La vuelta a la Navidad en ochenta turrones
Opinión
Frente a la oferta, me cuesta elegir. Y no hablo de libros, ni de camisas, ni de discos. Me cuesta elegir el turrón que llevaré a la mesa familiar en Nochebuena y, en el caso de Catalunya, a la comida de Navidad. La oferta de sabores turroneros es, año tras año, mayor y pienso en lo afortunados que éramos cuando había cuatro para elegir: de jijona, de alicante, de mazapán y de yema.
Preparar turrones de múltiples sabores se ha puesto de moda, pero empiezo a pensar que la oferta está superando la demanda cuando observas a los compradores y sus dudas. La incorporación de grandes chefs al universo del turrón ha generado un mercado en el que es posible, incluso, crear un turrón con sabor a sofá forrado de polipiel. Y da la sensación que cada chef multi estrellado que se incorpora tiene que demostrar quién la tiene más larga desde un punto de vista del ingenio creativo con el sabor como fin.
No se trata de ser tradicional, aunque empiezan a surgir voces contrarias a este mundo woke turronero. Estas voces contrarias a esta nueva moda de la diversidad turronera, defienden que de turrones sólo existen los clásicos. Tampoco se trata de ser contrario al progreso, porque de serlo, no existirían ni los turrones ni los berberechos en lata y seguiríamos buscando el fuego como el clan de los Ulam, una tribu que sabía que el fuego existía, pero no sabía cómo crearlo.
Francesc Fortí, el chef de El Racó d’en Binu, restaurante que ha vuelto a ponerse de moda por estar demodé, el otro día aseveró que solo es turrón aquel que lleva harina, y cuando le preguntaron qué opinaba sobre la oferta actual de turrones, calló. Los turrones clásicos que prepara Fortí para su venta navideña son antológicos, y siempre ha reconocido que fue gracias a su elaboración, que logró salvar de la bancarrota a un restaurante que los críticos gastronómicos habían dado por muerto.
Los que se llevan la palma en cuanto a creaciones orquestales es la empresa Torrons Vicens, y para compensar, otras marcas contraponen la publicidad de Vicens con la calidad, dicen ellos, y el desdén por el famoseo gastronómico. Es como decir que, frente a las estrellas mediáticas, ellos ofrecen calidad. O lo que es lo mismo: contra la gilipollez, seriedad.
Turrones clásicos
Mis primeros recuerdos turroneros son los de mis abuelos tratando de partir con una maza de madera un turrón de Alicante. Romperlo era una hazaña casi bélica, y en una sociedad tan heteropatriarcal como la de mi infancia, el acto de violencia navideño estaba protagonizado por los hombres y, ya en grado sumo, por el líder de la manada.
Pero eso ya es historia, porque ahora, el turrón de Alicante se puede partir tan solo con la mirada. En eso sí nos han limitado el ingenio. Y si tengo que elegir uno, me quedo con el de mazapán, el cual, no creo que Fortí considere un turrón, turrón.
A mí, que suelo ser un voyerista de manual, me gusta mucho mirar las paradas de turrón que parecen un muestrario de chuches. Y me gusta hacer volar la imaginación pensando en la sinergia de los turrones, y si el de chupa-chups sabrá más a carmelo o a palo y, por supuesto, el de mojito, ni probarlo por las reminiscencias alcohólicas. Y frente al muestrario turronero, me pregunto si la ficción creada en mi mente superará la realidad gustativa.
Para comprar una barra de turrón casi tienes que pedir un crédito al banco, y frente a la duda de si la ficción superará a la realidad, no sorprende que la mayoría de la gente vaya a lo clásico porque sus sabores forman parte de nuestra memoria sentimental. Una razón de peso para pensar que la oferta está superando la demanda y para recordar un dicho catalán fantástico: “que el llegir no ens faci perdre l’escriure”.