumoso de Can Roda se llama, como no podría ser de otra manera tratándose de un hilo invisible, Gran Minguet Reserva de la Familia.

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