Comer a 10.000 metros de altura

Opinión 

Comer a 10.000 metros de altura
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Vuelo EK255 de Emirates con destino a México D.F. Hace más de seis años que no cojo un vuelo transoceánico y siento cierta emoción de cruzar el Atlántico montado en un Airbus de grandes dimensiones. Es mi yo infantil, el que se acomoda en un asiento clase turista como si fuera a descubrir cosas maravillosas: una película, un libro de los que dejan huella o un sueño redentor libre de mis propios ronquidos. Y, por supuesto, una comida servida por los auxiliares de vuelo que, a la postre, será una promesa fallida.

Hace unos años, cuando en los aviones se podía fumar, la oferta culinaria no estaba supeditada al precio del billete. Luego, con la llegada de los vuelos low cost, los menús de los aviones fueron desapareciendo en beneficio de una carta llena de productos de tufo industrial y que hemos tolerado hasta permitir pagar más por un sándwich sin picardía que por un billete. Eso sí, tras el primer bocado te das cuenta de que es mejor traerse el bocadillo o un túper de casa, aunque sea con ánimo de polizón.

Tanto en los vuelos transoceánicos como en los que cruzan hemisferios enteros, han seguido ofreciendo al pasajero la posibilidad de degustar un menú precalentado que parece un remember when. Y la razón de un fenómeno de épocas analógicas, es que siguen siendo fieles a una oferta culinaria carente de sabores y que basa su disfrute en la emoción de deglutirla a 10.000 metros del suelo. Esa misma oferta, a la altura de una mesa de un restaurante, sería considerada comida de rancho.

En mi viaje a México D.F. No he tenido la posibilidad de volar en primera clase y por culpa de la cortina aterciopelada que separa la aristocracia de la plebe, no puedo contarles lo que han servido en la parte noble del avión, aquella cuyos asientos valen lo mismo que lo que cuesta vivir con cierta comodidad a lo largo de un mes en una ciudad del primer mundo. Lo único que sé, es que corría el champagne como en las zonas privadas de los mejores clubes.

En turista, la oferta, de una calidad dudosa, siempre está supeditada a la nacionalidad de la compañía y en Emirates, los platos tienen un gustillo de especia que invita a releer Las mil y una noches, eso sí, con la inclusión de productos como la quinoa, muy del gusto de las nuevas generaciones. No creo que la oferta de Emirates sea peor a la de otras compañías. Más bien lo contrario. Lo que sí es evidente es que, como sucede en la cocina fast food, tratan de enmascarar la calidad de los productos con salsas y aditivos que sirven para despistar el paladar adormilado de los viajeros.

Avión de Emirates

Avión de Emirates

EMIRATES / Europa Press

Dicen que hay mucha ciencia detrás de la comida de los aviones y no lo dudo. En una comida servida a 10.000 metros de altura es de obligación tomar precauciones en temas que en tierra son de mejor solución. Por ejemplo, en lo referente a las alergias inesperadas. Lo que me parece muy interesante es el hecho que, en los cielos, nuestra capacidad de captar sabores se modifica y los menús de los aviones tienen en cuenta que tanto la facultad de percibir la salinidad como el dulzor de los productos disminuye en un 20%.

Aun estando sometida a las leyes de la ciencia, es indudable que la oferta culinaria en primera clase como en clase turista no están en concordancia con el precio del billete y si lo aceptamos sin rechistar se debe a un hecho probado: estamos tan acostumbrados a ser tratados como animales de carga en los vuelos fletados por compañías low cost, que en los vuelos de larga distancia aceptamos cualquier cosa como si estuviéramos viviendo una experiencia extrasensorial en cualquier restaurante de alta cocina. Se trata de un engaño, puro hechizo, a sabiendas de que nos están agasajando con una oferta de una calidad mediocre, pero que forma parte de un teatro que empieza con la ilusión por la compra del billete, y termina cuando pisamos la pasarela del finger de salida del avión una vez llegamos a nuestro destino.

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