Solo deseaba organizar algo distinto para las celebraciones. ¿Por qué no? Ella solía encargarse del queso, y en ocasiones se animaba a seleccionar un vino por sí misma. Otras veces, se dejaba seducir por lo inusual, apareciendo en casa con alguna delicatessen que le habían recomendado en algún local o establecimiento especializado y gourmet. Salía de esos comercios con una combinación de ingenuidad, engaño, desconocimiento y remordimiento. La confusión de sentimientos se manifestaba al tratar de describir con sus propias palabras la particularidad de ese producto en la cena de sus progenitores. Jamás funcionaba, no generaba asombro ni persuasión. La elección de algo novedoso, que frecuentemente implicaba un trayecto extenso y una denominación difícil de articular, culminaba en risas mutuas, un gesto de indiferencia prolongado, y en un mira por dónde le ha dado esta vez a la niña.
Por consiguiente, en esta ocasión ella accede a la aplicación y navega hasta la sección donde se encuentran todos esos videos que no llegó a completar. Le devora el scroll infinito, en cada recuadro la multitud: libros con ratings para leer, fotogramas de películas pendientes, recetas fáciles y saludables, citas literarias con traducción automática, fragmentos de entrevistas, postres en cinco minutos, tips de maquillaje, rutinas de ejercicio para un cuerpo sedentario, tiradas de tarot, piezas de museo, alguna reliquia con una historia grotesca. Todo este alboroto reside allí, aguardando que ella los vuelva a ver en este cajón de sastre inagotable conocido como guardar para después. Creí que me llevaría menos tiempo hallar la receta. Sesenta minutos más tarde, casi lista para rendirse y con la vista algo nublada por el constante parpadeo entre distintas imágenes, la encuentra. Ahora está completamente decidida a prepararla. Será la revelación de la velada, el toque final. En primer lugar, la coreografía de la preparación: retira el portátil, los libros, las notas, el bolígrafo, el hule, una taza vacía de café, los platos del desayuno, una pequeña lámpara que funciona como flexo, una cesta rota que se utiliza para la fruta y pequeños objetos sin importancia. Al preparar alimentos, debe desarmar su área de trabajo. Coloca el teléfono en la superficie plana; el clip que muestra cómo hacer el postre dura menos de sesenta segundos. Abre la despensa mientras se repite la lista de directrices. Has heard them numerous times, and despite attempting to commit them to memory, you feel your focus has become porous and scattered. Vuelve a la pantalla, intenta retroceder y no lo consigue. Revísalo una vez más para recordar ese paso específico que se te ha escapado. Primer error: tendría que haber hecho una lista con todos los elementos que necesitaría la receta. Existe uno que carece de él, y otro que ni siquiera lo ha llegado a conocer. Reside en un caserío, carece de tiendas de comestibles y por un instante considera descender al poblado más próximo en pos del anhelado condimento, pero se retracta. En realidad, él sabe que necesitaría desplazarse a una urbe importante, o solicitarlo a través de un comercio especializado en línea, para poder encontrarlo y que se lo envíen a su domicilio. Considera dejar la receta, pero nadie le gana a su terquedad y calabaza . Continuará, encontrará una manera de encubrir el error.
'Still Life with Chip Frier', John Bratby, 1954
Tras media hora de labor, con múltiples utensilios y recipientes manchados, las paredes cubiertas de harina, y restos y envases deshechos esparcidos por la mesa, se recupera del sopor. Tu canino no deja de lamer la pantalla del teléfono. Antes de batir los huevos, un poco de clara salpicó, y no tenía suficientes manos para limpiarlo. No es posible determinar la cantidad de veces que ha sido reproducido. Se queda paralizada por un momento, reflexionando sobre la cantidad de euros que recibirá de su loop la persona que generó ese material. Cuántos videos, cuántas visualizaciones, cuántos fragmentos, cuántas repeticiones y selfies son necesarios para poder vivir de esta actividad. Se suponía que sería sencillo, sin duda. Sin embargo, sus manos no coinciden con las que ilustran la receta, la cual se presenta de forma impecable en una toma cenital que revela una cocina idílica, tan ordenada y sin interrupciones como las pausas que ella debe hacer para seguir el procedimiento rigurosamente. El play vuelve a caer, los dedos pegajosos hacen que el teléfono se deslice y golpee el suelo. Exhala al notar que el impacto ha agrietado el display. En otro lugar, alguien está finalizando la presentación de un plato. Con una sonrisa, se dirige al espectador de forma informal, invitándole a animarse a probar su receta, a suscribirse a su canal, y a no olvidar lo más crucial: guardar, guardar y compartir.
No habrá ninguna novedad este año tampoco. Ella seguirá la misma fórmula que asimiló desde su infancia en su hogar. Mientras limpia y lava el desorden, una parte de su interior también se purifica. Tal vez la agobia esa necesidad de adherirse a lo que sugieren los algoritmos, esa ilusión y deber de mantenerse actualizada. Al cerrar la llave del agua, lo anota mentalmente. La próxima vez que visite la tienda de artículos de papelería, adquirirá un cuaderno de un tono cualquiera, pero de tamaño moderado. En él, se fijará una meta distinta para el año venidero. Prestar atención, indagar, preparar comidas en compañía, intercambiar los secretos, estar presente, ser consciente del momento. Redactará manualmente, una por una, las preparaciones culinarias.

